Un cubo multicolor que emerge en la costa ya es emblema de Málaga: la ciudad de Picasso
La ciudad andaluza tiene una franquicia del parisino Pompidou, hasta donde llegó Bienalsur con una exposición que interviene entrada, pasillos y zonas de tránsito del museo con obras de artistas latinoamericanos
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MALAGA.- Como el Louvre con su pirámide, junto a la bahía de Málaga otra figura geométrica vidriada emerge en la superficie, convirtiéndose no solo en ícono cultural sino en emblema de la nueva “mejor ciudad del mundo para vivir”, como recientemente la ungió Forbes. Es “el cubo” del Pompidou, del artista conceptual Daniel Buren, que en lugar de las cañerías, respiraderos y desniveles que tiene a la vista la casa matriz, en París, aquí exhibe un diseño de colores muy Mondrian sobre sus seis caras. Habrá que ir escaleras abajo, junto a la pasarela sembrada de palmeras de la marina, entre los muelles 1 y 2, para encontrar la entrada al edificio, primera sucursal que el museo de arte moderno abrió fuera de Francia en 2015 (hoy ya con una serie estratégica de franquicias que llega hasta Shanghái, en China).
Una Cinta amarilla marca el camino de acceso, su serpenteo indica por dónde ir y desemboca en los mostradores del control de seguridad junto a la taquilla de ingreso. No es una banda cualquiera, ni por la forma en la que interviene el espacio ni por el motivo que lleva impreso. Diseñada por la artista colombiana Beatriz González, de 91 años, también una fila de siluetas avanza impresa por esa frontera. Son migrantes, tema principal de Bienalsur, la bienal que puso a comienzos de mes un nuevo mojón de su cartografía aquí, a 9697 kilómetros de su punto de partida en Buenos Aires, para inaugurar la muestra Interferencias intersticiales.
Apenas se da un paso al interior del Centre Pompidou Málaga, un gran mural de huellas irrumpe en el corredor. Negro sobre blanco, la obra de la brasileña Regina Silveira, Irruption (2005-2023), extiende sus pisadas sobre una pared de la zona de tránsito. Y pocos metros más adelante, otro nombre mayor entre las creadoras latinoamericanas conceptuales, la argentina Marie Orensanz, señala paneles de vidrio y puertas de áreas comunes con consignas que son una invitación al pensamiento: “Cuando alguien habla hay siempre alguien que escucha. Tenemos el poder de elegir” o “Para ser libres se necesita una transformación”.
Finalmente, la ya famosa mudanza en carro que Ana Gallardo registró en la videoperformance Casa rodante se ve en una pantalla del área de lectura. “En está área de descanso, algo muy esforzado”, subraya esta paradoja la curadora Diana Wechsler mientras todos vemos a la artista pedalear para llevar sus muebles y cosas de Flores a un barrio del sur porteño. “Bienalsur va como un migrante tratando de entender la lengua de cada lugar y la hospitalidad de este lugar fue enorme”, define más tarde, luego de que el director de la casa, José María Luna Aguilar, señalara la “actualidad” que tiene el tema de “los desplazamientos de las personas” e hiciera notar el diálogo que se establece entre esta exposición y la nueva muestra semipermanente que por un año y medio presenta el museo.
Sentado en una butaca del auditorio, en cualquier momento el público puede ver “en continuado” la selección de videos Identidad experimental, que completa la propuesta de Interferencias intersticiales. La “función” abre con Roles (1988), el debut de Graciela Taquini –pionera argentina, recientemente reconocida con el Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes-, en el que ella misma se multiplica. Suyo es también Lo sublime/banal, un cuento de dos amigas que recuerdan el día de 1971 en que vieron a Cortázar: la anécdota, que se revive sobre la mesada de una cocina mientras montan la crema de un postre muy goloso, sería increíble si no existieran dos postales con la firma del escritor que certifican el encuentro. La selección se completa con un loop de Silvia Rivas, un registro de subastas de arte de Alicia Herrero, El fantasma de Leticia Obeid (o, más bien, los de Cary Grant y Katharine Hepburn), Nocturna, de Gabriela Golder, y Riddle, de Liliana Porter.
También en la pantalla de la muestra del auditorio, Suite latinoamericana abre con una reversión de “Cantando bajo la lluvia”, en la que una mujer de traje dorado, con escafandra y por supuesto paraguas, sigue los pasos de una coreografía sobre una alfombra roja que se extiende en un inmenso basural (de Berna Reale). De Óscar Muñoz se ven más retratos que se desintegran (el tema de la identidad lo aborda también en el marco de Bienalsur con el trabajo que se está exponiendo en el Archivo de Indias de Sevilla); de Enrique Ramírez proyectan Un hombre que amina y de la cubana Glenda Leon, Cada respiro.
José María Luna Aguilar se muestra orgulloso del perfil cultural que Málaga se forjó en los últimos quince años. Estima que actualmente unos cinco millones de personas visitan esta ciudad que tiene un inigualable as en la manga para ganar la atención del mundo: es el lugar de origen de Pablo Picasso. Justamente en el mismísimo cuarto donde dio a luz María -y donde el futuro pintor casi muere después de pasar del azul al rosado, por obra y arte de Salvador, su tío médico, que afortunadamente intervino en el parto- tiene su despacho el director de tres de los cuarenta museos que hay en esta costa andaluza. Además del Pompidou y la Casa Natal Pablo Picasso, está a cargo del Museo Ruso.
Luna Aguilar es un buen anfitrión. Frente a la Plaza de Toros a la que solía asistir Picasso cuando era pequeño, el director invita a un almuerzo en seis pasos y conversa distendido sobre la historia detrás del cóctel de bienvenida (”Promesa” se llama) tanto como explica seriamente el plan de expansión que viene desarrollando el Pompidou. La relación que mantienen con París es más que estrecha: de la colección provienen las obras que exponen aquí y es en Francia donde se refrenda cada proyecto que se propone a nivel local. Justamente la casa matriz pronto iniciará una reforma edilicia que lo mantendrá cerrado durante cinco años (2025-2030); sin duda, sus “sucursales” internacionales ayudarán a financiar semejante empresa. Con una mirada clara sobre cómo gestionar “el cubo” mágico, el director tiene una premisa para que sus públicos sean diversos: “Nadie puede quedarse sin venir a este museo porque no pueda pagar la entrada”, asegura. Esa mañana, poco antes de la inauguración de Bienalsur, un grupo de alumnos preguntaba por la remera a rayas de un tal Pablo mientras otros se sacaban fotos con los cristales multicolores de fondo. Seguro, ya están en Instagram.
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