Un Formentor para Alberto Manguel, "el lazarillo que nos ayuda a descubrir los libros"
El director de la Biblioteca Nacional ganó ayer el prestigioso galardón de Mallorca que obtuvieron Borges y Piglia; su palabra y la del jurado
MADRID.- Alberto Manguel regresaba a la Argentina luego de cumplir con un compromiso en Brasil cuando recibió un mail de la Fundación Formentor. Le solicitaban ponerse en contacto con ellos con suma urgencia. El escritor les dio el teléfono de su casa y subió a un avión. Ayer conocía la noticia no bien regresaba a su hogar, en Buenos Aires: "Pensé que era una broma. Estoy encantado", dijo a LA NACION horas después de que fue distinguido con el prestigioso lauro que acudirá a recoger en septiembre a Mallorca. "Es una isla llena de fantasmas", precisó el escritor, ya que allí vivieron Jorge Luis Borges, cuando era joven -más precisamente en el pueblo de Valldemosa, el mismo de Chopin-, y el británico Robert Graves, quien también fue su amigo.
Manguel ingresa de este modo en un selecto club de autores argentinos ganadores del Formentor, quienes no solamente se dedicaron a crear, sino también a enseñar literatura: Jorge Luis Borges (en 1961) y Ricardo Piglia (en 2015).
El premio surgió en 1961, impulsado por el editor Carlos Barral y Camilo José Cela. En 1967, cesó de otorgarse, como también quedaron suspendidos los encuentros emblemáticos que rodeaban la ceremonia, organizados en un fastuoso hotel, a metros del mar. El silencio se prolongó hasta 2011 cuando la distinción (que además del prestigio consiste en un cheque de 50.000 euros) renació con el patrocinio de la familia Barceló, propietaria del hotel Barceló Formentor, y los Buadas, antiguos dueños del sitio, testigos en los años 60 de las distinciones a Samuel Beckett, Witold Gombrowicz y Saul Bellow, entre otros. "En la primera etapa quien inauguró el premio fue un argentino [Borges] y lo cerró un escritor polaco que residía en ese país [Gombrowicz]. Es importante la contribución de la Argentina al pensamiento y a la literatura en español, pero la filosofía del premio no busca países ni géneros, sino que ha querido la buena fortuna que encontráramos a los ganadores en la Argentina", dijo a LA NACION el presidente del jurado, Basilio Baltasar.
El flamante ganador, director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, reflexionó sobre aquel conocimiento y pasión sobre el objeto y la acción por los que obtuvo el lauro: el libro y la lectura. Para el jurado, la labor de Manguel permite que el libro recobre el respeto que parecía haber perdido. "Somos muchos los que creemos en el valor del libro, como ha quedado recién demostrado en la Feria Internacional de Buenos Aires. Había una muchedumbre interesada, y no en literatura de consumo, sino en libros con profundidad y superficie. No estamos en el ocaso del libro, nunca lo hemos estado. Sí lo que hemos perdido es el sentido del prestigio del acto intelectual. Hoy lo que tiene prestigio es lo contrario, y lo vemos en los tuits absurdos de Donald Trump, que ni siquiera están escritos en una lengua racional. Son manifestaciones de emociones irracionales. La verdad ya no está en textos razonados, gramaticalmente correctos, con cierto estilo y belleza, sino en los aullidos y en los pronunciamientos de alguien como él", opina Manguel.
Aunque en su casa no tenga televisión ni utilice celular, Manguel es un estudioso de las tecnologías y el impacto que éstas tienen en nuestra forma de comunicarnos. Las redes sociales están habitadas -según cree el intelectual- por amigos virtuales que en nada nos consuelan y que pocas o nulas soluciones nos brindan en un mundo complejo, ante una existencia solitaria. Sin embargo, la lectura le ha brindado a Manguel amigos verdaderos, es decir que, de modo contrario a la idea de que leer es un acto solitario, él dialoga con estas criaturas a las que considera mucho más reales que los amigos endebles y volátiles de las redes. "Quien más me aconseja es Alicia [la protagonista de la obra de Lewis Carroll], porque es la voz de lo racional en un mundo irracional, y esta niña no acepta lo que ve, lo absurdo", confiesa, y destaca un rasgo clave de este personaje al que le dedicó un exhaustivo ensayo en Una historia natural de la curiosidad. También considera amigo cercano a Tristram Shandy, del irlandés Laurence Sterne, el más divertido de la literatura occidental.
"Buscamos ampliar el territorio literario y, así como en las primeras ediciones recibieron el premio novelistas, nos parece muy importante incorporar a estos hombres de letras que han desarrollado una erudición y una penetración con su obra, al mismo tiempo que ensalza la figura del libro y ayuda a comprenderla. La filosofía del premio Formentor encuentra en Alberto Manguel una doble confirmación. Por un lado, la excelencia y el virtuosismo, y por el otro, esa doble revelación biográfica en la que Manguel fue, de algún modo, el gran lazarillo de Borges. Del mismo modo nos está ayudando a nosotros a descubrir los libros", argumentó el presidente del jurado. Pero Manguel no se considera un erudito. Tampoco se refiere a sí mismo como académico. "Hay investigadores que se pasan la vida estudiando. Yo no hago ese trabajo. No sé hacerlo. Soy apenas un goloso de esta actividad que tanto aprecio."