Un francés recreó obras maestras del arte universal con muñecos Playmobil
De movilidad limitada a cabeza, brazos y piernas, los muñecos Playmobil, emblema de la infancia para varias generaciones, presentan un semblante estático que podría recordar a esa suerte de estado petrificado que adquiere un modelo en pose al ser retratado por un artista. Tomando a estos juguetes de poco más de siete centímetros como musas, el francés Pierre-Adrien Sollier recreó grandes obras maestras de la pintura universal en nuevos cuadros que exhibe en la galería virtual www.solliergallery.com
De notable atractivo visual, el resultado adquiere tintes humorísticos a la par que metafóricos. En su versión de La lechera, de Vermeer, la falta de articulación en las muñecas de una figurita de Playmobil le impide replicar la delicadeza con que la figura original vierte el líquido sobre un recipiente, aunque a la recreación se suma la sonrisa propia del juguete, ausente en el cuadro de 1600. El característico quiebre de cadera de estos muñecos también impide reflejar fielmente la actitud de los cuerpos desplomados de los caídos en la revuelta que retrata La libertad guiando al pueblo, que Delacroix pintó en 1830, aunque el artista logra evocar aquella atmósfera, composición y paleta.
Las meninas de Velázquez -con flores en sus peinados-, La Gioconda de Da Vinci -de la que no hay dudas sobre su sonrisa- y reinterpretaciones de autorretratos de Frida Kahlo o Yayoi Kusama son algunas de las cerca de treinta piezas del autor que pueden verse en la web.
Avatares de la especie humana
El artista, que es también diseñador gráfico y que de niño jugó muy poco con Playmobil, comenzó a utilizarlos cuando se dedicaba a la animación en Londres para medir luces y proporciones. Tras ello, llegó su primera conjugación entre arte y juguetes en 2007, con una versión de La balsa de la Medusa, de Géricault. En diálogo con LA NACION, Sollier se refiere al germen de este proyecto: "Quería crear una imagen contemporánea de esta pintura tan dramática y romántica, pero con los personajes convertidos en Playmobiles la encontré divertida, cínica y metafórica. El Playmobil, como un emoji, ejerce de símbolo visual de un lenguaje universal y el fuerte poder de identificación con él proviene de su mínima expresión: esos dos puntos para los ojos y esa legendaria sonrisa, que son el diseño mínimo de un rostro. Esa forma de moverse, todo hecho en plástico, lo convirtió en un avatar muy contemporáneo de la especie humana, y el resultado del cuadro fue en cierto modo una parodia de nuestro tiempo con un personaje plástico casi indestructible que sigue sonriendo a pesar de los hechos".
La composición de la réplica de Géricault fue para el artista un desafío técnico debido a la cantidad de personajes. Incluyó a varios modelos y estudió luces y sombras. "De alguna manera, lo hice al modo de los viejos maestros del arte, que solían utilizar pequeñas figuras de arcilla, como en la escuela veneciana, para las grandes escenas clásicas. Leí también que Géricault trabajó con ingenieros marítimos para imaginar la escena, usando también modelos de barcos pequeños, y que utilizó un cadáver de la morgue de la Facultad de Medicina para estudiar la luz y la reproducción del color", agrega el pintor.
Con la intención de proponer "un viaje en el tiempo" por la historia del arte, el francés revisa estilos y autores. En Vincent, pintura que Van Gogh realizó en 1889, el creador de Los girasoles y La noche estrellada se inmortalizaba a sí mismo con un rictus y expresión penumbrosa que Pierre-Adrien Sollier procuró imitar con un modelo Playmobil con barba y bigote rojizos que ocultan la eterna sonrisa del juguete.
De los retratos individuales, el pintor pasa a obras con varios individuos, como en Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte, de Seurat –en la que pasean por el césped damas Playmobil con abultados vestidos y paraguas que las protegen del sol–; o en el complejo entramado de Las tentaciones de San Antonio, de El Bosco.
En su proceso técnico, Sollier toma en ocasiones imágenes de los muñecos por separado y luego los agrupa con Photoshop para crear una composición que usará como guía, sobre todo en escenas de varios personajes. "La primera etapa es una mezcla de dibujo y material numérico para tener una idea precisa de las proporciones, los colores y el tamaño del lienzo. Después de eso, dibujo la forma de la composición definiendo con precisión los rangos de color", cuenta.
El dominio de la perspectiva y la reproducción de técnicas pictóricas complejas son los principales desafíos a la hora de reproducir el trabajo de los maestros. "Siempre encuentro la manera de obtener una impresión general. Por ejemplo, mientras pintaba La Mona Lisa, enfaticé en el equilibrio de las zonas de luz y sombra, y para La última cena, una perspectiva frontal donde el trabajo de composición fue mucho más fácil", agrega.
Sin tergiversar la expresión facial icónica de sus avatares, el francés se permite licencias en los peinados de algunos de sus retratados, entre los que se encuentran Salvador Dalí, Jackson Pollock, Basquiat o Andy Wharhol, al que pintó con su cabellera blanca entre cajas Brillo de fondo. Sobre este último, el artista señala: "No podría imaginarme contar una historia del arte con un juguete de plástico sin rendir homenaje al padre de la cultura pop, ya que la sociedad de consumo es una inspiración para muchos artistas", señala el pintor, quien considera que para la gente de su generación, que creció con los Playmobil, sus obras se presentan como una dulce evocación a los tiempos de la infancia.
Entre sus próximos desafíos se encuentran el retrato de Arnolfini, de Van Eyck; El jardín de las delicias, de El Bosco y La torre Babel, de Bruegel.
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