Un relato febril
Comiéndose a los caníbales, primer volumen de una trilogía, narra una atractiva historia patagónica de fines del siglo XIX
A lo largo de veintiocho años, Daniel E. Arias (Buenos Aires, 1953) escribió la extensa saga (integrada por tres tomos, que totalizan 1179 páginas), cuyo título general es Todos mis padres. Ésta es la primera parte, subtitulada Comiéndose a los caníbales, protagonizada por el adolescente Rómulo Vilches, devenido pronto en aventurero, y el ambicioso ingeniero rumano Julio Popper. Luego de un relato inicial de ricos matices en el que sobresalen como figuras centrales Charles Darwin y Robert Fitz Roy, hacia finales del siglo XIX, más de cinco décadas después del viaje del Beagle a estas tierras, Popper y Vilches se conocen en una fiesta en la mansión de los Beytía Iraola, cuyos invitados son personalidades conspicuas de la alta sociedad porteña, entre ellas, el presidente Miguel Juárez Celman, y militares de alto rango y significativa participación en tramos de la historia del país, como los generales Julio A. Roca y Lucio Mansilla.
Un reluciente objeto tendrá un papel decisivo en el posterior y largo vínculo entre el rumano y el joven Vilches: la moneda de oro que aquél exhibe, acuñada en sus asentamientos de explotación del mineral, en Tierra del Fuego. Esa actividad lo ha convertido en señor feudal de aquellas regiones en las que acaba el mundo.
En la fiesta, Vilches deja momentáneamente el grupo que forma con sus mejores amigos, Charlie Thompson y Alfonso Beytía (o Beytita, según lo llaman, pues es hijo del anfitrión) para acercarse y observar la moneda, mientras escucha los detalles con que Popper se explaya sobre el acopio del oro aluvial que el Atlántico sur arrastra hasta las orillas. El muchacho, un idealista de hogar cuyas carencias lo sitúan lejos del elevado posicionamiento del resto, por lo que con no ingente esfuerzo de su padre (adoptivo) ha logrado recibirse de bachiller en el Colegio Nacional, considera que su postura anárquica no tiene por qué entrar en colisión con el proyecto que la dorada pieza le ha inspirado. Al poco tiempo va al encuentro de Popper. Su formación y lucidez, a los dieciocho años, le dan un acceso muy privilegiado: asume rápidamente las funciones de asesor y escriba del rumano (pule los artículos que éste envía a diarios de Buenos Aires); integra, con nivel de mando, su equipo de defensa y ataque y lo reemplaza en muchas situaciones, pese a las evidentes diferencias que hay entre ambos, que los lleva hasta el enfrentamiento.
La novela –en buena medida, una reconstrucción del pasado– va siendo desarrollada no sólo a través del agudo discurrir del autor entre la ficción y la realidad –esto último, apoyado en una sólida investigación sobre la remota historia patagónica, su geografía y sus etnias–, sino también en el testimonio expuesto en primera persona por varios emergentes.
El relato va de uno a otro lado: Tierra del Fuego y la creciente metrópoli. En la capital, aparte de amores anhelados y frustrados, empieza a fraguarse la asonada cívico-militar que culmina con la renuncia de Juárez Celman, al que sucede su vice, Carlos Pellegrini. Arias le da mucho más espacio a la zona en la que se desata la fiebre del oro, réplica de la vivida en Alaska y California, con sus propias particularidades. Con sus parecidos también: la avidez, la intriga, los intentos de saqueo que se dirimen a punta de fusil. Y, como asunto de notable intensidad, el deseo que entre tanto hombre solo despierta Akukéiohn, una joven y hermosa india ona, sometida por un tipo de codicia de carácter muy distinto del que mueve el oro y que generará en Vilches un hasta entonces desconocido aspecto de su naturaleza. Una obra, sin duda, que causa ansia de seguimiento. Como para querer completarla con los otros componentes de la trilogía: Y Caín salvó al doctor y Aquella madre infinita.
Todos mis padres. I. Comiéndose a los caníbales
Daniel E. Arias
Guid Publicaciones
531 páginas
$ 230