Un político, un poeta, un hombre
Vaclav Havel fue escritor y poeta, director de cine y autor teatral, perseguido político y presidente checo. Cuando estaba al frente de un país entero, no dudó en aceptar que se partiera en dos para satisfacer un antiguo anhelo de los eslovacos. Ni en público ni en privado derramó siquiera una lágrima por esa "pérdida de soberanía". Puso el cuerpo cuando había que ponerlo para resistirse a la prepotencia soviética y, cuando llegó la democracia, no se jactó de su valentía ni se llenó la boca con el relato de sus tormentos. En 1989, al ganar las elecciones, dijo en su discurso de asunción: "Sería una imprudencia considerar la triste herencia de los últimos cuarenta años como algo ajeno, algo que hemos heredado de un pariente lejano. Al contrario: debemos aceptarla como algo que perpetramos contra nosotros mismos. Si lo admitimos así, comprenderemos que sólo de nosotros dependerá lo que hagamos con ella". La noticia de su fallecimiento ocupó menos espacio del que hubiera merecido, porque nuestras sociedades vertiginosas devoran y olvidan todo lo que ocurre. Pero cuando se trata de un hombre como Havel no conviene olvidar: no es justo ni inteligente hacerlo.