Un mandato patrimonial
La emergencia que no tiene fin en nuestro país es la degradación del patrimonio arquitectónico y urbano, como si los argentinos y, en especial los porteños, padecieran una indiferencia estructural
La Argentina ha venido sobrellevando decadencias y emergencias varias por muchos años. Algunas parecen disipadas, otras conjuradas, unas pocas remontadas. La emergencia que no tiene fin y que se agrava sin cesar es la de la degradación del patrimonio arquitectónico y urbano en todas las partes del país. Y por supuesto la ciudad de Buenos Aires lleva la delantera por varios cuerpos... edilicios.
Parece que los argentinos, y en especial los porteños, tuvieran un crónico y estructural desdén por su pasado, su herencia y su memoria. Y se muestran especialmente indolentes y resignados cuando se trata de la arquitectura, que es justamente "historia congelada en el espacio". Las razones de este fenómeno son diversas y complejas.
Muchas veces se ensayaron explicaciones pero casi nunca se encontraron soluciones para revertir la disfunción cultural que nos aqueja. Por muchos motivos, las diversas acciones que conducen a la preservación del patrimonio construido quedan en manos de arquitectos. Y es un hecho que en la formación de estos profesionales argentinos la apreciación de la arquitectura nacional es aún materia pendiente, particularmente en lo que se refiere al acervo de la B elle époque, acechado por prejuicios estéticos y éticos. O se los considera frívolas copias de estilos europeos o productos desarraigados de la verdadera identidad nacional.
Los edificios de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX han sido los más vapuleados y destruidos en el país entero: de Córdoba a Tucumán, de Paraná a Mendoza y de La Plata a Bariloche. Y en Buenos Aires la destrucción ya se acerca al genocidio. Caen como fichas de dominó las decisivas piezas menores que arman el carácter de los barrios: casas chorizo, petits hô tels, chalets.
Desaparecen también casas de departamentos refinadas, garages de estilo, edificios industriales elegantes, todo ello para dar lugar a negocios inmobiliarios e inversiones desesperadas que prefieren los ladrillos huecos a los billetes frágiles. Pero también sucumben los edificios monumentales por abandono, degradación o depredación, como en los patéticos casos de la Confitería del Molino -excepcional palacio Art Nouveau-, de la sede de Unione Operai Italiani -magistral templo del Risorgimento Italiano en Sarmiento al 1300- o el sector del Colegio San José transformado en shopping en el barrio del Once.
Y ni que hablar de las estructuras que hacen al patrimonio intangible de la ciudad: lugares de escritores, músicos, artistas donde pareciera que se pretende exterminar a todos: ángeles, fantasmas y espectros. El panorama se completa con el maltrato al patrimonio paisajístico de parques y plazas, la amputación del arbolado urbano en vías de deforestación y la escultura pública graffiteada por pintura anarquista o por iluminación "led"? Pero también cuesta mucho acercarse con respeto y creatividad a la preservación del patrimonio edilicio desde el ámbito público o privado. Allí, en general, se aplican recetas que potencian reciclajes abusivos y casi nunca acciones de conservación efectiva y duradera y prima el mal manejo, cuando no el despilfarro de los recursos.
Parece no comprenderse o no interesar que ese patrimonio arquitectónico es imponente reflejo de la inmigración, hace a la esencia física de la capital del país y se ha convertido en verdaderamente universal. Esa arquitectura completa, de alguna manera, la trilogía cultural excepcional que la ciudad y el país dieron al mundo con la literatura encabezada por Borges y la música encarnada en el tango, dos de los aspectos de la civilización nacional que se consagraron internacionalmente en las últimas dos décadas.
Ante este panorama de orfandad en materia de valoración y tutela del patrimonio arquitectónico, los diversos actores sociales encuentran las claves para revertir la situación y salvarlo. En este tema los políticos parecen sordos y casi siempre ciegos; los artistas y los intelectuales, indiferentes o no, parecen movilizados por un legado único; los burócratas y los técnicos oscilan entre el cinismo operativo o la resignación culposa. Y la ciudadanía involucrada, que incluye a voraces desarrolladores, románticos preservacionistas y curiosa opinión pública, se mueve entre confusiones y malentendidos.
No todo es patrimonio, no todo es preservable. Pero tampoco todo es demolible o reciclable. Una de las claves de la solución de estos dilemas está en una adecuada valoración comparativa de todo el conjunto edilicio de una ciudad. La confección de un catálogo, de una suerte de "Inventario General Constituyente" con la jerarquización de cada inmueble, inclusive de cada sector del mismo, es una herramienta fundamental para el desenvolvimiento de proyectos e inversiones con eficiencia y provecho. Asimismo se necesita establecer claros y eficientes mecanismos de gestión que tutelen planes sobre propiedades privadas pero también públicas. El estado no puede imponer las necesarias restricciones al dominio que implica la preservación del patrimonio a los particulares sin controlar al mismo tiempo las acciones de sus propios organismos sobre los edificios oficiales.
Por otra parte, deben encontrarse y aplicarse compensaciones a esas restricciones que incluyan soluciones creativas, más allá de créditos, subsidios o baja de impuestos. Una de ellas, vigente pero que no se ha aplicado aún, es la posibilidad de aumentar la capacidad constructiva en las áreas del inmueble de menor valor patrimonial para obtener mejores réditos y afrontar la adecuada conservación de los sectores valiosos. Todo ello con un monitoreo del proyecto en manos de organismos de gestión idóneos y rigurosos pero también creativos.
Evidentemente hay soluciones para revertir la situación de emergencia patrimonial en que se encuentra la ciudad de Buenos Aires. Situación que no es sino el reflejo potenciado de lo que sucede en todo el país. En estos últimos tiempos, la ciudadanía, por medio de varias ONG, ha movido el avispero, alertando a los medios y pidiendo a la justicia que actúe.
Resta que los otros poderes del estado reaccionen, que el resto de la ciudadanía participe, que los protagonistas de la cultura respalden, que los inversores reemplacen algo de cantidad por calidad. Y así salvar el carácter de la capital argentina pero también su único recurso físico. Aún hay un mandato. En el Panteón del Patrimonio Universal, Borges y Gardel esperan la definitiva consagración de la arquitectura de Buenos Aires.
lanacionarMás leídas de Cultura
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
Marta Minujín en Nueva York. Fiestas con Warhol, conejos muertos y un “banquete negro”