Último tren a Londres: ¿el rock y el pop es, ahora, una música rural?
Una nueva edición de Culturas Híbridas (estrategias para entrar y salir de la modernidad) el esencial ensayo del antropólogo argentino con base en México Néstor García Canclini debería empezar con esta escena. Hay un hombre de tez aindiada y curtida dentro de un local que vende ropa tejida a mano en la avenida turística de Tafí del Valle que se llama Juan Domingo Perón. Desde la puerta lo observo: las manos ahuecadas con afán de voyeur y la cabeza inmersa en la pantalla de un celular que despide un sonido metálico que no termino de descifrar pues llevo auriculares con una lista que el algoritmo de Spotify programó (DJ robot) a partir de “Zamba para olvidar” de Daniel Toro. La había puesto en un intento vago de hacer paisajismo sonoro, digamos. Al fondo los cerros y, ahora, la voz áspera de José Larralde cantando “Quimey Neuquén” globalizada por la serie Breaking Bad. Recién advierte mi presencia cuando chasqueó los dedos para sacarlo de su experiencia inmersiva. Iba a consultarlo por un sweater norteño, pero termino preguntándole por eso que escuchaba y veía como un chico colado en el cine (anacronismo). El hombre estaba escuchando Soda Stereo en vivo y yo lo interrumpí en un momento muy heavy metal de Gustavo Cerati en la reversión de “Sobredosis de TV”. “Si entran turistas pongo Los Nocheros pero cuando estoy solo escucho Soda Stereo”, me explica a mí, que vengo de la ciudad de la furia y trataba de hacer ambient con una playlist azarosa de lo que llamábamos folclore, idea que acaso haya que redefinir. Para este vendedor de artesanías, que debe tener unos 55 años, zambas y chacareras son un montaje. Cuando tiene tiempo de correrse del decorado lo suyo es el rock y el pop de los 80, una lingua franca más entre las que fueron ocupando la región: primero el quechua de los incas, después la idea de Dios, la cultura occidental y así hasta llegar a este momento. Las manos ahuecadas contra el smartphone y “Sobredosis de TV”.
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La misma explicación escucho en una parrilla regenteada por santiagueños que musicalizan con enganchados de los 80 (Madonna, Michael Jackson, Phil Collins, Tear For Fears…) o los grandes éxitos de Creedence, la clase obrera de la contracultura. Si se llena con los contingentes que vienen de Río Hondo, entonces tunean el local de impronta criolla: mezcladito de folclore más o menos tradicional o romántico. Datos, no opinión, como gustan de escribir los usuarios de Twitter para afirmar ideología: escuché mucha más de está música en estos días en los Valles Calchaquíes que en una vuelta de bicicleta por Buenos Aires, donde el promedio de rock/pop saliendo de un auto frente a lo que se llama música urbana (reggaetón, trap, electrocumbia) es de uno entre veinte (otra vez: datos, no opinión). ¿El rock & pop es entonces ahora una música rural? ¿Su último refugio está tierra adentro? ¿Qué encontraría la Leda Valladares del año 3000 buscando las voces perdidas en las tierras que fueron arrebatadas a Tafíes, Quilmes, Amaichas entre todas las poblaciones que a trazo grueso se llamaron Diaguitas? Es probable que una PC calcinada con archivos de audio ordenados en un megamix de una época que parece haberse cristalizado, arrayán petrificado de discoteca.
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Imponente, el cerro Ñuñorco domina el horizonte desde la explanada de la estación de micros de Tafí del Valle. Hace frío y estoy lejos de casa. Un remisero hace desbordar de espuma su auto del que salen estas palabras: “It was nine twenty-nine Nine twenty-nine, back street, big city/The sun was going down/There was music all around, it felt so right” (“Eran las 9 y 29 en la gran ciudad/el sol empezaba a caer/había música alrededor, se sentía muy bien”, más o menos). Es lo que cualquiera reconoce como el comienzo de “Ultimo tren a Londres”, el hit disco de Electric Light Orchestra y es todo lo contrario a lo que se ve. El sol salió apenas hace una hora y media, y la gran ciudad está muchos kilómetros al sur. Aunque si se sigue por la ruta que une Tafí del Valle, sorteando esa geografía inquietante conocida como “El Infiernillo”, con la ciudad reconstruida de los Quilmes, en el cruce con la ruta 40, puede llegarse a Londres. Londres, sí, la segunda población que los españoles intentaron establecer en la futura Argentina y que esta etnia devastada destruyó. Londres, Catamarca, o Londres de la Nueva Inglaterra como se la llamó en 1558 cuando la única música posible era la sacra. O la que harían a grito pelado indios como los que se erigen en la entrada a El Mollar, una comunidad mixta administrada por autoridades que responden a Tucumán y caciques. Por eso acaso ese photo point escultórico con tres indios sobre la ruta pueda reinterpretarse así como el transitado hit de ELO. Un monumento alegórico a Soda Stereo, música de la Nueva Inglaterra para escuchar a escondidas antes de que lleguen los turistas con preguntas, tarjetas de crédito y códigos QR.
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