Un museo inteligente
Con obras en vivo, el museo se vuelve por fin inteligente. Lo que significa, en primer lugar, que se vuelve a la vez medio y objeto, y que todo lo que la acción performática tenga para predicar lo predicará en última instancia del museo. Esa concentración -ese ensimismamiento- es el efecto quizá más llamativo de la anexión, y probablemente lo que circunscriba el alcance de su potencia. Se presente como una obra con todas las letras o se infiltre imperceptiblemente, como una bomba de tiempo, se declare a sí misma "arte" o interfiera y subvierta sin aviso, debordianamente, una situación no artística, las acciones creadas pasan a ser el idioma con el que el museo vuelve sobre sí y habla de sí, pone en escena sus propias reglas, sus protocolos, sus instrucciones de uso. Cómo se entra a un museo y cómo se sale de él, qué lugar ocupa el espectador en una obra con sólo mirarla, cómo hacer visible el trabajo secreto necesario para hacer posible una exhibición, qué tipo de autoridad simbólica se arroga una obra por el solo hecho de presentarse en un museo, cómo contemplar es también ser contemplado, identificado, registrado: la vida del museo, sus dramas, sus comedias de enredos, sus aporías institucionales, es el objeto de glosa privilegiado del arte en vivo. Eso es quizá lo que se gana (y también el precio a pagar) cuando las obras dejan de ser acontecimientos puntuales, programados para suceder a una hora y en un lugar determinados, como era el caso del Go-go Dancing Platform (1991) de González-Torres, y se pliega al esquema general de temporalidad productiva del museo hasta el extremo de convertirse en su doble irónico, de confundirse con él, de manera que el horario de trabajo del actor que interpreta el papel del guardián de sala coincida en todo con el horario de trabajo del guardián de sala verdadero. El reloj, una vez más. Kafka, una vez más. El artista contemporáneo, modelo de trabajador free lance, puede hoy ganarse la vida dando clases de flexibilización a los empleados y jefes de las corporaciones que medio siglo atrás hubieran escupido sobre sus harapos bohemios. Ahora es la obra la que cumple horario, ficha y se tayloriza, requisito imprescindible para que abastezca al museo no sólo de su dosis de vida sino también, tan vital como la dosis de vida, de su dosis de propaganda silenciosa.
Fragmento del ensayo "El elemento de vida" de Alan Pauls, publicado en el catálogo de la exposición Experiencia Infinita (Malba).