Un enigma criminal
En un nuevo policial, Vicente Battista recupera uno de sus personajes, el periodista Benavides, que investiga esta vez el asesinato de un adolescente de clase alta
Tan difundido como razonable es aquello de que no se debe revelar cómo concluye una novela policial. Pero, sin entrar en detalles, anticipamos que en ésta no hay un final feliz. En el género, es muy difícil encontrar algo así como para soslayarlo. Hay otra singularidad: los 36 capítulos que integran este libro llevan por título el de películas: El ciudadano , Tener y no tener , Apocalypse Now , El silencio de los inocentes , Sexo, mentiras y video , etc., y el contenido de esos tramos está en relación con los títulos. Vicente Battista (Buenos Aires, 1940) tiene un largo recorrido literario, con obras de teatro y narrativa y seis novelas. A Ojos que no ven lo precedió, en 2009, Cuaderno del ausente , cuyo protagonista, Raúl Benavides, reaparece en este nuevo libro.
Benavides, oriundo de Lobos, se vino a la Capital a probar suerte como periodista y logró integrarse al plantel de Policiales de Impacto , un semanario sensacionalista. Un día, su jefe, el veterano Di Salvo, le entrega un sobre con una fotografía y le pide 60 líneas para tratar de reflotar un misterioso episodio. La imagen es la del cuerpo de un adolescente sobre un charco de sangre. Di Salvo le explica que se llamaba Juan Ignacio Araóz, que el hecho ocurrió hace tres años, cuando el muchacho fue encontrado muerto en el patio de un club privado y que, salvo la confirmación de que había caído desde la azotea, nunca se aclaró si se trató de accidente, suicidio o asesinato. El asunto -agrega- tuvo mucha repercusión porque el chico pertenecía a una tradicional familia porteña. El breve texto que Benavides escribe tiene varios efectos, entre ellos, la aparición de la madre de Ignacio, una mujer muy estructurada y agresiva, con la certeza de que su hijo ha sido asesinado. Inicia una investigación en el club, donde conoce a Fagot, un personaje que se presenta como intendente de la sede social en la que, además, vive. Explica que el muchacho frecuentaba el club con otros compañeros de colegio, por un arreglo para que los alumnos usaran el gimnasio y la pileta de natación. Vuelca todo esto en notas sucesivas, que rápidamente lo posicionan como periodista estrella, y es invitado a los programas de Susana Giménez y Neustadt.
También conoce a Paula Grimaldi, que ha sido profesora de literatura de Ignacio y que le proporciona a Benavides un dato muy significativo: la atracción -poco común a los 15 años- que el joven sentía por el escritor japonés Yukio Mishima, quien reveló su homosexualidad en un acto público en el que se suicidó ritualmente. Siguen diversos episodios, incluida una muerte también enigmática y que lo toca muy de cerca. Por último, todo se da vuelta de un modo insospechado a partir de la confesión y la muy explícita amenaza de un hombre más siniestro y temible de lo que el periodista había calculado. Y Benavides, en segundos, deja de ser redactor estrella y se convierte en despedido. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia. O no.
Ojos que no ven