Un exceso
Una breve y linda historia de éxito. Hace poco, cuando volvía del centro, me confundí con la cartelería de la Autopista Illia y me pasé un poco del límite de velocidad. Digo que me confundí porque respeto esos límites, haya o no haya cámaras. Y los respeto porque la ley de Conservación de la Energía no se discute. La única vez que no respeté esos límites fue el 4 de septiembre de 2004 a la 1 AM, cuando llevé a quien es hoy mi esposa en estado crítico al hospital.
Cuando me llegó el aviso de la infracción, fui a pagar voluntariamente. Pero no resultó fácil. El sitio se cayó varias veces e incluso el portal de pagos terminó con un error inesperado. Cosa que, luego de haber abonado, a uno le deja la duda de si volver a pagar o no. Esperé (nada es más prudente, con las computadoras), y como no llegaba el comprobante, volví a hacer el trámite. Esta vez, funcionó. Me ofrecieron recuperar los puntos. Para eso había que hacer un curso de 20 minutos y luego un examen para el que solo te dan una chance (eso está bien). No tenía 20 minutos y soy muy prudente al volante, así que fui al examen directamente. Preguntas para nada fáciles, pero si sabés manejar lo sacás en 15 segundos. ¿Y adivinen qué? Aprobé. Por fortuna, en este caso, el exceso de velocidad no está penado.
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