Un posmoderno y sus precursores
Todavía tiene algo de incomprensible que apenas se lea o se cite a la generación más virtuosa que tuvo la literatura norteamericana. No ayuda mucho a su causa la etiqueta de la que nunca renegaron: “escritores posmodernos”. Donald Barthelme, autor de miniaturas vanguardistas, requiere de toda clase de competencias lectoras (las pop incluidas). William Gaddis y William Gass resultaron demasiado maratónicos o exigentes. Queda, claro, Thomas Pynchon, que sobrevivió en gran medida gracias a su pasión outsider. ¿Y John Barth, el formidable autor de La ópera flotante y The Tidewater Tales? Siempre se atribuye el declive posmoderno a la defenestración que hizo George Steiner en The New Yorker a su demasiado ingeniosa Letters (1979).
"En ese limbo parcial quedó también Robert Coover, que es de todos esos autores posmodernos el que mejor encarna los juegos metatextuales"
Pero tal vez la crítica no importe tanto. Importa seguramente más que para esa misma época empezaron a visibilizarse Raymond Carver y sus compañeros del “realismo sucio”. Fue el contrapeso letal contra esos autores técnicamente brillantes que más parecían deudores de Pálido Fuego, de Borges o de los entonces nuevos novelistas latinoamericanos que del minimalismo a la Hemingway, que la nueva tendencia había venido a reciclar.
En ese limbo parcial quedó también Robert Coover, que es de todos esos autores el que mejor encarna los juegos metatextuales. Como Coover cumplía noventa años en febrero, en las últimas vacaciones capturé a modo de homenaje lector uno de sus libros siempre postergados. Pricksongs & Descants alude en su intraducible título a las variaciones musicales. La edición española se salteó en su momento el problema utilizando el de uno de sus cuentos: El hurgón mágico.
Coover publicó esa colección en 1969: ¿cómo habrían sobrevivido, me preguntaba, aquellos primerizos malabares posmodernos medio siglo después? Lo inesperado es que se parece a mucha literatura norteamericana reciente, que a su turno se agotó del minimalismo (pienso en Jonathan Lethem, pero sobre todo en David Foster Wallace, heredero evidente, aunque desesperado).
“Con el yelmo en la cabeza, le dedico estas historias”, le dice Coover al autor del Quijote
Para Coover todo lo que nos contamos son narraciones para lidiar con las angustias del mundo. El valor de la literatura, siempre estético, pero a su manera también ético, consiste en desenmascarar esa ilusión. Más tarde sería el primero en hablar de hipertextos, pero la idea ya figura en estos relatos tempranos que juegan con la interrupción, la escena alternativa, la vuelta atrás y los finales incompatibles. Un viaje en ascensor al piso 14 es en realidad uno y muchos. La noche laboral de una baby sitter muta en tramas distintas, de suspenso, desenfreno sexual o de puro sosiego. También vuelve a contar desde otra óptica relatos legendarios o bíblicos: la historia alterada de Hansel y Gretel, los castos sufrimientos de un carpintero llamado José que no puede consumar con su mujer, que de todos modos concibe, o una versión del Arca de Noe del lado del que perece en el diluvio.
Coover tiene un ojo visionario además cuando se obsesiona con la sociedad de control. “Morris encadenado” parece el argumento de una serie actual: cuenta el rastreo y captura estatal del último pastor suelto por ahí, con una táctica algorítmica.
Alguien se preguntará si las ideas de Coover no habían sido previstas sin gastar casi páginas por “El jardín de senderos que se bifurcan”. La respuesta es sí. Pero el estadounidense, que vivió varios años en España, se entrenó antes como devoto lector de Cervantes. En “Siete ficciones ejemplares” se permite incluso algunos párrafos en castellano dedicados al viejo maestro. Con “el yelmo en la cabeza, le dedico estas historias” –le dice Coover al creador del Quijote– para salir al camino en busca de nuevas formas que lleven de la “mistificación a la clarificación, de la magia a la madurez, del misterio a la revelación”. Coover conoce sus clásicos, pero también sus precursores. ¿O no es cierto que el destartalado caballero que al principio luchaba en clave realista contra molinos de viento se convierte en la segunda parte en el glorioso adelantado de toda la literatura emancipada por venir?
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