Un día después de recibir el Konex, murió la escritora Graciela Maturo
A los 96 años, el martes había sido reconocida por su labor en la categoría ensayo literario con un diploma al mérito; investigadora cortazariana, escribió además sobre la obra de García Márquez, Leopoldo Marechal y Alejandra Pizarnik
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Ayer, a los 96 años, falleció en la ciudad de Buenos Aires la profesora y escritora Graciela Maturo. Su familia confirmó la noticia a LA NACION. Un día antes, el martes, había recibido el Diploma de Honor de la Fundación Konex en la categoría de ensayo literario; asistió a la ceremonia acompañada por su hija, Mercedes Sola. Había nacido el 15 de agosto de 1928 en la ciudad de Santa Fe. Su padre, Domingo Maturo, fue uno de los fundadores de la carrera de Ingeniería Química en la Universidad Nacional del Litoral.
A los dieciocho años, se casó con el poeta y profesor Alfonso Sola González, con quien tuvo seis hijos. “Hice toda mi carrera cuidando a mis niños, lo que puso a prueba mi vocación intelectual”, le dijo al director de la revista Aleph, el poeta colombiano Carlos-Enrique Ruiz, en 2007. La entrevista se puede leer en este enlace. La segunda pareja de Maturo fue Eduardo Azcuy.
Maturo fue una de las primeras investigadoras “cortazarianas” (durante la década de 1960, mantuvo correspondencia con el autor de Bestiario) y también unas de las primeras en destacar la importancia de la obra del colombiano Gabriel García Márquez. Sus libros Julio Cortázar y el hombre nuevo, de 1968, y Claves simbólicas de García Márquez, de 1972, dan prueba de ello. También escribió ensayos sobre Garcilaso de la Vega, Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal (al que conoció y sobre el que indagó su “perfil místico”), Ernesto Sabato, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, entre otros autores. Este año, Eudeba publicó su tesis doctoral Ruy Díaz de Guzmán, defensor de la identidad indiana, y en 2019, Prometeo lanzó el extraordinario América, lugar de la poesía.
Licenciada y profesora en Letras por la Universidad Nacional de Cuyo (Uncuyo) y doctora en Letras por la Universidad del Salvador (USAL), fue profesora universitaria en renombradas casas de estudios superiores como la Universidad de Buenos Aires, la Uncuyo, la USAL y la Universidad Católica Argentina (UCA), entre otras; investigadora principal del Conicet y dio clases en escuelas secundarias e institutos terciarios en la ciudad de Mendoza, entre 1955 y 1967. Como profesora invitada, dictó cursos y seminarios en universidades de la Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Perú, Venezuela, España y la República Checa. En sus clases y ensayos, difundió la obra de pensadores como Mijail Bajtin, Paul Ricouer, Hans-Georg Gadamer, Rodolfo Kusch y Gaston Bachelard, desde una consciente perspectiva latinoamericana.
En 1970 fundó el Centro de Estudios Latinoamericanos; dirigió las revistas Azor (Mendoza, 1960-1965) y Megafón (San Antonio de Padua-Buenos Aires, 1975-1989), y la colección Estudios Latinoamericanos editada por Fernando García Cambeiro. En 1989, fundó el Centro de Estudios Iberoamericanos de la UCA, entre otros grupos y centros de estudio. Coordinó congresos, foros y jornadas de trabajo en diversas instituciones. Promovió y dirigió las Jornadas de Homenaje a Paul Ricoeur (este pensador francés influyó en sus trabajos de “crítica hermenéutica”), al que invitó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en octubre de 1983. Fue directora de la Biblioteca Nacional de Maestros (de 1990 a 1993) e integró la Asociación Argentina de Fenomenología y Hermenéutica, el Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli”, la Sociedad Argentina de Escritores y otras instituciones culturales.
“América Latina está necesitando una gran renovación educativa, con un acento fundamental en la filosofía y las artes -remarcó Maturo en la mencionada entrevista-. Lo dicho por Dostoievski, de que ‘el arte salvará al mundo’, quizá no deba tomarse a la letra, pero tiene razón de ser, porque en la medida en la que se han debilitado las religiones, o los sistemas de enseñanza de valores, el arte ha quedado como un refugio, y el artista sin necesidad de ubicarse en un determinado dogmatismo siempre está transmitiendo valores, como el amor a la belleza, al bien y a la verdad, que son inherentes a la condición humana y al arte, incluso en los casos en que el artista los utiliza a la inversa. El artista puede profundizar en vías contrarias, pero al final produce una conciencia. El arte, entonces, es profundamente educativo”.
Por su obra poética y ensayística, recibió muchas distinciones, entre ellas, el Premio de Poesía “Laurel”, de Córdoba, en 1958; el Premio Municipal de Mendoza, en 1960; la Faja de Honor de la SADE, en 1984; el Premio Leoncio Gianello de la Asociación Santafesina de Escritores, en 1987, por Cantos de Orfeo y Eurídice; el Premio del Fondo Nacional de las Artes, en 1998 por su ensayo Marechal: el camino de la belleza; el Premio al Mérito de la Universidad del Zulia, en 2008, y en 2014, el Premio Rosa de Cobre, de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. En 2020 obtuvo en China el premio de poesía Kakiu Penn Warren al mejor poeta extranjero. Una aproximación a su poesía se encuentra en las páginas de La poética de Graciela Maturo. Lírica, metafísica, mística, de Amalia Mercedes Abaria.
“Graciela Maturo sueña que vuela, persiguiendo en el espacio los latidos perdidos de este mundo -dice el poeta Leopoldo ‘Teuco’ Castilla a LA NACION-. Los que, maravillada, buscaba en sus versos iluminados por una enardecida delicadeza. Muy pocos escritores ahondaron con tanta certitud sobre la condición pánica y visionaria de la poesía a la que le exigía el mismo riesgo y rigor con el que ella escribía sus ensayos, tejiendo a veces y otras destejiendo, los hilos que la unían con la filosofía. Fue profesora convicta de las cátedras pétreas de literatura. Y combativa. Escribió libros imprescindibles sobre la escritura latinoamericana, fundó revistas y grupos de estudios de la lírica contemporánea, pero fundamentalmente fue una gran poeta. Ahora mismo que la cubren con flores, ella no está. Se ha ido a Mendoza y allí, desde una ladera, junto a Alfonso Sola González, el inolvidable poeta y padre de sus hijos, oyen, llenos de universo, la canción más hermosa de la tierra”.
La obra literaria de Maturo se tradujo a varios idiomas. El primer poemario fue Un viento hecho de pájaros, de 1960, seguido por El rostro, de 1961 (con prólogo de Carlos Mastronardi); El mar que en mí resuena, de 1965; Canto de Eurídice, de 1967; El mar se llama ahora con tu nombre, de 1993; el premiado Cantos de Orfeo y Eurídice, de 1997; Memoria del trasmundo, de 1996, y las antologías del Fondo Nacional de las Artes, de 2008, y Bosque de alondras, Obra poética 1958-2017, de 2009, con prólogo de Hugo Mujica. La familia informó que la profesora y poeta había dejado obra inédita; tanto su archivo como la biblioteca quedarán al cuidado de los hijos de Maturo.
El velatorio de la escritora y docente se hará hoy en la Parroquia Nuestra Señora de la Esperanza (Aimé Payné 1698), en Puerto Madero, de 17 a 20. El entierro será mañana en el Cementerio de la Chacarita.
Un poema de Graciela Maturo
Los signos me acompañan
mis extraños amigos
fieles a una desconocida arquitectura
a la que estoy uncida desde el hueso.
Me miran rostros, pájaros, ramajes,
altas constelaciones.
Una piedra sellada por la música
es un signo de amor indescifrable.
Siento el pavor de un reino que no me pertenece
pero busco sus huellas.
Señales, talismanes,
estamos anudados por un pacto secreto.
De El mar que en mí resuena
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