El padre de la evolución dejó minuciosas anotaciones en su diario sobre la fauna, la flora y los paisajes de la Argentina, que recorrió en un alto de su viaje en el Beagle
27 DE SEPTIEMBRE de 1833
Por la tarde salí de excursión para Santa Fe, ciudad situada en las riberas del Paraná, a unos 480 kilómetros de Buenos Aires. Los caminos en las cercanías de la ciudad estaban pésimos a consecuencia de las lluvias. Nunca hubiera creído posible que una carreta de bueyes pudiera andar por ellos; pero de todas suertes apenas avanzó a razón de kilómetro y medio por hora, teniendo que ir un hombre delante para buscar la línea más transitable. Los bueyes se fatigaban lo que no es decible, y es un error creer que estando buenos los caminos, si se marcha a buen paso, los animales han de cansarse en la misma proporción. Nos encontramos con un tren de carretas y una recua de bestias que iba hacia Mendoza. La distancia es de unas 580 millas geográficas Y el viaje se hace ordinario en cincuenta días. Estas carretas son muy largas, estrechas y provistas de toldos de caña; tienen sólo dos ruedas, cuyo diámetro en algunos casos llega a tres metros. Cada una de ellas va tirada por seis bueyes, a los que se hostiga con una aguijada de seis metros de larga por lo menos. La llevan colgada del toldo por la parte interior, y con ella y un vástago que sale en ángulo recto hacia la mitad de su longitud el conductor aviva la pareja delantera y la intermedia; para que marcha uncida inmediatamente al carro se vale de otra aguijada más pequeña. Todo el aparato semejaba una máquina de guerra.
28 DE SEPTIEMBRE.
Hemos dejado atrás la pequeña ciudad de Luján, donde hay un puente de madera sobre el río, cosa rara en este país. También hemos pasado por Areco. Las llanuras parecían horizontales, esto es, a perfecto nivel; pero no era así en realidad, porque en muchos sitios el horizonte estaba distante. Aquí hay grandes extensiones abandonadas entre estancia y estancia, pues los buenos pastos escasean a causa de estar la tierra cubierta de macizos de trébol acre y cardos gigantes. Estos, bien conocidos por la pintoresca descripción que de ellos hace sir F. Head, no habían alcanzado en esta época del año mas que las dos terceras partes de su altura; en ciertos sitios podían ocultar un caballo, pero en otros no habían brotado aún, y la tierra estaba tan desnuda y polvorienta como la superficie de un camino de gran tránsito. Las masas eran de un verde vivísimo y semejaban un bosque en miniatura en grandes espacios descampados. Estos sitios sólo son conocidos por los ladrones, que hacia la época del año en que estamos se vienen a ellos para salir por la noche a robar y asesinar impunemente. Al preguntar en una casa si había muchos ladrones me contestaron: "Todavía no han acabado de crecer los cardos", respuesta al parecer incongruente, pero muy adecuada, según lo que acabo de decir. La visita de estos lugares me importaba poco, ya que apenas se hallan en ellos otros cuadrúpedos y aves que la vizcacha y su compañero ordinario, el mochuelo.
La vizcacha, como es sabido, constituye el rasgo más saliente de la zoología de las Pampas. Se la encuentra hasta el río Negro descendiendo al Sur, a los 41° de latitud, pero no más allá. De igual modo que el agutí, no puede subsistir en las llanuras desiertas y cascajosas de Patagonia, pero prefiere los terrenos de arcilla y arena, que producen una vegetación distinta y más abundante. Cerca de Mendoza, al pie de la Cordillera, se la encuentra viviendo en estrecha vecindad con las especies alpinas afines. Es una circunstancia curiosísima en su distribución geográfica de no habérsela visto nunca, afortunadamente para los habitantes de Banda Oriental, al este del río Uruguay; y sin embargo, en esta región hay llanuras que parecen admirablemente adaptadas a sus hábitos. El Uruguay ha constituido un obstáculo insuperable a su emigración; a su pesar, la ancha barrera del Paraná ha sido salvada, y la vizcacha es común en Entre Ríos, la provincia entre estos dos grandes ríos. Cerca de Buenos Aires estos animales son excesivamente comunes. Su refugio predilecto parecen ser aquellas partes de la llanura que durante una mitad del año están cubiertas de cardos gigantes, con exclusión de otras plantas. Los gauchos afirman que vive de raíces, y este aserto parece probable si se atiende a la robustez, de sus incisivos y a la clase de lugares que frecuenta. Por la noche las vizcachas salen en gran número y se sientan tranquilamente sobre sus ancas en la boca de sus guaridas. En tales horas no se muestran esquivas, y un hombre que pase a caballo junto a ellas les parece un objeto digno sólo de su grave contemplación. Corren muy desgarbadamente, y cuando lo hacen, sin temor al peligro; por sus levantadas colas y cortas patas delanteras se parecen mucho a enormes ratas. Su carne, después de cocida, es muy blanca y saludable, pero se hace escaso consumo de ella.
La vizcacha tiene la singular costumbre de llevar a la boca de su madriguera todos los objetos duros que halla; en torno de cada una de estas madrigueras se ven reunidos en montón informe numerosos huesos de reses, piedras, tallos de cardos, terrones de tierra endurecida, fango seco, etc., en cantidad suficiente para llenar una carretilla. Me contaron, y tiene visos de verdad, que habiéndosele perdido el reloj a un señor mientras pasaba a caballo por un sitio abundante en vizcachas, volvió a la mañana siguiente, y registrando los montones de las vizcacheras próximas al camino lo halló, como esperaba. Este hábito de recoger todo lo que haya cerca de su guarida debe imponerle a este roedor un gran trabajo. Para explicar con qué fin se haga no tengo ni la más remota conjetura; desde luego no hay que pensar en la defensa, porque el montón de objetos se halla colocado sobre la boca de la madriguera, que penetra en tierra con una pequeñísima inclinación. Sin duda debe de existir alguna razón, pero los habitantes del país la ignoran por completo. Un solo hecho análogo al anterior conozco, y es el hábito de la extraña ave australiana Calodera maculata, que construye un pasadizo abovedado, con palitos para jugar en él, y en las inmediaciones amontona conchas de mar y de río, huesos y plumas, prefiriendo las de colores brillantes. Mr. Gould, que ha descrito estos hechos, me participa que los naturales, cuando pierden algún objeto duro, lo buscan en los pasadizos mencionados, y sabe que en ellos se encontró la pipa de un fumador. (...)
Por la tarde cruzamos el río Arrecife en una sencilla almadía, hecha con barricas atadas unas a otras, y pasamos la noche en la casa de postas, en la otra orilla.
El río aquí es muy ancho y tiene numerosas islas, bajas y frondosas, como también la opuesta ribera. La vista del río parecería la de un gran lago
29 Y 30 DE SEPTIEMBRE.
Hemos seguido cabalgando por llanuras del mismo carácter. En San Nicolás he visto por vez primera el magnífico río Paraná. Al pie del cantil donde se levanta la población citada había anclados algunos grandes navíos. Antes de llegar a Rosario cruzamos el Saladillo, corriente de agua cristalina, pero demasiado salobre para ser potable. Rosario es una gran ciudad, edificada en una meseta horizontal levantada sobre el Paraná unos metros. El río aquí es muy ancho y tiene numerosas islas, bajas y frondosas, como también la opuesta ribera. La vista del río parecería la de un gran lago, a no ser por las islitas en forma de delgadas cintas, únicos objetos que dan idea del agua corriente. Los farallones constituyen la parte más pintoresca; unas veces son del todo verticales y de color rojo, y otras se presentan en grandes masas hendidas, cubiertas de cactus y mimosas. Pero la verdadera grandeza de un río inmenso como éste deriva: 1º, de constituir un importante medio de comunicación y comercio entre los países por donde pasa; 2º, de la vasta extensión de su comarca, y 3º, del vasto territorio que avena la mole inmensa de agua que arrastra en su curso.
Por espacio de muchas leguas al norte y sur de San Nicolás y Rosario el terreno es realmente llano. Todo cuanto los viajeros han escrito sobre su perfecta horizontalidad apenas puede tildarse de exagerado. Sin embargo, nunca hallé un sitio donde echando una mirada en torno mío dejara de ver los objetos a mayores distancias en unas direcciones que en otras, lo que prueba manifiestamente la desigualdad de la llanura. En el mar, un observador colocado a dos metros sobre la superficie del agua alcanza a ver un horizonte de dos millas y cuatro quintas partes de milla. Análogamente, cuanto más horizontal es una llanura tanto más se aproxima el horizonte a esos límites definidos; y esto, en mi opinión, destruye enteramente la grandeza que uno imaginaría poseen las vastas llanuras.
Fragmentos tomados de Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo