Murió María Kodama. Un cuento de su autoría para explicar su relación con Borges
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Había una vez un mago que soñó y fundó míticamente una ciudad laberinto, a su imagen y semejanza. Varios fueron sus nombres en la eternidad del universo. Acaso, fue, en el alba del mundo, el primer hombre que, de pie, contempló la bóveda celeste poblada de estrellas y sin saber qué sucedía sintió correr por sus mejillas gotas tan saladas como el agua del mar. Luego, sería el primero en comprender la fragilidad de la fuerza y de la belleza ante la muerte y decidió atrapar la vida y el movimiento de los bisontes que cazaba, en las grutas de Altamira. Fue, dicen, un poeta viejo y ciego llamado Homero (muchos dudan de su existencia) que cantó para la eternidad, la eterna lucha de dos pueblos, exaltando la trágica humanidad del derrotado Héctor. Fue también Próspero en la mente de Shakespeare, Leonardo en la desbordada e inteligente invención y en su obra llena de sutiles matices… y al cabo de los siglos, fue Borges, el Hacedor, que conservó, como la memoria que atesora una gota de agua, todos y cada uno de esos fragmentos de su paso por el mundo.
Cantó así al inmortal, al troglodita que fue Homero y que al sentir la lluvia golpeando su cara, balbuceó, después de siglos de silencio "Argos, perro de Ulises", recuperando así su Odisea. Borges-mago, que pobló la ciudad creada con una saga de coraje y de honor en un universo de compadritos de barrio, que cantó a Whitman y a Cervantes, sus pares en el enigma del universo, vio crecer, junto a este mundo de luz y de magia de su creación, otro, especie de corte de los milagros, de "amanuenses" que claman ser "secretarios", de señoras que mientras con las bocas dicen haberlo rechazado, las desorbitadas miradas llenas de despecho las desmienten, también miríadas de hombres y de mujeres que como las "cultas latiniparlas" gritan a voz en cuello que fueron sus discípulos. Todos trataron de cercarlo abrumándolo. Harto de toda esta algarabía, el mago que fue Homero y Próspero y es Borges decide huir de la mano de alguien que, como él, guarda la memoria que atesora una gota de agua y, como él, sabe, sin saberlo, que hay un destino.
Ese alguien fue Andrómaca, soñada por Homero y Ulrica soñada por Borges que fue Homero, parte con Próspero-Borges recorriendo a lo largo y a lo ancho los caminos del mundo. Hay indicios de su paso por distintos lugares. A veces, como en Tokio, supieron que habían sido descubiertos por un periodista inglés que les recordó que eran Próspero y Ariel. Otras veces, como Borges y María, quedaron sus imágenes detenidas, congeladas en fotos, en Venecia, ciudad de espejismos.
Cumpliendo especularmente el destino de su abuelo, el coronel Borges, Próspero-Borges alcanzará también la gloria, como Homero, inmortalizando batallas y exaltando el valor de sus antepasados. Como hombre, su abuelo, con salvaje libertad, rompió las leyes de su clan, de su tribu y se enamoró de una extranjera, de una inglesa y partió con ella a la frontera con el indio, para fundar otras leyes y su vida. Borges repetirá esta historia, y eligiendo su libertad, rompe las leyes del clan, de la tribu, y se enamora de una extranjera, de una japonesa.
Estas son las coincidencias, el juego del azar. Lo fundamental es que la literatura expresa lo que es esencial de la vida, la magia de los destinos y, sobre todo, del amor que vence obstáculos, aun la muerte, porque más allá de la disolución de la materia, el polvo de nuestros huesos, como dice Quevedo recreando a Propercio, "polvo serán, más polvo enamorado".
Próspero-Borges partió para descansar hasta el próximo siglo y ¿Ariel? Ariel sabe que por las noches, cuando mira el cielo estrellado, desde la Cruz del Sur, Próspero le enseña el camino y sonríe, Ulrica eternamente rememora y revive el amor de ese profesor colombiano y sabe que ambos son reflejo de Borges y María, de ese amor que María recuerda y siente dentro de ella como el tesoro más preciado, de María, que se consuela repitiendo cíclicamente las palabras que Borges escribiera una vez: “Qué importa el tiempo sucesivo si en él hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde”. Palabras a las que agrega en sus peregrinaciones a lo largo y a lo ancho del mundo: Querido Borges, que la paz y mi amor sean con usted, hasta entonces.