Un cronopio que creyó en sus amigos
Por Susana Reinoso
Aguda percepción la de Gardel y Le Pera en el tango Sus ojos se cerraron: "Yo sé que ahora vendrán caras extrañas/ con su limosna de alivio a mi tormento/Todo es mentira/mentira es el lamento". Veinticinco años después de la muerte de Julio Cortázar, recordada en España, Francia y América latina la semana pasada, la escritora y crítica literaria Cristina Peri Rossi recordó, el domingo último en un diario madrileño, que el autor de Rayuela "fue uno de los primeros en morir de Sida por una transfusión". Peri Rossi subrayó en la entrevista que ya lo escribió después de la muerte de Cortázar, "en un testimonio de 15 años de amistad muy intensa". Los dichos de Peri Rossi, que nada agregan a la calidad de Cortázar como escritor y mucho menos a su condición de "extraordinario amigo" –en palabras de sus amigos Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez–, causaron tristeza entre buena parte de sus lectores. Y la pregunta formulada por algunos de ellos es por qué la escritora, radicada hace varios años en España, decidió recordar de esa manera a su amigo Julio Cortázar, si lo que sigue cautivando a los más diversos públicos jóvenes es su vida, no su muerte. Y mucho menos sus causas. ¿Suma algo a la obra e influencia de Cortázar en la literatura hispanohablante, la revelación de Peri Rossi?
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Con acierto, la Fundación Juan March, de Madrid, decidió recordar los 25 años de la desaparición de Cortázar con la exposición de una colección de sus libros donada por su heredera Aurora Bernárdez en 1993. Libros dedicados por Neruda, una serie de volúmenes de vampiros, discos de Octavio Paz, varios Nuevos Testamentos, obras de arte, cine y jazz. Todas las referencias posibles para aproximarse al alma de un escritor auténtico y coherente, creador de un universo fantástico que alimenta sin pausa la imaginación de varias generaciones de lectores. La biblioteca de la Fundación Juan March atesora los volúmenes que Cortázar tenía en su casa de París, donde murió. Sus restos yacen en la tercera sección del cementerio de Montparnasse, en una sepultura de mármol blanco que comparte con su amor Carol Dunlop, quien lo precedió en la muerte. Sobre la tumba, su amigo, el artista Julio Silva, creó una escultura circular en la que prevalece el rostro de un niño, que sonríe con ojos y boca. Una metáfora del alma de Julio Cortázar.
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