Un libro de John Berger anticipaba en 1975 la crisis de los refugiados
En el prólogo de la edición de 2002 de Un séptimo hombre, John Berger contaba que la recepción de ese libro publicado en 1975, y que combinaba el ensayo sociológico con la poesía, el testimonio y el informe fotográfico, había sido inesperada para él y el fotógrafo Jean Mohr, su compañero de aventuras en una pesquisa sobre la vida de los que emigraban de zonas rurales de países empobrecidos a las grandes metrópolis europeas. "La prensa casi no se hizo eco de la aparición del libro. Algunos críticos lo despacharon tildándolo de insustancial", escribió el autor de Mirar, Puerca tierra y Una vez en Europa, entre otros títulos. El libro se publicó ahora en la Argentina un año después de la muerte de Berger, en el sello Interzona.
Cuando en 1972 el escritor inglés obtuvo el premio Man Booker por su novela G., donó la mitad del dinero a una organización revolucionaria (las Panteras Negras) y destinó la otra mitad a la financiación del proyecto que tenía con Mohr, que consistía en registrar por medio de imágenes y de palabras las vidas precarias de los trabajadores migrantes en Europa, que viajaban desde pueblos campesinos en Turquía, Grecia, Portugal e Italia hasta ciudades industriales de Suiza, Alemania y Francia. Un séptimo hombre se convirtió así en uno de los primeros estudios sobre la migración que utilizaba no solo registros estadísticos sino también descripciones de situaciones cotidianas (algunas de ellas humillantes), poemas, relatos y las fotos en blanco y negro del fotógrafo suizo. (Un título comparable se publicaría muchos años después, en la década de 1980. Cabeza de turco, del periodista alemán Günter Wallraff, denunciaría en primera persona la xenofobia y la violación de derechos humanos que padecían los trabajadores turcos en una próspera Alemania Occidental.)
"Toda fotografía es un medio de transporte y la expresión de una ausencia", consigna Berger en las primeras páginas del libro. Con Un séptimo hombre, él y Mohr iniciarían un trabajo consecuente sobre las relaciones entre imágenes, palabras y realidad. "Puede ser que un libro, al contrario de lo que les ocurre a los autores, se vaya haciendo más joven con el paso de los años", postula el escritor (y pintor) inglés.
"Describir a grandes rasgos la experiencia de un trabajador emigrante y relacionarla con lo que la rodea –tanto física como históricamente – equivale a comprender más cabalmente la realidad política del mundo actual. El argumento es europeo; su significado, mundial. Su tema es la carencia de libertad. Esta falta de libertad puede reconocerse plenamente si se relaciona un sistema económico objetivo con la experiencia subjetiva de quienes están atrapados en él", escribieron los autores en una nota al lector. En ese texto, cuando las cuestiones de género pasaban inadvertidas aun para socialistas comprometidos como el autor de Con la esperanza entre los dientes, hacen constar que el libro solo refleja las experiencias de los trabajadores emigrantes varones. Jóvenes bosnios, albañiles turcos e italianos, campesinos griegos, portugueses y españoles, obreros de la construcción yugoslavos llegaban a las grandes ciudades europeas para ocupar distintos puestos de trabajo, en general rechazados por la población local. Muchos de ellos provenían de zonas empobrecidas, con clases terratenientes poderosas, gobiernos autoritarios y una política económica que destruía las industrias locales en beneficio del capital extranjero.
Los procedimientos de contratación y las condiciones de vida de los emigrantes descritas por Berger guardan cierta relación con las prácticas de los campos de concentración alemanes y rusos: exámenes médicos masivos, números tatuados en la piel, pruebas de destreza para elegir a los hombres más aptos. "Para vivir, puede vender su vida. La empresa con la que ya firmó un contrato de trabajo le proporciona cama en un dormitorio. Más de la mitad de los trabajadores emigrantes viven en alojamientos o barracones propiedad de la empresa", detalla Berger. También se aportan cifras: ya en la década de 1970, el 80% de los trabajadores emigrantes que habían llegado a Francia vivía en situación ilegal (algo que, desde siempre, abarata la mano de obra); más de la mitad de los accidentes de trabajo se producía durante el período de entrenamiento (en parte porque los afectados no conocían el idioma local); la mayoría trabajaba en jornadas diarias de doce horas.
De más está decir que la lectura de un libro como Un séptimo hombre en la actualidad adquiere un significado conmovedor y urgente. Con la crisis de refugiados, el tráfico de personas y las migraciones masivas, el cuadro que compusieron Berger y Mohr en 1970 parece incluso humanitario en comparación con el presente. Escribe Berger en 2002: "La actual concentración de poder económico mundial es más intensa que cualquier otra conocida a lo largo de la historia. Sus agentes son el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio". Un séptimo hombre (titulo tomado del primer poema del libro y de una medición que indicaba que uno de cada siete trabajadores manuales en Alemania y Gran Bretaña era un emigrante) prefigura formas de vida, y también de resistencia, con las que hoy se convive de manera dramática.
"Siempre preferiría vivir en mi propio país. Un día las cosas serán mejor allí que en el extranjero, y cuando vuelva, podré trabajar para mí mismo y me construiré una casa. Será una especie de paraíso. Si los salarios fueron un poco más elevados y todo el mundo encontrara trabajo allí, nadie se marcharía al extranjero". Ese era el anhelo de un trabajador yugoslavo en los años 1970. Hoy, para gran parte de la población mundial, la situación no cambió tanto desde entonces.
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