Un escritor sin rodeos
En un nuevo gesto poético, Nicanor Parra no atendió el teléfono para escuchar que era el ganador del Premio Cervantes. Recibió la noticia a través de su nieto, Cristóbal Ugarte, que cuenta: "Cada vez que voy a verlo es como ir a la universidad. Se aprende un montón con él".
A los 97 años, Nicanor es la vívida imagen de una ruptura que él mismo se encargó de explicar hace más de medio siglo: "Hay que escribir como habla el lector". Así, sus Antipoemas son una combinación desafiante de humor e inteligencia, condiciones inseparables en su obra: "Digo las cosas tales como son/ O lo sabemos todo de antemano/ O no sabremos nunca absolutamente nada// Lo único que nos está permitido/ Es aprender a hablar correctamente".
Cuando, en 1954, dio a conocer su obra fundamental (y fundacional), Poemas y antipoemas, demostró con los hechos estar en contra de "la forma afectada del lenguaje tradicional poético" en pos de una poesía a base de "hechos".
Ser matemático, físico y profesor de mecánica racional hasta los 80 y pico le dio elementos suficientes como para no dar rodeos para decir algo. Y lo hace con humor, no con cinismo, y ése es tal vez el termómetro más exacto para medir la inteligencia: "La izquierda y la derecha unidas/ jamás serán vencidas", escribió.
Escuela
Profundo conocedor y deconstructor del endecasílabo –influenciado por la poesía inglesa dialoguista de W.H. Auden– y empecinado en no "adornar" sus versos e incluso entregarse al chiste, Parra fundó una escuela que, lentamente, ganó seguidores en su país, un país de grandes poetas, y también en la Argentina, Uruguay y los Estados Unidos, donde recibió el apoyo y la difusión de los poetas beatniks Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, que lo tradujeron y adaptaron.
La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Obra gruesa (1969), Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Hojas de Parra (1985) son parte esencial de su obra junto con Artefactos (1972), una colección de silogismos y chistes a partir de collages y dibujos.
Este premio no sólo reafirma un apellido célebre para la cultura de Chile y el continente; también impulsa la relectura de una obra fundamental que demuestra que no es imprescindible ser formal para ser profundo.