Un encuentro fortuito
En su primera novela, Selva Almada narra una historia agobiante en el litoral argentino
El viento que arrasa , la primera novela de la escritora entrerriana Selva Almada (1973), invita a revisitar la transitada temática, como gustan decir algunos, de las literaturas regionales o de provincias. La autora ha contado en diferentes oportunidades que mientras vivía en Villa Elisa, su pueblo natal, sólo escribía cuentos urbanos debido al rechazo que le producían los autores localistas, y que pudo concebirse como una escritora de provincia una vez que se instaló en Buenos Aires. La distancia geográfica le permitió reconstruir su lugar y apropiarse de él, reivindicarlo por sus posibilidades narrativas, significarlo con un lenguaje e historias que pertenecen a su espacio referencial. Una provincia -escribe en la contratapa de su libro de relatos Una chica de provincia - "es una cierta manera de entender el mundo y un lugar desde donde mirarlo".
El viento que arrasa narra el encuentro fortuito entre cuatro personajes durante un día y una noche. El reverendo Pearson, un sacerdote protestante, recorre junto con su hija Leni (Elena), de dieciséis años, el litoral argentino llevando la fe y la palabra de Cristo, visitando pequeñas comunidades olvidadas por el gobierno y por la religión. En el cruce de Entre Ríos al Chaco se les rompe el auto, y son remolcados hasta las afueras del pueblo más cercano, al taller del Gringo Brauer, que vive allí entre carrocerías siniestradas y perros sueltos, en compañía de Tapioca, un muchachito de la misma edad que Leni. Tapioca acompaña a Brauer desde que lo dejó la madre para ir a buscar trabajo a Rosario y nunca regresó. El Reverendo es un probado orador, sus sermones son siempre memorables y goza de una gran reputación en su Iglesia. Cuando lo conoce a Tapioca -y mientras esperan que Brauer les arregle el auto-, decide que será su heredero espiritual, y quiere llevarlo con él. Esta decisión desencadena no sólo la oposición del Gringo, sino que también desata deseos, rencores, recuerdos, complicidades momentáneas y conversaciones. Sopla un viento caliente "como el aliento del diablo", el calor agobiante prepara el terreno y una tormenta eléctrica, casi bíblica, monta luego un nuevo escenario para la lucha física entre el Reverendo y el Gringo, en la que van a dirimir puntos de vista, mezquindades y, finalmente, fuerzas.
Almada narra un pequeño mundo de deseos apenas entrevistos, manifestados a medias, pensados en la intimidad que deja asomar el discurso indirecto libre. En el universo interior de los adolescentes bullen miedos, cierto desamparo y contradicciones. Leni, por ejemplo, admira al Reverendo, pero se siente decepcionada y resentida ante el padre, dualidad que regula su vida. Sin hogar fijo -salvo el auto- ni memoria de la infancia, la joven sí conserva el recuerdo de su madre, a quien su padre la obligó a abandonar. Aquí, las mujeres no tienen opciones; las historias familiares se cifran en vínculos rotos, en abandonos mediados casi siempre por un vehículo (un auto, un camión que se aleja). En gran medida, la vida y los destinos de los personajes dependen menos de sus voluntades que de las decisiones de los otros y de su aceptación.
La historia de El viento que arrasa habla, entre otras cosas, de temas universales como el poder de la palabra, la decisión que cambia para siempre una vida y las relaciones entre padres e hijos. La mirada aguda y sensible de Selva Almada se deja influenciar por cierto aire de la literatura del sur de Estados Unidos, con la que comparte los temas rurales y el tono religioso. Esto, que es evidente en el comienzo de la novela, desaparece gradualmente a medida que avanza la trama, permitiendo que maduren la voz y la historia y que se afiance, contundente, la escritura.
lanacionarEL VIENTO QUE ARRASA
Más leídas de Cultura
Martín Caparrós. "Intenté ser todo lo impúdico que podía ser"
“La Mujer Gato”. Eduardo Costantini logró otro récord para Leonora Carrington al pagar US$11,38 millones por una escultura
Malba tiene nuevo director. “Que la gente salga de donde esté para visitar Buenos Aires”, dice el brasileño Rodrigo Moura