Un cuentista a punto
Con guiños a Hemingway, la nueva y atractiva colección de relatos de Haruki Murakami se centra en historias de relaciones marcadas por la separación, el misterio y el distanciamiento
Con Haruki Murakami pasa como con muchos otros nombres que juntan las aspiraciones literarias con el éxito o, al menos, el impacto popular. Por ejemplo, J. K. Rowling, Charles Bukowski, Jack Kerouac,, Michel Houellebecq, Stephen King; en su momento, Yukio Mishima. O venden mucho, o se los relaciona con temas escandalosos (la borrachera, el género de terror, la fantasía para adolescentes, el perfil punk, la homosexualidad). Para muchos, no pueden ser considerados grandes escritores. Por otra parte, tienden a establecer con los lectores una relación casi personal.
En todo caso, suelen ser escritores a la vez productivos y desparejos. Así como J. K. Rowling puede parecerle a algún lector algo descafeinada a partir del fin de la serie de Harry Potter, algunos de los libros viejos (reeditados ahora) o nuevos de Murakami pueden dejarlo afuera. Los años de peregrinación del chico sin color, su última novela, o, para hacer un comentario un poco más riesgoso, el tono un tanto pretencioso y engrupido de su célebre Kafka en la orilla.
Un lector frecuente de relatos fantásticos, puede disfrutar en cambio a pleno de sus largos volúmenes Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, el todavía anterior El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas y, en particular, 1Q84. En otro plano, Tokio blues puede dejar un recuerdo imborrable de una relación que se tuerce y se complica.
Cuando hace unos años se anunció al fin la traducción de una recopilación de relatos del escritor japonés (Sauce ciego, mujer dormida), los lectores del género se prepararon para un banquete, pero resultó demasiado desigual. Un poco más equilibrado, más compacto era Después del terremoto. Pero es en esta recopilación de "hombres sin mujeres" donde Murakami redondea un auténtico libro de cuentos, algo muy difícil de lograr. Es más: el agregado de "Samsa enamorado" parece un error editorial, porque resulta el relato más flojo y fuera de tono. Más de un autor ha soñado con escribir un cuento que esté al menos cerca de "La metamorfosis" para descubrir, siempre, que no es tan simple. Uno tiende a pensar que Kafka no es lo suyo.
El resto son, por cierto, cuentos un poco tramposos de "hombres sin mujeres" (homenaje al título de un libro de Hemingway): en realidad son hombres que se la pasan hablando de mujeres, y donde la carne del relato, como suele ocurrir, está ahí, en la relación, que casi siempre incluye la separación, el misterio o el distanciamiento. En algún caso la mujer presente es casi una excusa. Es lo que pasa en "Drive my car" con Watari, una conductora contratada por un actor, discreta y eficaz. A la larga el protagonista le cuenta su relación con una esposa que lo engañaba. En un molde muy japonés (o muy "Murakami"), sufre en silencio hasta que ella muere, y después establece una relación de amistad con uno de sus amantes.
A esta altura hay momentos de su mundo y de su estilo que son casi tics. No es necesario ser feminista para considerarlo a veces un poco misógino. Como en "Yesterday", la mujer suele ser casi un valor de cambio, en este caso entre dos amigos: uno bastante fracasado, que le ofrece su novia Erika a quien narra. Pero quedarse en la ideología sería rechazar la capacidad narrativa, simple, de interesar.
Esa capacidad se profundiza en los tres relatos más densos. En "Un órgano independiente", un doctor Tokai le cuenta al narrador (uno siempre imagina a Murakami) el modo en que enamorarse lo saca de su vida tranquila de amante rico y serial, para hacerlo caer (cuando el tiempo y el cuento siguen) en la obsesión más estricta y letal. En "Sherezade" el sexo, siempre presente, es un tanto distante del afecto y hasta de la relación. Habara, el varón que oye a la émula de Las mil y una noches, reconoce que no sería tan difícil renunciar al sexo como a "poder compartir esos momentos de intimidad" (los relatos) con ella. "Kino", por último, es un homenaje a la tarea de armar un bar de jazz con aura propia (una actividad a la que en su momento se dedicó el propio autor). Hay una mujer que engaña, una gata, un cliente solitario, una pareja de yakuzas que desencadenan la violencia. Y una clienta que exhibe rastros de violencia en su cuerpo.
Cada uno de esos relatos logra que el libro no pierda estructura ni tono. Y lo cierra a la perfección el que le da título, convertido ya en una especie de blues urbano más que un cuento, cercano a la poesía misteriosa de lo final y lo melancólico. Une el presente a una lejana mujer, M, conocida en la secundaria (cuando él "estaba tan sano como un producto recién fabricado" y bastaba el viento para hacerle tener una erección). Como pasa con los blues o los poemas de amor, las frases pueden acudir a lo banal para expresar lo difícil: "Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte".
Se puede hacer una comparación por el estilo. Cuando uno compra un melón lo sopesa, lo aprieta un poco, le huele la punta. Si decide que "es un buen melón", lo lleva y lo comprueba, queda satisfecho, realizado. Hombres sin mujeres tiene la medida (menos de 300 páginas), la unidad de tonos diversos y el despliegue de lo que es un buen libro de cuentos. Quien desde el principio se siente un poco despectivo o condescendiente con Murakami, seguramente confirmará por adelantado, al hojear la colección, sus opiniones. Pero si no lo termina, se estará perdiendo un buen libro de cuentos. Hay gente, desde luego, a la que no le gustan los melones así como hay otros que detestan los pepinos.
Hombres sin mujeres Haruki Murakami
Tusquets
Trad.: Gabriel Álvarez Martínez
267 páginas
$ 189
lanacionarMás leídas de Cultura
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
El affaire Tagore. Problemas de salud, una joya de brillantes y otros condimentos de vodevil en la relación de Victoria Ocampo y el Nobel indio