Un legado que invita a pensar
Por varios motivos, la apertura de las salas Guerrico en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) es una muy buena noticia. En primer lugar, porque pone en valor la totalidad del legado de Manuel José de Guerrico, coleccionista y benefactor de nuestro museo mayor en sus primeros pasos. Y, además, porque demuestra la decisión del director Guillermo Alonso de exhibir al público piezas que han estado por años en los fondos del museo.
Esta estrategia, en lo inmediato, cumple a pleno con las condiciones de una donación "con cargo de exhibición" y en el largo plazo obliga a pensar en la necesaria y urgente ampliación del MNBA, un viejo anhelo de Nelly Arrieta de Blaquier, presidenta de la Asociación Amigos de la institución. Lograr esa meta sería la mejor celebración para el Bicentenario.
Guerrico encarna el perfil del coleccionista de las primeras décadas del siglo XX; de gusto ecléctico, amplios intereses y afán de acumulación, en el concepto tan decimonónico que obligaba a tapizar de cuadros las paredes del piso al techo, como gesto de adhesión al horror vacui , furibunda herencia de la estética barroca.
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Reconocido como el primer gran coleccionista, Guerrico forma parte de una generación de compradores poderosos que viajaban a Europa en busca de tesoros artísticos, para sus casas porteñas construidas, en muchos casos, según planos trazado en París.
Una señal del poder adquisitivo de Guerrico fue la compra de Diana sorprendida , de Jules Joseph Lefebvre, una pintura académica, generosa en los desnudos de carnes níveas a la manera de Bouguereau, que el coleccionista arrebató a los franceses al hacer honor al cliché de la época. En ese tiempo, cuando se trataba de medir una fortuna, se repetía la frase acuñada quién sabe por quién: " Il est riche comme un argentin " (es rico como un argentino), en el tono que hoy se diría es rico como un ruso o como un árabe con petrodólares en la mano.
Por una circunstancia azarosa, Manuel José Guerrico amplió su pinacoteca con el conjunto más importante de obras del paisajista gallego Genaro Pérez de Villamil, algo que años atrás, con motivo de la gran retrospectiva de pintura española en el MNBA, le hizo exclamar al académico y curador español Juan Cruz Valdovinos: "No tenemos en el Prado un conjunto de esta calidad".
José Prudencio Guerrico enriqueció la colección iniciada por su padre con pinturas de la escuela de Barbizon y con el retrato de su fina estampa firmado por Joaquín de Sorolla y Bastida, que siguiendo una tradición no escrita, lo consagraba en su vocación de gran coleccionista.
La presentación de ayer, hecha con solvencia profesional por María Isabel Baldassare, responde al mismo rigor museológico con que ha sido colgado y está exhibido el legado de los Guerrico.