Un crimen contra todo lo bueno
Ernest Hemingway consagró parte de su producción a temas bélicos. En esta entrevista, su nieto Sean habla de la intimidad del gran escritor y de Hemingway on War, flamante compilación de narraciones, cartas y artículos de su abuelo vinculados con la guerra
"Papá decía que le encantaba leer la Biblia cuando tenía siete u ocho años porque estaba tan llena de batallas". "Papá", naturalmente, es Ernest Hemingway. El cuento se lo hacía a Gregory Hemingway, su hijo menor. Y hoy lo recuerda su nieto, Sean Hemingway, editor de la flamante compilación de textos sobre temas bélicos Hemingway on War, en la que rescata algunas de las narraciones, cartas y artículos periodísticos más oscuros del premio Nobel de Literatura 1954 junto con los mejores fragmentos de sus obras más celebradas.
"Todo el mundo conoce sus novelas Por quién doblan las campanas, sobre la Guerra Civil española, o la entrañable Adiós a las armas, sobre la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, mi abuelo cubrió muchos de los principales conflictos bélicos del siglo XX (y hubiese cubierto aún más de no haber sido herido en el frente) de distintas maneras. A través de las cartas que escribía a la familia, sus crónicas y entrevistas para los diarios, los cuentos cortos e incluso una obra de teatro, podemos no sólo ver más de cerca el impacto físico y psicológico de la guerra sino acercarnos a aspectos poco conocidos de la personalidad del propio Ernest. Por ejemplo, la gente piensa en él como el arquetípico ?macho´, pero estos escritos muestran que era realmente sensible y que no le gustaba la guerra, como sostiene el mito", explica Sean Hemingway a LA NACION.
"Siempre se habló de un ?instinto suicida´ que le hacía irresistible el conflicto armado. Pero releyendo su obra queda claro que, si bien al final de su vida sucumbió ante la depresión, durante todos sus años en el frente ese instinto no existía. Incluso él cuenta que no quería ir a la Segunda Guerra como corresponsal, que fue su segunda mujer, Marta Gellhorn, la que lo arrastró", señala.
Sean Hemingway no llegó a conocer a su célebre abuelo, ya que nació tiempo después del suicidio del autor de El viejo y el mar. Sin embargo, a pesar de su look de intelectual puramente urbano, con anteojitos redondos y una oficina en el Metropolitan Museum donde cura exposiciones sobre la Antigua Grecia, la sangre es sangre. Elige realizar la entrevista en "Le pain quotidien", el coqueto café belga de la avenida Madison, lleno de las mujeres del Upper East Side que hacen una pausa en su tarde de compras. Pero no hay mayor sorpresa cuando, consultado por sus pasatiempos preferidos, contesta sin vueltas: "Safaris en Africa, la caza y la pesca. Comparto con mi abuelo algunos de los intereses de los cuales era tan apasionado", concede con una sonrisa, y pregunta por la posibilidad de hacer mosca en la Patagonia.
Después del éxito de su primera compilación Hemingway on Hunting, que el joven Hemingway intercaló con sus publicaciones académicas sobre el arte helénico, "el espíritu de la época" contribuyó a que se dedicase, esta vez, a seleccionar los que considera los mejores trabajos de Ernest Hemingway sobre la guerra, a los que acompaña con un prefacio que los pone en contexto.
"Ernest escribió sobre el problema de los afganos y es increíble, el pasaje que les dedica se lee como una estrategia de reacción frente al ataque a las Torres Gemelas. Parece escrito con una mentalidad totalmente post 11 de septiembre, no décadas atrás. Es absolutamente actual su descripción de las poblaciones que no quieren sucumbir ante Occidente y las tácticas militares necesarias para bombardear un terreno tan difícil (que era -y sigue siendo- la única forma de penetrarlo). Es atroz pensar cómo la historia se repite con los mismos patrones", reflexiona.
-¿Cuál fue la mayor sorpresa que se encontró al releer los escritos de su abuelo?
-Por quién doblan las campanas es tan exacto en sus detalles que bien podría ser usado como una guía para montar una guerra de guerrillas. Estuve en Cuba hace poco, invitado a la ceremonia de inauguración del proyecto conjunto cubano-americano para preservar los papeles de mi abuelo que quedan en la Finca, y tuve la extraordinaria oportunidad de pasar un día con el presidente Fidel Castro. Castro me dijo que había leído el libro varias veces y que se sabía unas cuantas partes de memoria. Al no haber tenido un entrenamiento militar formal, Castro lo consideraba una especie de manual y aprendió de él tácticas guerrilleras que puso en práctica durante la revolución cubana de 1959. El capítulo "Guerra de guerrillas", que describe cómo se hace y dónde hay que ubicar un puesto de ametralladoras en las montañas, por ejemplo, fue uno de los pasajes que Castro explícitamente recordó que le resultaron instructivos.
-¿Qué era más importante para Ernest Hemingway? ¿Ser periodista o escritor de ficción?
-Hemingway no creía que ser periodista fuese tan importante como ser escritor de ficción. Es más, consideraba que un escritor sólo tenía cierta cantidad de "jugo" creativo y que, después de cierto punto en su carrera, no debía derrochar el talento haciendo crónicas cuando podría estar escribiendo cuentos o novelas. Además, sostenía que el escritor de ficción podía transmitir la realidad de una situación mucho mejor que un periodista. Hemingway escribió que los hechos pueden ser mal observados; pero cuando un buen escritor está creando algo, sólo él tiene el tiempo y la amplitud de perspectiva para convertirlo en una verdad absoluta. Por eso sus trabajos de ficción muchas veces son más punzantes que sus crónicas desde el frente.
-Sin embargo, usted sostiene que, como corresponsal de guerra, Hemingway fue pionero de un estilo periodístico.
-Su estilo como cronista fue totalmente precursor. Hoy es muy común que se dé una gran información sobre los individuos en la guerra, sobre los soldados, los civiles que quedan atrapados, sobre el lado humano del conflicto en general. La gran contribución de sus escritos es haber mostrado tanto tiempo atrás el efecto de la guerra sobre las personas.
-¿Qué análisis de la guerra admiraba Hemingway?
-Hemingway consideraba que el general y filósofo prusiano Carl von Clausewitz, quien sostuvo que "la guerra es parte de la interrelación entre seres humanos", estaba entre los más grandes pensadores militares de todos los tiempos. Incluso en Men at war, su antología de las mejores historias de guerra, dividió el libro en secciones tomadas de la obra de Von Clausewitz, que definía lo que Hemingway consideraba eran los elementos clave del conflicto armado: peligro, coraje, agotamiento físico, sufrimiento, incertidumbre, azar, fricción, resolución, firmeza y resistencia. Pero yo creo que a las observaciones de Von Clausewitz, mi abuelo finalmente agregó "la guerra se combate por seres humanos".
-¿Cuáles son sus artículos periodísticos preferidos?
-Durante su tiempo con The Toronto Star, Hemingway tuvo que cubrir la Conferencia de Paz de Lausanne, en la cual los líderes del mundo se juntaron para ver cómo avanzar después de la devastación de la Primera Guerra Mundial. En su entrevista con Mussolini, mi abuelo ya muestra sus profundos sentimientos antifascistas, cuando lo retrata con la cara contorsionada en su famoso seño fruncido, pretendiendo leer intensamente un diccionario inglés-francés? ¡que sostenía al revés! En "Medallas de guerra a la venta", una de las últimas notas que escribió para el diario, vuelve al tema del soldado veterano, que debe vender sus medallas durante la paz para poder sobrevivir. ¿Es posible ponerle un precio al valor durante la época de paz? Es una pregunta que todavía hoy nos acosa.
-Usted también seleccionó fragmentos de su novela Al otro lado del río y entre los árboles, que tuvo una recepción muy mala de los críticos. ¿A qué cree que se debió?
-Al otro lado del río... fue la última gran novela de guerra de Hemingway, sin duda. Yo creo que su fracaso con la crítica se debe en gran parte a su retrato extremadamente realista de dos personas enamoradas y la reproducción exacta del monótono diálogo en que los amantes suelen caer, repitiendo a cada rato los mismos apelativos afectuosos. Aun así, la novela contiene pasajes importantes sobre la guerra, escritos mientras Hemingway estaba en el pináculo de su experiencia militar, y que es importante preservar. El protagonista, el coronel Cantwell, está parcialmente basado no sólo en un viejo amigo de Ernest (y soldado de carrera), "Chink" Dorman Smith, sino en Hemingway mismo. Cantwell es un viejo coronel malhumorado pero distinguido, con una mente brillante y a quien le gustan los martinis bien secos. Los llama "Montgomerys" porque la proporción del gin al vermut siempre debe ser 15 o 20 a uno, como las probabilidades de victoria que el general británico Montgomery requería antes de entrar en combate. En el texto se desarrollan ideas importantes y a veces sorprendentes en Hemingway. Por ejemplo, una comparación entre la necesidad de acatar órdenes en el ejército y la de obedecer a la mujer en la pareja es desarrollada en el capítulo "La cadena de mando". En "La hoja de hiedra", el apodo de la 4ta. División de Infantería a la cual Cantwell y mi abuelo pertenecían, se retrata la camaradería profunda que existía entre soldados, mientras que en "El muerto" se ofrece una reflexión final sobre lo corriente de la muerte en las guerras y la dificultad de los sobrevivientes para seguir adelante con la imposibilidad de comunicar los horrores vividos a los demás.
-¿Hay alguna anécdota de guerra en particular que recuerde de su abuelo?
-El artista John Groth me solía contar, cuando yo era chico, la historia de su encuentro con Hemingway en la Segunda Guerra Mundial. Groth había ido a buscar material para su libro de bocetos sobre la guerra, Studio Europa, y cierta vez coincidió con mi abuelo en una cena en el puesto de comando de un amigo en común, Buck Lanham. Estaban todos en la mesa, junto con un grupo de soldados, cuando una granada alemana cayó cerca del edificio, hizo estallar los vidrios y caer a pedazos el yeso de las paredes. Todos en la mesa corrieron a resguardarse, salvo Ernest, que se quedó tranquilamente sentado comiendo queso y tomando vino. Groth, asombrado, le preguntó después cómo no se había protegido y mi abuelo le respondió: "Groth, si cada vez que escuchas un ?pop´ aquí sales corriendo, terminarás con una indigestión crónica". Esa se convirtió en una anécdota muy famosa de la guerra.
-¿Qué habría opinado su abuelo de la guerra en Irak?
-Es difícil saberlo. Yo no quiero tomar una posición política al respecto, pero está claro que él estaba en contra de comenzar una guerra, de ser el agresor, que lo consideraba muy distinto de responder si uno es atacado. Hay un pasaje magnífico que escribió justo después de la bomba atómica, en el que habla de Estados Unidos convertido en la principal potencia del mundo, y lo importante que era que no se volviese, al mismo tiempo, la más odiada. Para él, comenzar una guerra era un crimen contra todo lo bueno que hay en el mundo.
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