Un cuento para Borges
Las peripecias de una mujer que se entregó al sufrimiento y al crimen con el solo fin de vengar la memoria de su padre
La historia de Emma Zunz le llegó a Borges por parte de una amiga, Cecilia Ingenieros, que se la contó entre admirativa y estupefacta (y es a ella a quien Borges dedica el maravilloso cuento "El inmortal"). Cecilia era hija de José Ingenieros (1877-1925), el filósofo positivista argentino (o sea, ya bastante tenía con su padre), y se dedicaba a la danza. A pesar del cortejo de Borges, que la pretendía para casarse, se fue a Estados Unidos a estudiar con Martha Graham, y luego de varias piruetas y viajes, se volcó a la egiptología. Borges siempre le agradeció el argumento de "Emma Zunz", de cuya vida se conservan muy pocos recuerdos, salvo aquellos que la impulsaron a matar a Aaron Loewenthal.
Emma vivía con sus padres en una casita de Lanús, de la que recuerda los amarillos losanges de una ventana. Su padre, Emanuel Zunz, trabajaba en una fábrica de tejidos, gerenciada por Aaron Loewenthal. Pasaban los veraneos en una chacra de Gualeguay, de los que Emma logró retener algunos momentos felices. Llama la atención, sin embargo, el tenue recuerdo de su madre. Quizá por la impresión que le causó haber visto, supuestamente sin ser vista, el coito de sus padres. Éste se le inscribió como algo feo, violento y malo (se deduce del comentario que ella misma emite como cotejo de su propia experiencia de ultraje en el Puerto de Buenos Aires).
Un día, todos esos recuerdos se le apelotonaron en la memoria, como si hubiera sido tragada por lo imprevisible. Fue una cascada de imágenes y anuncios que, sin saberlo, la convertían en testigo privilegiado y protagonista inmóvil del acontecimiento más trágico e importante de su historia. Los anónimos del "desfalco del cajero"; el auto de la prisión; las palabras de su padre esa última noche de 1916, cuando le juró que el ladrón había sido Loewenthal; el remate de la casa de Lanús; Manuel Maier, el nombre falso con el que su padre se fugó al Brasil...
No es fácil comprender por qué Emma siguió trabajando en la fábrica. Ni tampoco el motivo que la llevó a conservar el secreto de la acusación. Luego de seis años, Loewenthal se convirtió en el dueño de los tejidos Tarbuch y Loewenthal. Era un hombre avaro y muy religioso. Según Borges, "creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones". Era calvo, corpulento, enlutado (su mujer, una Gauss, o sea una adinerada, había fallecido, dejándole su buena dote) y de barba rubia.
La carta
El 14 de enero de 1922, cuando Emma regresaba de la fábrica, encontró en el fondo del zaguán de su casa de la calle Liniers, en Almagro, una carta fechada en el Brasil. En nueve o diez líneas, algo borroneadas, le informaban lo siguiente: "El señor Maier ha ingerido por error una fuerte dosis de veronal y falleció el 3 del corriente en el hospital de Bagé". Estaba firmada por un compañero de pensión de su padre, un tal Fein o Fain, de Río Grande.
Borges describe las impresiones de Emma, luego de dejar caer la carta como si fuese una paloma mensajera desmayándose en su trayecto: "Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor".
Emma guardó el sobre en un cajón, debajo del retrato de Milton Sills. ¿Qué hacía este actor escondido en la cómoda de la muchacha? Era un galán del cine mudo, de fama inusual, mezcla de actor e intelectual. Su último trabajo no fue, como se piensa, The Sea Wolf (1930), sino un libro publicado a título póstumo en 1932: Values: A Philosophy of Human Needs - Six Dialogues on Subjects from Reality to Immortality.
La carta no duraría mucho en el cajón. En pocas horas, Emma la destruiría.
El suicidio de su padre la instaló en un presente perpetuo, dividido en dos o tres días: el tiempo que necesitó para asesinar a Loewentahl.
Emma había cumplido diecinueve años.
El plan
La noche de la carta, no se pudo dormir. O más bien, no quiso. Necesitó de todas las estrellas para planificar su venganza. Con la primera luz de la mañana definiendo el rectángulo de la ventana, ya tenía un plan perfecto.
El viernes fue un día de rumores de huelga. A la salida del trabajo, simulando bienestar, Emma se fue con su amiga Elsa Urstein a un club de mujeres, con gimnasio y pileta.
Quería dejar sentado que había sido un viernes como todos, incluso más ameno, con posibilidades de ir al cine el domingo, según dijo la menor de las Kronfuss que Emma le había propuesto.
El sábado se despertó impaciente (Borges aclara que no estaba inquieta). Ya no tenía nada que pensar; era el día de la acción. La verdadera trama de su vida, la que ella había construido y estaba por ejecutar, comenzaba. Lo primero que hizo fue informarse, en el diario La Prensa, que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3. Luego llamó a Loewenthal, insinuándole que tenía información sobre los huelguistas y que pasaría por su oficina al oscurecer. Hizo temblar la voz para reforzar su complicidad de delatora, y se preparó para urdir la parte más escabrosa de su plan.
Vagó por la zona del puerto, entrando en dos o tres bares para imbuirse de la rutina de las mujeres con los marineros. Cuando encontró a los del Nordstjärnan, eligió el más tosco, bajo y grosero ("para que la pureza del horror no fuera mitigada", comenta Borges). El trayecto fue breve pero tenebroso: el hombre la condujo a una puerta, luego a un zaguán y después a una escalera tortuosa y a un vestíbulo (¡con una vidriera que tenía los mismos losanges amarillos que su casa de Lanús!), otro pasillo, y al final una puerta, por la que pasaron juntos. Es extraño cómo Borges se pregunta si en ese momento, cuando estaba con el estibador, Emma Zunz recordó una sola vez al muerto que motivaba aquel sacrificio. Según escribe, ella sólo pudo pensar que su padre "le había hecho a su madre la cosa horrible que ahora a ella le hacían". Convengamos que ella se lo hacía hacer, dado que formaba parte de su meticuloso y, diríamos, escabroso propósito.
El marinero le dejó dinero en la mesita de luz, que Emma rompió de igual modo que lo hizo con la carta. Sin miedo ("el temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco"), se fue hasta la esquina y se subió a un Lacroze, con dirección al oeste. (Dato de la época: la Compañía de Tranvías Lacroze fue la segunda empresa en importancia que tuvo la ciudad de Buenos Aires, con una veintena de líneas en servicio, de 10 metros de largo, 32 asientos y 8 ventanillas.) Emma eligió el asiento más delantero para que no le vieran la cara.
Cuando llegó a la fábrica, Loewenthal la aguardaba de pie, junto a la ventana. O más bien, lo que estaba esperando era el informe confidencial de la obrera Zunz. Ella sabía que tenía un revólver en el cajón de su escritorio. Su idea era matarlo, e inculparlo de haberla violado. A la venganza del suicidio de su padre, ahora se le sumaba el ultraje que ella misma había recibido al urdir semejante plan. "No podía no matarlo después de esa minuciosa deshonra." Dos tiros fueron suficientes para que Loewenthal se desplomara, injuriándola a los ojos, en español y en ídish. Emma disparó otra vez para callarlo. Antes de llamar a la policía, procuró desordenar el desván y le desabrochó el saco. Al levantar el tubo, dijo lo que luego repetiría en varias ocasiones: "Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté..."
La estrategia íntima y peligrosamente femenina de Emma Zunz resultó perfecta. Borges rescata lo verdadero, que encubre la pista falsa (el semen del marinero sueco o noruego como prueba de la violación de Aaron Loewenthal): "Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio… Sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios."
Emma realizó la venganza... ¿de su padre? ¿De su madre? ¿De ella misma?
"LA PRIMERA VEZ NO SABIA LO QUE TENIA ENTRE MANOS"
Por Anna-Kazumi Stahl
La primera vez que leí "Emma Zunz" no sabía lo que tenía entre manos. Faltaban meses para que terminara el secundario, y el libro Labyrinths -un paperback gris con la tapa desgarrada, fechado en 1962- llegó a casa entremezclado en los restos desordenados de una biblioteca abandonada por un profesor de la Universidad de Tulane quien, por un inesperado roce con la ley, tuvo que irse de la ciudad. El cuento tuvo un fuerte impacto en mí: aquella heroína delicada que surge del lugar de la víctima para ocupar el del victimario era algo más sorprendente que la moral desterrada de los westerns o las novelas detectivescas que también leía en esa época. Emma no recurre al apoyo de la ley u otras autoridades, sino que se presenta como una tercera figura, móvil en los márgenes, imprevisible, acaso irracional, pero con asombrosa capacidad para dar en el blanco.
Me maravilla (y me aturde) la claridad con la que "Emma Zunz" perfila la fragilidad de lo que llamamos la verdad, cuánto de lo ficticio anida en la ley. Confesaré que a esa Emma no la quisiera encontrar a solas, en mi inocencia no me garantizaría ninguna protección. Me quedé, luego de esas relecturas, con la sensación de que cualquiera podría quedar ante ella como una página en blanco.
Anna-Kazumi Stahl es escritora. Su última novela es Flores de un solo día
ESTILO IMPACTANTE
Por Liliana Heer
Siempre me impactó el estilo de Emma Zunz, su manera de torcer el malestar ante la pérdida, de convertir el silencio del padre en legado.
Frente a la carta donde le informan la muerte, poseída por una rotunda certidumbre, duplica la apuesta: vengará al inocente. En las antípodas de Hamlet, sin vacilación alguna planea, ejecuta, improvisa. Situada en dimensión prospectiva, a tal punto el tiempo está de su lado que se concede un capricho después de cometer el crimen. Mejor un cadáver sin quevedos, aun cuando Philip Marlowe por ese detalle habría descubierto al culpable, aun a riesgo de mutilar la perfección de su acto.
El padre sólo tuvo voz para ella (dimensión retrospectiva). A los 13 años escuchó que el ladrón era Loewenthal. Seis años después, saborea un futuro eternamente enriquecido por el nuevo secreto.
El narrador replica la duplicación, dos emes en Emma, dos zetas en Zunz, dos ventanas con losanges amarillos. Inolvidable la doble negación: "Pensó (no pudo no pensar)", referencia al espanto de imaginar a su madre padeciendo "la cosa horrible" que a ella ahora le hacían y "no podía no matarlo".
Emma, actriz de un relato antidetectivesco; su virtud como montajista es explicitada por Borges. Sin duda se merece el Oscar a la verosimilitud.
Liliana Heer es escritora y psicoanalista. Por aparecer: Hamlet & Hamlet (Editorial Paradiso)
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