Un manojo de luces en un caleidoscopio
No fue John Berger una persona, sino una multitud. Fue, esencialmente, un artista visual que escribía. Fue un hombre que pintaba como solamente puede hacerlo un escritor que ama dibujar. Fue un personaje del Renacimiento que encarnó en la Gran Bretaña bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial: le interesaba todo. Fue un inglés que amaba el continente europeo y que dejó su vida en Londres por los campos de Francia. Fue un periodista que pensaba como un poeta y un poeta de lo urgente que pintaba como quien hace una crónica.
Berger no fue una persona: fue un manojo de luces en un caleidoscopio, iluminando zonas que parecían inaccesibles antes de que él posase allí su mirada, y que se volvieron familiares apenas su lucidez nos las mostró. Era brillante como el agua iluminada por la luz de la mañana y oscuro como el pecado. John Berger apostó (militó, incluso) por el realismo en las artes visuales, pero nos enseñó que la "realidad" tenía una riqueza que desconocíamos.
Más que irse al campo francés, buscando paz, para escapar de una Londres que parecía haber enloquecido, fue en busca de los restos vivos de lo que consideraba la última experiencia de vida intensa que nos quedaba: la vida campesina, que supo elevar a la categoría de Idea Platónica (como se lo puede en ver muchos de sus libros, desde las novelas hasta los análisis críticos de las fotografías de August Sander).
No recuerdo cómo veía el mundo antes de toparme con Modos de ver, ópera magna de Berger. Sé que me lo recomendó Josefina Ludmer en su primer seminario en la UBA. Entonces, yo era tan pobre (recién salido de la cárcel) que no lo podía comprar. Ludmer se dio cuenta y me lo regaló. Después de leer ese libro (hace más de 30 años) el mundo se transformó: ya no pude mirar ingenuamente nada. Todo tenía forma y todo tenía sentido. El mundo se hizo humano y brutal, a la vez. Berger, a través de su lectura cimarrona de la historia de la pintura europea, había pintado un nuevo mundo ante mis ojos, que habían estado enceguecidos.
El autor es crítico cultural