Los testamentos, de Margaret Atwood: un relato coral dominado por el éxito de la serie televisiva
La Tía Lydia, villana del original, se transforma aquí en protagonista
"¿Alguna pregunta?". Con esa interpelación se cerraba El cuento de la criada. Y sí que las había: en los años transcurridos desde 1985, cuando se publicó la novela de Margaret Atwood, miles y miles de preguntas dirigidas a su autora se centraron en los manejos internos de la República de Gilead, en los detalles de su segura caída, sobre el destino último de su protagonista y, especialmente, sobre la posibilidad de que un futuro apocalíptico se convirtiera en presente.
Finalista del premio Man Booker –lauro que la escritora obtuvo por El asesino ciego, en 2000– incluso antes de su publicación, Los testamentos vuelve a probar el enorme talento de Atwood para habitar la mente de un personaje y construir tramas laberínticas, aunque las respuestas que entrega la novela son bastante menos provocadoras que las preguntas que supo hacernos más de tres décadas atrás.
Los testamentos funciona sobre todo como detallado y muy entretenido plano de ampliación –tanto en el tiempo como en el espacio– del universo de la serie, más que como una obra autónoma. Aunque no es necesario haber visto la ficción para seguir esta nueva historia, es claro que Atwood se ha rendido ante el poder de las imágenes creadas a partir de sus palabras, en lugar de reafirmar su primacía en direcciones inquietantes. En su prólogo a la reedición de El cuento de la criada de 2017 –año de estreno de la serie– la escritora aún afirmaba sobre la identificación de June como la narradora de la novela: "No era mi idea original, pero como encaja los lectores son libres de creerlo así si lo desean".
Está claro que así lo deseaban: apenas dos años después, la Criada, cual superheroína de hábito rojo y cofia blanca, es símbolo global de las campañas por la ampliación de los derechos de género, incluida la Argentina, donde acompañan las marchas #NiUnaMenos y aquellas por la legalización del aborto, de cuyas campañas en redes ha participado también Atwood.
Defred/Offred ya no existe como tal, sino que es June Osborn, la editora que supo ser antes de que Gilead la convirtiera en una de las miles de mujeres encargadas de proveer de nuevas generaciones al régimen, afectado por la infertilidad provocada por el cambio climático.
Gracias a su exitosa y multipremiada adaptación televisiva –cuyas tres temporadas están disponibles aquí en Paramount y Flow, con una cuarta en camino–, June es imposible de imaginar sin los ojos increíblemente expresivos de Elisabeth Moss y con la improbable capacidad de sobrevivir a toda vuelta de tuerca que los guionistas de la serie pongan en el camino de su personaje.
Si El cuento de la criada se ha convertido en la historia de June y, por extensión, de las tribulaciones de las mujeres como ella (lo que incluye a Serena Joy, la Esposa del Comandante a quien sirve, personaje interpretado en la pantalla por Yvonne Strahovski, cuya complejidad no tiene correlato en esta nueva novela), Los testamentos es la historia de las hijas de June –los hábitos verdes de la portada codifican su condición de jóvenes casaderas–, pero, por sobre todo, de la Tía Lydia, que aquí pasa de villana colaboracionista a ángel exterminador del régimen que ayudó a crear.
La sombra de June se proyecta también sobre las páginas de esta nueva novela, ambientada quince años después de su predecesora, aunque adquiere un lugar secundario, ya que su centro está en las confesiones de las dos jóvenes durante lo que sabemos que son los últimos años de Gilead, que muestran su funcionamiento desde perspectivas opuestas: una se ha criado en la vecina y libre Canadá, donde el sistema tiránico de sus vecinos del sur es parte de la currícula escolar; la otra relata sus experiencias como engranaje en el sistema que provee de Esposas a los Comandantes.
Los testamentos no solo provee de absolución para el personaje que Ann Dowd interpreta en la serie –y continuará haciéndolo en la secuela televisiva, puesto que se alimentan uno del otro– con una efectiva mezcla de conmiseración y sadismo. A través de sus reflexiones, que incluyen admoniciones a un "querido lector" deudor de Jane Eyre –entre sus obras prohibidas preferidas– se revelan detalles de la creación de Gilead y del rol fundamental de Lydia en la creación de las leyes que segregaron los estamentos femeninos, acercándola a una antiheroína de aquellas que se han convertido en una presencia habitual en la pantalla de Tony Soprano en adelante. Solo queda comenzar el casting.