Un mundo con más pantallas que libros
Los chicos viven en un mundo visual. Las casas argentinas tienen más pantallas que libros. Mientras que la mayoría de los hogares tiene dos televisores, menos de la mitad compra un diario o una revista regularmente. Las pantallas han transformado la manera en que los adolescentes forman su identidad, se relacionan con el otro, adquieren saberes, construyen conocimientos, incorporan aprendizajes y conciben el mundo.
Con Gutenberg, se dio el paso de la cultura oral a la escrita. En el siglo XX la cultura de la palabra dio lugar a la de la imagen. Hoy, vemos el paso de la lectura lineal a la percepción simultánea. Los chicos están acostumbrados a relacionar, a asociar y a comparar. Pero todo ello, ahora, con mayor rapidez y fragmentación.
Las lógicas de la escuela y de las pantallas son, sin duda, diferentes. La escuela está más centrada en el pasado (patrimonio cultural); las pantallas se centran en el presente. La escuela se construye sobre la duración en el tiempo. Las pantallas, sobre la fugacidad y lo efímero. Las pantallas privilegian la imagen. La escuela privilegia la palabra. Las pantallas priorizan la emoción; la escuela, la razón. Las pantallas buscan seducir; la escuela, argumentar. La escuela es un ámbito de interacción social; las pantallas se utilizan en un contexto individual y privado. Mientras que no prestar atención al docente puede acarrear alguna sanción, no hay efecto que penalice la dispersión frente a las pantallas. En la escuela las clases son correlativas. Las pantallas proponen simultaneidad y ventanas múltiples de las que se puede entrar y salir en cualquier momento.
Frente a esta realidad cultural, de nada sirve alarmarse o reaccionar defensivamente. Si aceptamos que los jóvenes construyen su capital cultural también fuera del aula, la escuela ya no puede concebirse como único lugar legítimo para transmitir un capital simbólico.
No se trata de elegir entre el libro, el diario, la televisión, una revista, el cine o Internet. Para fortalecer su capital cultural y asegurar su inclusión e inserción social, los adolescentes necesitan acceder a una diversidad de bienes culturales y aprender a diferenciarlos, analizarlos, compararlos, hacer sus propias búsquedas y tomar decisiones respecto de las respuestas que encuentran.
Lo único que no puede hacer la escuela respecto de las tecnologías es ignorarlas. Ello significaría ignorar a los propios jóvenes.
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