Un mural de 330 metros, entre la piel y las entrañas del edificio del Museo de Arte Moderno
La apertura de la institución hacia el barrio continúa ahora con la pared y las geometrías de Elián Chali, artista cordobés en cuya obra se afirma la voz de las personas con discapacidad; el arte como “venganza”, una definición inusual
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Tras su definitiva reconversión en 2018, el antiguo edificio de la tabacalera Piccardo que es parte patrimonial de San Telmo agregó ahora un sutil cambio en su característica fachada industrial de ladrillos rojos. Así, desde mayo, durante el tiempo que pasó de la cuarentena estricta y el distanciamiento social, las paredes interiores del frente del Museo de Arte Moderno se fueron cubriendo con Plano Inesperado, un diseño de sitio específico del artista cordobés Elián Chali (1988), reconocido en todo el mundo por sus intervenciones en espacios urbanos en la frontera del espacio público y privado.
El mural de trescientos treinta metros cuadrados ocupa la Avenida San Juan desde la frontera del museo fundado por Rafael Squirru en 1956 (sin sede entonces) con el MACBA hasta la esquina de la calle Defensa. Allí la superposición de planos en colores primarios (una geometría blanda o abstracción elástica) pega la vuelta y llega hasta el estacionamiento del Moderno. Parece una ironía de la pandemia que la obra de Chali esté protegida de la mirada: no hay tapabocas, sí rejas aquí que la separan del contacto directo.
Chali, un joven con discapacidad producto de una displasia ósea e hipoacusia, usó esta mañana una palabra inusual para describir una obra de arte. Dijo que se trataba de una “venganza”. Con citas a Foucault y Deleuze, se refería a la forma en que las ciudades en su “escritura” urbana dicen también qué cuerpos están habilitados a usarla. Es en ese sentido donde su geometría (una actualización de artistas como Yente o Frank Stella) elude el rigor formal y el supuesto carácter neutro del arte geométrico-abstracto. El cordobés piensa sus intervenciones para grandes espacios como “gestos de acupuntura” sobre el nervio urbano a la vez que afirma la voz de las personas con discapacidades como colectivo social. Así, su obra puede vincularse a la ideología estética del street art, que va de lo político a lo vandálico. El Museo, en tanto, habla de “activismo disca” en un intento por relacionar el trabajo de Chali con la agenda del arte contemporáneo. Pero al que le toca circular con dificultad por las ciudades es a él. “La situación para gente como nosotros en Córdoba es triste y desoladora”, dijo ayer.
Para el cordobés, entonces, la pared antes inadvertida del frente del Moderno es ahora “un espacio expositivo ganado”. Pero su obra, en la que priorizó las formas blandas para ir contra la estructura edilicia, no será permanente sino que la idea es que sea reemplazada con el aporte de otros artistas en el futuro. Lo cierto es que el mural de Chali no puede ser más pertinente para la institución de la calle San Juan. Se trata de una obra de arte moderno puro que establece un diálogo entre la piel y las entrañas del museo alimentado por la colección Pirovano, el acervo público más completo de arte geométrico-abstracto de la Argentina.
El muralista hablaba y detrás suyo la pantalla del auditorio del museo, habilitado con el necesario protocolo, mostraba a otros hombres de overol de trabajo ejecutando las formas que él antes había diseñado en forma digital. No lo usaban como Marta Minujín para construir un personaje andrógino sino que fueron los pintores (no en el estricto sentido artístico) que le pusieron el cuerpo al mural: Carlos Bolig, Juan Carlos Ovejero y Germán Ovejero. Los tres héroes anónimos del mural del Moderno son proveedores externos que participan de los trabajos de pintura que requieren las distintas salas al cambiar de exposición.
-¿Se los podría considerar también autores?-, quiso saber LA NACION.
-Fueron fundamentales en el proceso de trabajo, hubiera sido imposible sin ellos. Pero la cuestión de la autoría es un poco antigua y por otro lado mi experiencia con la interdependencia con otras personas la aprendí fuera del arte-, dijo Chali.
Bolig y los hermanos Ovejero no participaron, sin embargo, de la presentación.
El cordobés, comisionado por Victoria Noorthoorn, directora del Moderno, y la curadora Carla Barbero para “disolver la fachada medieval” del museo, trabaja siempre en equipo y con la lógica de un artista contemporáneo que no necesariamente pone las manos sobre su idea. Más aún, este mural (y el resto de su producción diseminada por paredes de Francia, México, Rusia o Taiwán) tiene para Chali la lógica del mash up, un término de la música electrónica que denomina la superposición de una pieza musical llevando la lógica del remix al extremo disparatado del collage dadaísta. Entonces, la autoría se expandiría también al arquitecto que, en este caso, diseñó el plano original de la tabacalera y a quienes lo reformaron sucesivamente en su adaptación a museo.
Para Noorthoorn la obra de Chali simboliza la apertura del Moderno al barrio o un intento más efectivo por integrarlo. En ese plan, se cedieron otros espacios del edificio para que otros artistas los intervengan como es el caso del sitio específico Mística robótica en la economía de cristal, una suerte de cortinado de Diana Aisenberg que separa el lobby del patio. Hasta fines de febrero se pueden ver también las muestras de Sergio De Loof y Mildred Burton, y durante el otoño continuará abierta la impactante instalación de Nicanor Aráoz.
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