Un editorialista con plumín, serio hasta para hacer reír
Deja un lugar vacío para siempre en el periodismo argentino. Solo él fue capaz de escribir con la línea editoriales que iban mucho más allá de las palabras. Su manera de dibujar, sintética e inteligente, sumaba datos y enriquecía el perfil con asociaciones salidas de una mente brillante y de una cultura enciclopédica. La música era una de sus pasiones. De eso hablaba en las sobremesas, cuando compartimos con escritores y periodistas un viaje a París para una edición de la Feria del Libro. Inolvidable.
Fuera del contexto de la redacción, rumiaba las ideas que serían la materia de sus dibujos cotidianos y las pinturas que expuso por última vez en el Museo del Humor de la Costanera Sur a comienzos de este año. Su trazo certero tenía la fuerza de un latigazo y era siempre una columna de opinión; decir lo máximo con lo mínimo es, en su caso, una matriz estética deudora de los expresionistas alemanes.
Corrosivo y personalísimo, dibujaba a Gardel enmascarado o en bandeja de plata, sostenido por Néstor Kirchner. Borges, Cortázar y Troilo alcanzaron en sus dibujos una dimensión propia; la categoría de figuras icónicas, humanos alados. Esa cruza inventada de personajes y situaciones lo ubican en un casillero propio, dueño de un estilo inclasificable. Era un lobo solitario y un humorista elegante, en el podio de grandes como Fontanarrosa, Guinzburg y Tato Bores. Serio hasta para hacer reír.
Además del nombre –solo un uruguayo puede llamarse Hermenegildo– Menchi tenía ese estilo discreto y austero de los orientales, el sello inconfundible de un país pequeño con artistas enormes, como Torres García, Barradas, Cúneo y Figari.
En su territorio no cabían las medias tintas, tal vez por eso los rótulos le son esquivos. Fue un dibujante dotado: a los 12 años retrató a Rubén Darío y empezó la historia ya mítica de su talento, una combinación de olfato periodístico para ver bajo el agua y la valentía para expresarlo. Ganó premios internacionales: el Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia, el de la Fundación Nuevo Periodismo de García Márquez y el año último, el Konex de Brillante.
En las reuniones de la Academia de Periodismo ejercía la presidencia con el mismo estilo austero. Esa manera personal con la que sueñan los artistas desde tiempos de Piero Della Francesca, le dio la oportunidad única de hacer de la caricatura un arte mayor.
La autora es crítica de arte y miembro de la Academia Nacional de Periodismo