Un pensador argentino
En La amargura metódica, Christian Ferrer aborda la figura de Ezequiel Martínez Estrada, de cuya muerte se cumplieron en estos días cincuenta años. Reconstrucción biográfica y glosa de sus obras, el libro propone una reivindicación intelectual del autor de Radiografía de la pampa
Se necesita una superabundancia de amor para escribir un libro así, un amor parecido al que se profesa a una mujer espléndida y perjudicial." Lo que Christian Ferrer dice de Ezequiel Martínez Estrada, a propósito de la escritura de La cabeza de Goliat (1940), el ensayo que le siguió a Radiografía de la pampa (1933), se aplica también a su propia empresa: una biografía del escritor y ensayista de más de seiscientas páginas, en la que su trayectoria intelectual se alterna con una experta glosa de sus obras más significativas y con una pertinaz empatía con el autor, casi una identificación de signo místico o de religiosidad laica. Hay "superabundancia de amor" en Ferrer por la figura de Martínez Estrada y a medida que avanza el libro, su prosa se contagia de las contundentes metáforas y los desencantados aforismos del biografiado, al tiempo que cierta idealización proyectiva va cobrando fuerza. Ferrer argumenta, una y otra vez, cuán únicas, excepcionales y libres fueron sus ideas, ajenas a toda sujeción de escuela, ciencia o política, y postula así la figura ideal e improbable del "intelectual independiente", afirmado sólo en el ejercicio de la negatividad.
Además de la reconstrucción biográfica, a la que el libro aporta un exhaustivo material, La amargura metódica parece perseguir otro objetivo: refutar las lecturas que, a lo largo de varias décadas, identificaron la obra ensayística de Martínez Estrada con el telurismo ontologizante, el pesimismo dramático, el intucionismo carente de todo rigor, la sociología espiritualizante, entre otras categorías que apuntaron siempre a la falta de seriedad metodológica, a la preponderancia de las impresiones subjetivas, y sobre todo, al escamoteo de una ideología liberal y algo conservadora que no se reconocía como tal.
Lejos de las variadas intervenciones que recopila ampliamente en su libro, pertenecientes a David e Ismael Viñas, Juan José Sebreli y Adolfo Prieto (los cuatro integrantes la revista Contorno en los años 50), Juan Carlos Portantiero, Arturo Jauretche, los revisionistas Juan José Hernández Arregui y Abelardo Ramos, Beatriz Sarlo, Oscar Terán, Horacio González, entre muchos otros, quienes en diferentes grados han pronunciado críticas sobre sus ensayos (sin por ello desestimar sus virtudes), Ferrer busca una reivindicación que ancle justamente en aquello que se le ha reprochado como su peor defecto: "la intuición, fogonazo o rapto de conocimiento, [que] se da a conocer cuando hay algo de riesgo personal en juego, algo incalculable". En efecto, para Ferrer, Martínez Estrada argumentaba superponiendo paradojas, convencido de que "las leyes del mundo son las del laberinto y no las del teorema", y era ese, de hecho, su método argumental, algo valorado sólo por la crítica Liliana Weinberg, autora de trabajos recientes.
El fervor del biografista despunta, incluso, en los epítetos que reserva para quienes supuestamente no comprenden las verdades de Martínez Estrada: Ismael Viñas sigue "embriado a sus anteojeras" hasta el año 2008, mientras que Adolfo Prieto en lugar de leer el libro, lo pasó "por el detector científico de verdades y mentiras". En línea contraria, Ferrer rescata aquellas lecturas que, en la senda de los contreras algo esnobs, invierten las lecturas predecibles: "Acertadamente ha dicho Tomás Abraham que Martínez Estrada era un ‘materialista argentino, un materialista nacional’, lo que es decir un desmitificador".
La amargura metódica pasa en limpio la biografía intelectual de una figura de innegable importancia en la historia cultural argentina, que sin embargo nunca encontró plenamente su grupo de pertenencia. Escribió regularmente en numerosas revistas (Sur, de Victoria Ocampo; Babel, La Vida Literaria, Trapalanda y Babel chilena, de Samuel Glusberg; Cuadernos Americanos, de México) y esporádicamente en muchas otras, de la Argentina y de Latinoamérica; sin embargo, nunca se consideró miembro de un grupo o formación. A diferencia de tantos escritores que se ganaban la vida con el periodismo, trabajó más de treinta años como empleado público (en el Correo) y dictó clases en el Colegio Nacional de La Plata, donde conoció a Arnaldo Orfila Reynal (futuro director de Fondo de Cultura Económica, y luego de Siglo XXI) y otros herederos del ímpetu de la Reforma Universitaria del 18. Criticado tanto por la izquierda, por su adhesión a Sur, como por la derecha, sobre todo, a partir de 1956, cuando tras haber estado enfermo seis años de lo que llamó "peronitis", se volvió aún más crítico de la llamada "Revolución Libertadora", su lugar en el campo cultural fue siempre incómodo. Su posterior viaje a la Cuba revolucionaria de Fidel Castro tampoco solucionó esta descentralidad. La combinación entre su notoriedad, la contundencia de su obra y su escasa fijeza a un grupo configura uno de los mayores atractivos que Martínez Estrada ejerce sobre su biografista, en la medida en que configura un modelo de intelectual.
Si acaso queda alguna real amargura de la lectura del libro, ella no proceda del talento para diagnosticar catástrofes de Martínez Estrada, sino de algunos aspectos de su escritura. La exhaustiva y atenta recopilación de citas, discusiones, reseñas, necrológicas y otros textos con los que Ferrer va reconstruyendo, en la voz de los otros, la figura de Martínez Estrada, jamás se acompaña de referencias o de notas al pie, o de un listado de fuentes. Hay citas exquisitas, novedosas aun para el estudioso, pero la posibilidad de ir a buscarlas y seguir leyendo se frustra, inevitablemente; en un punto, es como asistir a un festín, pero del otro lado del vidrio. Por suerte, Ferrer concede una compensación al lector: un listado con todas las ediciones y reediciones de los libros del biografiado.
Asimismo, la repetición de lo que ya se dijo, la presentación en más de una oportunidad de una misma persona, las idas y vueltas en el tiempo, y la reproducción literal de un prólogo a la reciente edición del epistolario entre Martínez Estrada y Victoria Ocampo, debilitan un tanto la unidad del libro y por momentos lo convierten en un compilado de artículos. Con todo, La amargura metódica marca un antes y un después en los estudios sobre Martínez Estrada, y acaso sean pocos los que puedan sustraerse a la pasión y a la sinceridad con que Christian Ferrer busca escudriñar en la figura y en la obra de este escritor tan amante de los pájaros como de los lúcidos aforismos de largo aliento.
La amargura metódica
Por Christian Ferrer
Sudamericana
620 páginas
$ 269