¿Un clásico feminista o no tanto? Las “mujercitas” de Louisa May Alcott vistas desde el siglo XXI
Hoy se celebran los 190 años del nacimiento de una heroína de ideales nobles, cuyos recuerdos de la infancia se plasmaron en un libro que “ya no es posible leer con inocencia”, observa Laura Ramos; más tarde llegó “Hombrecitos”
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Como algunos de sus inolvidables personajes, una de las escritoras estadounidenses más populares fue también una heroína de ideales nobles. Hija de dos intelectuales y activistas -su madre, Abigail “Abba” May luchó por el sufragismo y el abolicionismo, y su padre, el escritor y filósofo Amos Bronson Alcott, combatió la esclavitud y abogó por el sufragio femenino y una reforma en los métodos educativos- Louisa May Alcott (1832-1888) se convirtió en la autora de un clásico universal de la literatura juvenil sin fecha de vencimiento: Mujercitas. Hoy se celebra el 190° aniversario de su nacimiento.
Las cuatros hermanas Alcott, igual que Meg, Jo, Beth y Amy en la novela que da inicio a una saga pedagógico-familiar, crecieron en el estado de Massachusetts mientras los conflictos entre esclavistas y abolicionistas iban en aumento (hasta la Guerra de Secesión); a diferencia de los personajes, las hermanas Alcottt recibían en su casa la visita de amigos de sus padres, entre ellos, los escritores y pensadores Nathaniel Hawthorne, Henry David Thoreau, Theodore Parker, Margaret Fuller y Ralph Waldo Emerson y vivieron en una comunidad fundada por su padre. El primer libro de Alcott, Fábulas de flores, reúne cuentos para niños escritos para Ellen Emerson, la hija del filósofo. Orchard House, en Concord, donde escribió estos relatos y también Mujercitas, se convirtió en casa museo en 1912.
Mujercitas (1868) se basa en los recuerdos de infancia de la propia autora, que tiene como álter ego a la segunda de las hermanas March, la intrépida Jo. Debido al éxito inmediato del libro, un año después Alcott continuó la historia en Aquellas mujercitas (que luego se incorporó a la novela originaria). En Roma escribió Hombrecitos (1871), con Jo y su marido, el bondadoso Fritz Bhaer, a cargo de un hogar escuela para niños huérfanos, revoltosos o provenientes de familias poco adineradas; dos años antes de morir, publicó Los muchachos de Jo, donde retoma a la mayoría de los personajes de la escuela Plumfield tiempo después.
“Ya no es posible leer Mujercitas con inocencia -dice la escritora Laura Ramos a LA NACION-. Nadie lee Mujercitas como la historia de una familia puritana de la posguerra civil estadounidense. Para las lectoras de hoy, esa especie de familia Ingalls no es más que una pantalla. Mezcladas entre los puddings de avena, los mitones de lana y las lecciones morales, la familia March contrabandea otras lecciones. Mujercitas traza el camino del héroe o, mejor, el de la heroína. Y la heroína de Mujercitas es una chica que quiere ser un varón, que se siente un varón bajo su delantal de costura. El camino del héroe de Jo March, la protagonista, no es más que el espinoso, dramático y ejemplar camino del pasaje de la niña en púber y de la púber en adolescente. Jo March es un Orlando plebeyo, un ícono. Mujercitas y su saga cumplen con todos los ritos de iniciación: el corte de pelo, el vestido quemado, el guante robado, la hoguera de muñecas, las venganzas, los llantos y, por fin, la muerte. Beth, la hermana más amada por Jo, la niña que como Peter Pan no quería crecer, murió crisálida, en el proceso de la transformación”.
La novela de Alcott fue adaptada al cine y la televisión en varias ocasiones, y Jo fue interpretada por Katharine Hepburn (en la versión de George Cukor), Winona Ryder (en la Gillian Amstrong) y Saoirse Ronan (en la de Greta Gerwig).
“Durante la escritura del segundo tomo, Alcott se resistió a hacer transitar a Jo por el último rito de pasaje, el matrimonio -agrega Ramos-. ‘Jo tendría que haber sido una escritora solterona’, escribió a una amiga, ‘pero tantas muchachas entusiastas me escribieron pidiéndome que se casara con Laurie, o al menos con alguien, que no me atreví a negarme y de un modo un poco perverso me inventé un candidato ridículo. La idea me divierte bastante, y supongo que ahora me derramarán su ira sobre la cabeza’. El profesor Bhaer es un inmigrante alemán, pobre, de edad madura, manso de espíritu, inteligente y, por sobre todo, desexualizado. Carece del ímpetu ardiente de Laurie: su desvalimiento casa a la perfección con el tempestuoso carácter de Jo y con la perspectiva de la herencia de la mansión de la tía March, que Jo convertirá en una escuela para varones”.
Para Ramos -en cuya novela Diario íntimo de una niña anticuada resuenan los ecos alcottianos de Una niña anticuada- la pareja que propone la autora estadounidense echa raíces en las ideas de una pensadora feminista. “Lejos de verse ridícula, se inscribe en la línea de su mentora Margaret Fuller, amiga de sus padres, filósofa trascendentalista que trazó sus preceptos en el libro fundacional La mujer en el siglo XIX - señala-. Fuller bregaba por el matrimonio sagrado que unía almas y mentes, por un socialismo celestial que aspiraba a la unión metafísica de mujeres y hombres. El sistema fulleriano solo admitía una sexualidad reproductiva y sin pasión. De modo que Alcott tenía buenas razones para temer la reacción de sus lectoras: al sacar a Laurie del medio obligó a Jo, que era apasionada, a consumar con el sosegado profesor Bhaer un matrimonio blanco”. Alcott nunca se casó y murió a los 55 años, apenas dos días después de la muerte de su padre.
Para la escritora y traductora Márgara Averbach, Mujercitas sigue siendo un libro polémico. “Siempre lo fue -dice a LA NACION-. En mi adolescencia, en la década de 1970, algunas de mis amigas amaban a L. M. Alcott; otras la rechazaban. Yo fui parte del segundo grupo. Muchos años después, cuando la traduje para Sudamericana, entendí las razones de unas y otras. Es un libro que describe los mandatos sociales para las mujeres en el umbral del cambio cultural entre el siglo XIX y el XX y los resiste pero solo hasta ahí. Las cuatro hermanas representan la infinita capacidad de las mujeres para dar (Beth, pero ella está condenada y eso implica aplauso pero también resignación); la vida según el mandato (Meg); la artista diva (Amy), y Jo, claro, la única que yo amé, la escritora rebelde, independiente y bondadosa. Pero tanto Amy como Jo terminan acomodándose al mandato ‘del amor’ del siglo XIX, que hoy es el del antifeminismo. Es un esquema muy inteligente para esa época, pero a mí me parecía muy insatisfactorio. Por eso, leía literatura con protagonistas masculinos, la de Salgari, Verne, Dumas”.
Una cualidad moderna de Alcott es que supo convertirse en una escritora profesional que vivió de su trabajo literario. Gracias a su talento y a las ventas de sus libros para niños y adultos (tuvo que crear un seudónimo, A. M. Barnard, para abordar en clave gótica cuestiones más delicadas para la época como la violencia, el incesto y las relaciones clandestinas), pudo viajar y mantener a su familia que siempre había sido tan idealista como pobre. Hasta su muerte, ella misma perseveró en las causas del abolicionismo, los derechos de las mujeres y los niños y el nunca bien ponderado altruismo.
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