Un Lacan secreto
Con estilo ameno y accesible, Élisabeth Roudinesco presenta un retrato íntimo del psicoanalista francés y explica también algunas claves de su pensamiento
Elisabeth Roudinesco es hoy mundialmente conocida por sus trabajos sobre la historia del psicoanálisis en Francia, por su libro sobre Jacques Lacan y sus obras posteriores como historiadora, pero también como una polemista de peso en su defensa del psicoanálisis (por ejemplo, en el tratamiento del autismo infantil, que en Francia ha sido desaconsejado oficialmente por el Ministerio de Salud del gobierno de Sarkozy) y de todos los movimientos que podrían llamarse de "liberación": de la mujer, de los homosexuales, de todas las minorías, sexuales o étnicas. Profesora de la Universidad de París VII y de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, ha fundado y es presidenta de la Sociedad de Historia del Psicoanálisis que cuenta con filiales en innumerables países, formadas sobre todo por miembros de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Colaboradora del periódico Le Monde, reseña episódicamente en sus páginas culturales la actualidad psicoanalítica y la aparición de cada seminario de Lacan establecida por Jacques-Alain Miller.
Este libro, según ella misma escribe, desarrolla una reflexión personal y no se trata pues de un libro de historia o científico. Al comenzar, Roudinesco se coloca a sí misma bajo la advocación de Marc Bloch, uno de los historiadores más eminentes del siglo XX, fusilado por los nazis, fundador junto a Lucien Febvre de la Escuela de los Anales, que revolucionó no sólo en Francia sino en todo el mundo occidental la concepción de la historia. Marc Bloch pregunta en esa cita a partidarios y enemigos de Robespierre: "Díganme tan sólo: ¿quién fue?"
De este modo se abre este ensayo, con una pregunta por quién fue Lacan, a quien la autora conoció personalmente de niña (ya que es hija de Jenny Aubry, figura tutelar del psicoanálisis de niños en Francia y primera jefa de psiquiatría infantil que abrió su servicio a psicoanalistas no médicos, habilitándolos a emprender curas de niños y sus familias). Y a quien trató de adulta, ya que es miembro desde su fundación de la Escuela Freudiana de París, donde ingresó al comienzo no como analista sino como lingüista y escritora. En esa época y hasta la muerte de Lacan, fue también, como Jacques-Alain Miller, discípula de Louis Althusser. En los años 90 mantuvo una amistad teórica con Jacques Derrida con quien publicó un libro de diálogos, ejercicio en que el gran filósofo descollaba, lo que no puede, a ciencia cierta, afirmarse de Jacques Lacan. Pero, ¿es eso lo que importa? Roudinesco admite explícitamente que sin él, el psicoanálisis en Francia se habría convertido en una psicología médica, administradora de test y evaluaciones.
Una cuestión de gran pertinencia que la autora es una de las pocas en plantear es la siguiente. Lacan se habría planteado cómo era posible el psicoanálisis después de Auschwitz. Para Roudinesco es ése el hilo que une el seminario sobre Antígona con el ensayo "Kant con Sade". Mientras que para Freud el cometido fue, al comienzo, analizar la libido reprimida en los significantes de los síntomas, hoy en día el legado envenenado de las experiencias totalitarias y la capacidad del género humano de poner fin a su historia gracias al dominio de la fisión nuclear, o por los efectos sin retorno de la actividad industrial en el clima de la Tierra, plantean la necesidad de poner en cuestión la aparición tanto de un empuje al goce sexual sin trabas como de un goce de la muerte ciertamente más difíciles de analizar, ya que no pertenecen al inconsciente reprimido.
Luego de mayo de 1968 Francia conoció un gran movimiento de cuestionamiento de la sociedad: Universidad, psiquiatría, lugar de la mujer. Y muchos de esos movimientos abrevaron en la enseñanza de Lacan, sus miembros más conspicuos se hicieron sus discípulos, lo que éste aceptó, pero sin admitir jamás que el psicoanálisis podía ser revolucionario o socialmente emancipador. Antes bien, les espetó sin reparos que buscaban un nuevo amo, peor que el actual. Al igual que Freud, Lacan era indiferente en materia política -sus discípulos más cercanos podían ser de origen jesuita o de izquierda- salvo en lo que hace a la total autonomía del psicoanálisis respecto de cualquier ideal social, y su herencia teórica es más bien una paradoja largamente elaborada: la enseñanza de Freud y la suya son hijas de las Luces, de la ciencia matemática de la naturaleza. Sin embargo, lo que pone hoy en peligro la existencia misma de esa enseñanza y de sus efectos en la sociedad es el discurso totalizante de la ciencia, que pretende explicar al ser hablante y la cultura por el funcionamiento del cerebro. El gesto emancipador del galileismo: "El libro de los cielos está escrito en caracteres matemáticos", prolongado por la geometría analítica cartesiana que tuvo como efecto unificar el espacio infinito (Alexandre Koyré), se ha vuelto, en lo que se erige como "teoría del espíritu", exactamente su contrario.
Al escribir que después de 1970 Lacan se repite en una jerga oscura de invención de neologismos, la autora, empero, sólo puede generar rechazo en los analistas que diariamente se abocan a su obra a fin de dirigir su práctica de la cura. La topología es la única teoría del espacio que le da al psicoanálisis el lugar de su objeto, problematizando su relación con el significante; los "neologismos" son creaciones del inconsciente freudiano, donde éste esconde el goce de los síntomas. El recurso a la matemática -criticado ciertamente por algunos grandes analistas- le permitió trabajar espacios no cubiertos por la lingüística y, lejos de "entregarse" al positivismo lógico, el uso de la lógica matemática y de la teoría conjuntista permitió a Lacan refundar el sujeto del inconsciente, realizando al mismo tiempo una crítica en acto de todo cerco logicista de un universo del discurso.
Finalmente, lo que explica la obra de un genio está en su letra misma, no en su biografía ni en sus notas de lectura. Todos los grandes teóricos, de Platón a Hegel, o los grandes escritores, de Virgilio a Proust, leyeron "mal" a sus antecesores. Felizmente.
Lacan, frente y contra todo Élisabeth Roudinesco
Héctor Yankelevich