Un original fruto poético
En Del tomate, Guillermo Saavedra explora con concisión, espíritu lúdico y sensibilidad rítmica lo ínfimo de un objeto que contiene multitudes
El poeta William Carlos Williams escribió: " No ideas, but in things " como un imperativo poético: "No hay ideas sino en las cosas". Situarse, como quería Francis Ponge, "de parte de las cosas"; nombrar el espesor de cada objeto, como Neruda en las Odas elementales , o transfigurarlo en un objetivismo intimista, como hizo Baldomero Fernández Moreno. La imagen es un incremento del ser objetivo del mundo, o el poema del objeto es su doble imaginario en la lengua. Hugo Padeletti escribió una espléndida serie llamada "Limones". Este libro de Guillermo Saavedra (Buenos Aires, 1960) dialoga con esa vasta tradición. Como Ponge -que escribió sobre higos, panes o jabones-, sabe que la poesía de las cosas está más cerca del diccionario que de la metáfora. Puede ser una enloquecida máquina que define, como si el poeta no viera el universo en un aleph o en una cáscara de nuez, en un solo punto o en una esfera, sino que una sola cosa es pasible de ser predicada como un todo: "Cada tomate el mundo:/ en él caben la gracia y el desorden,/ las huellas del deseo y la memoria". El poeta, lenguaraz loco de las cosas: alguien que para definir sin fin el tomate está "del tomate".
Esa particular pulsión denominadora requiere de un sistema. O, como la llama Saavedra, de una "hipótesis de music hall", especie de clasificación del objeto mediante una serie en clave rítmica y festiva, compuesta por 107 poemas de tres versos, a la manera del haiku, pero no en los habituales versos de cinco, siete y cinco sílabas, sino con diversas variantes métricas y, en algunos casos, con rima. Pero sí preservan el gesto del haiku: la concisión, la revelación, el ingenio, la impersonalidad, y esa forma pura que ilumina un vacío de sentido mediante un paradójico sinnúmero de significados. Como antes lo demostró en Alrededor de una jaula (1995), sus variaciones sobre John Cage, la ductilidad de la poesía de Saavedra crece en las variantes minimalistas, en la terca multiplicidad de lo mismo donde "lo ínfimo contiene multitudes". En las cinco secciones que encabezan sendos epígrafes, como las cinco hojitas adheridas al fruto -sus "cinco breves alas que acarician/ el aire"- el tomate se metamorfosea: en las primicias combinatorias de la gastronomía, como prenda de amor o desdicha, en otras lenguas o en el reino de la etimología, en las condiciones de su materia orgánica, en el campo de las sensaciones, como objeto privilegiado de la percepción, en su valor alegórico, en abstractas conjeturas filosóficas, en su facultad de ser otra cosa o en su obtusa materialidad de existir como tomate, tomatito, poema como cuerpo "resistente frente al tiempo", que decía Lezama.
Ese espíritu lúdico de pura objetividad se amonesta con el poema final "Epílogo del aguafiestas": el music hall se vuelve fantasmal diálogo dramático, donde un yo vagamente autobiográfico y desdoblado evoca también la muerte de la madre y se ve como en espejo cuando nombra el tomate en su "esporádica y cíclica canción". Conjuro, y a la vez certeza de que el poema registra la testamentaria "voz inútil" de un muerto en "la gratuita música del mundo".
Los poemas se acompañan con 69 dibujos del artista Eduardo Stupía: tomates en tinta negra, tomates-signo, con trazos veloces o rasgados de luz y sombra de pincel oriental, como otras formas legibles en el vacío de sentido. Del tomate , de Guillermo Saavedra, se relee con delicia: bello y gustoso libro que solicita la perfección y cuyas cubiertas, naturalmente, tienen un suave color rojo.
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