Un concierto para dormir al público
No sería motivo de satisfacción para ningún músico orgulloso de su arte comprobar que al final de un concierto, el público ha sucumbido a los encantos de Morfeo, el dios de la mitología griega que vela por el sueño de los mortales. Excepto en el Dresdner Musikfestspiele –reconocido festival internacional de música que se desarrolla cada año desde 1978 durante la primavera, en la capital del estado alemán de Sajonia–, donde los organizadores convocaron, precisamente, a un concierto “para dormir al público”.
Lullabyte. Sound & Science es el título del proyecto interdisciplinario que parte de un juego de palabras (según la pronunciación en inglés, lullaby: canción de cuna y byte: la unidad de información que utiliza la informática), y se propone estudiar los poderosos efectos de la música en el cerebro humano y en los estados de ánimo, comenzando por una de sus más notorias influencias: la relajación y el sueño que promueven las canciones de cuna. En este caso se trató de “un concierto para dormir” en la sala de un museo de Dresde, pero, en general, Lullabyte consiste en una serie de proyectos más desarrollados, entre ellos una red de doctorados a través de diez instituciones con fondos de la Unión Europea en siete países de la comunidad.
El original experimento de invitar al público a un espectáculo al que se concurría con almohada y bolsa dormir, estuvo a cargo de un equipo de músicos, musicólogos y científicos del área de la neurociencia, la psicología y la informática, como parte de una colaboración entre el famoso festival que dirige el prestigioso cellista Jan Vogler y la Universidad técnica de Dresde, el laboratorio del sueño y la memoria del Instituto Donders de Nimega en los Países Bajos; el Centro para la música en el cerebro de la Universidad de Aarhus en Dinamarca; el Instituto del cerebro en París y el Instituto tecnológico Real de Suecia, entre otros.
La musicóloga, flautista y “artista del sonido” Miriam Akkermann, condujo una velada de casi diez horas de duración atravesando la noche hasta el desayuno que se ofreció en la mañana siguiente, con un programa de música electrónica e improvisación con “instrumentos procesados”, con la finalidad de observar y recopilar información empírica acerca de las conexiones, la variedad de efectos e influencia específica de las estructuras musicales en la transición de la vigilia al sueño, un campo poco explorado, según afirman los creadores del proyecto.
Si bien en rigor no es un estudio clínico sino más bien “una introducción a nuestro trabajo” –aclara Akkermann en diálogo con la nacion–, lo que brinda esta experiencia es “la amplitud, la atmósfera y, sobre todo, la posibilidad de recoger, sobre la base de un formulario al que el público accedió voluntariamente, un gran número de encuestas”.
Martin Dresler –profesor de neurociencia cognitiva en la Universidad de Radboud en la antigua Holanda, doctorado del Instituto Max Planck de psiquiatría e investigador principal del laboratorio del sueño y la memoria del Instituto Donders en los Países Bajos–, expuso, como prólogo del concierto, sus conocimientos relativos a las funciones del sueño mediante mediciones y gráficos ilustrativos (las funciones endocrinológicas, metabólicas, emocionales, de la memoria, la simulación, etc.), las diferencias en el dormir según las especies y las distintas fases del sueño a lo largo de la noche.
Abrumados por el interés que suscitó este concierto atípico, los organizadores ya están pensando en lanzar una versión Lullabyte 2024. La capacidad de la música de hacer vibrar las fibras más profundas del pensamiento y el alma humana, unida a la fascinación que despierta el mundo onírico, los misterios que lo envuelven, sus fantasías y escenarios irreales, hicieron de la idea —un concierto para dormir—, una vivencia somnífera, pero a la vez emocionante.
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