Un espía en el desierto
Entre la novela y la biografía, Aguinis y Perednik recuerdan a un líder israelí que jugó un papel crucial en la Gran Guerra
Tras una ardua negociación, en 1967 el mayor Shlomo Ben-Elcaná logró que el Mossad apruebe y, con ello, dé apoyo logístico a su proyecto de encontrar e identificar el cadáver de Absalom Feinberg, intento calificado de delirante por la oficialidad del ejército israelí con el argumento de que su muerte y posterior entierro, llevada a cabo presuntamente por un grupo de beduinos, había ocurrido cincuenta años atrás, en algún lugar del desierto del Sinaí. Si hallar los restos resultaba problemático, más dificultoso aún resultaba poder verificar de modo indubitable que se trataba de los suyos. Los cuestionamientos perdían valor al evocar la destacada lucha de Feinberg, que tuvo el efecto de poner fin a la brutal opresión ejercida sobre los judíos por el Imperio otomano, en poder de Palestina, lo que daba otro valor a la aventura arqueológica de recuperar su cadáver.
Basados en hechos reales, Marcos Aguinis y Gustavo Perednik desarrollaron esta novela, Sabra. Solo contra un imperio, reconstruyendo los veintisiete años vividos por Absalom Feinberg, apodado Absha desde niño, y reconocido, por sus características personales, como sabra. En hebreo, "cactus", con el sentido de algo espinoso y rígido por fuera "y dulce como la miel" por dentro.
La historia describe sus estadías en París, en donde estudió y, aún adolescente, trabó amistad con referentes de la cultura, como Charles Péguy, Henri Bergson, Romain Rolland y Jacques Maritain, de gran influencia en su formación. Sin embargo, el encuentro de mayor trascendencia ocurrió en Palestina, cuando, a poco de regresar, próximo a cumplir veinte años, traba amistad con el ingeniero Aarón Aaronsohn, unos quince años mayor que Absha. Por sus notables conocimientos de agronomía y botánica, Aaronsohn ya era una celebridad mundial. En la región, los turcos le permitían algunos privilegios a cambio de que continuara con su efectivo programa para combatir las plagas de langostas que arrasaban los cultivos. Lejos estaban de imaginar que bajo esa actividad ocultaba otra, que consistía en acopiar datos sobre los movimientos y posiciones de las tropas de ocupación y hacerlos llegar a jefes del ejército británico, en lucha contra los otomanos y fuerzas de Alemania, su aliada. Consolidado en estos operativos, el científico crea el Nili, la legendaria organización de espionaje y resistencia y, con esa información confidencial, Absha lo visita y le expresa su deseo de unirse al grupo, algo que Aaronsohn acepta, impresionado por la férrea determinación del muchacho, sumada a la templanza y a un pensamiento claro y maduro. Siempre ha sabido que está frente a un sabra.
La narración vuelve a la empeñosa búsqueda encarada por Elcaná, quien evalúa recuerdos de Yosef Lishansky, que cabalgaba en el desierto junto a Absha -quería llegar a El Cairo para entrevistarse con jefes militares británicos- y logra huir después de ver desplomarse a su compañero cerca de unas palmeras. Ubicado el sitio, Elcaná ordenó realizar excavaciones, en una de las cuales aparecieron los huesos. Su identificación, luego, se concretó positivamente mediante referencias físicas que aportaron Rivka y Tsila, la viuda y hermana, respectivamente, de Absha. Resta sólo el misterio de los mensajes que a lo largo de toda la investigación ha estado recibiendo el mayor, sugiriéndole, con el tono gentil de Absha, que abandone su propósito. Al pie, se leen las iniciales A.F., las del protagonista del relato. Para Elcaná, hay varios sospechosos y la situación le confiere a la última parte del libro el clima de obra policial, incluido un descubrimiento imprevisible.
Sabra
Marcos Aguinis y Gustavo Perednik
Sudamericana
334 páginas
$ 189
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