La decisión del museo de San Telmo de dedicar una gran muestra al arte del movimiento rompe con el “paradigma visual” y pone en su sala, de la mejor forma, una investigación “musculosa” sobre los años 60 y la experimentación
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Una mujer juega en la bañadera; otra barre el piso con un escobillón cargado como un fusil. En el medio, son tres y sus cuerpos se deshumanizan adentro de unas mallas de stretch. Están en la década de 1960, ¿cuándo si no? Ningún compartimento es estanco: las artes visuales se cruzan con la cultura popular, el teatro se encuentra con el pop que se encuentra con la danza. Sesenta años después, una muestra llama a revisar esa historia para encontrar en el presente el legado de una generación de maestras y pioneras.
Lo primero que hay que celebrar de Danza Actual, en el Moderno, es la decisión: poner en la sala de un gran museo una exposición dedicada al arte del movimiento es una apuesta institucional atípica. Pero inmediatamente a la par está el contenido, una investigación bien enfocada, rica, “musculosa”, como le gusta decir al curador, Francisco Lemus, sobre un tema determinado: la experimentación en los años 60. Finalmente, para nada menor es el diseño con el que todo esto cobra forma: de las emblemáticas bailarinas de la época agigantadas en copias blanco y negro que giran como cajitas musicales a un wallpaper con afiches y de la fotografía al video, hay un acierto detrás del otro. Y estas son sólo tres razones para visitar una exposición que acaba de sumarse a los ineludibles de la agenda cultural.
Atractiva reseña de una década irrepetible para la danza en la Argentina, la propuesta toma el nombre y hace pie en el innovador trinomio que en 1962 formaron Graciela Martínez (1938-2001), Marilú Marini y Ana Kamien, esta última presente el sábado de la inauguración en el subsuelo del museo de la Avenida San Juan. Llegó de muy buen humor empujando su “vehículo Ferrari”, escoltada por otro artista presente con su obra, el fotógrafo Leone Sonnino, su marido, y tomó el micrófono para recordar en primera persona algunas experiencias. “Queríamos alejarnos de la danza posterior a la Segunda Guerra Mundial, entonces buscábamos bailar con objetos, no mostrar el cuerpo; deformábamos la figura humana. Hacíamos por ejemplo una danza que llamábamos la Supersónica 007, que era una casita que había hecho Alfredo Arias, y estábamos metidas ahí, con unas ventanitas con telas de stretch por las que sacábamos los codos, la cabeza, no se nos veía, hasta que finalmente por un orificio central la casa producía un ser humano y salía una bailarina, deslizándose”, contó. “Hicimos otra danza que se llamaba Juan Sebastian Bag, con una bolsa que cubría todo el escenario: estábamos todas metidas adentro”.
Danza Actual y el Instituto Di Tella constituyen, entonces, el punto de pivot desde el cual la muestra va hacia otras direcciones, otros escenarios y más protagonistas de la segunda posguerra a finales de los 60, “la época de oro de la danza moderna en la Argentina” –cita el curador las palabras de la fotógrafa Alicia Sanguinetti-. Allí aparecen, por supuesto, el Laboratorio de Danza dirigido por Susana Zimmerman (1932-2021), que también se despliega en afiches para llevarse de souvenir y animarse en casa a una Exploración de los sentidos. La serie trae instrucciones para ejercitar la vista, el tacto, el olfato y el gusto; por ejemplo, en el caso de las “Variaciones sobre el mirar como origen de emociones, estados y movimientos”, las pautas van desde observarse a sí mismo en el espejo hasta percibir formas, colores y texturas del entorno. Tan relevantes como en la historia misma cobran peso específico figuras imprescindibles como Iris Scaccheri (1949-2014) y Oscar Araiz, espacios como el Teatro de la Alianza Francesa, el Instituto de Arte Moderno (IAM) y la Asociación Amigos de la Danza. En suma todo un recorrido, con diferentes estaciones, que llegan hasta la creación del Ballet del Teatro San Martín en el umbral de los setenta y un poquito más acá también.
Uno de los mayores méritos de la exposición, dicho por los propios protagonistas, está en poner a la vista de todos, especialmente de las nuevas generaciones, lo que significaron los años 60 y 70. “El Di Tella fue un semillero para las artes: danza, teatro, plástica; diseñadores, escenógrafos, escritores y mucho más. No eran sólo los ensayos, el escenario, las clases, ahí nos encontrábamos todos a intercambiar ideas, proyectos y por qué no a soñar. Mirando esa enorme pared con todos los programas de lo que se hizo, es increíble”, dice Sanguinetti, que siente emoción y añoranza en esa sala poblada de fotos suyas y de su madre, Annemarie Heinrich. “Es una rara sensación recordar cómo estos artistas empezaban a abrazar su carrera artística y a la vez ver cómo se convirtieron en gigantografías en el museo; lo digo con tremendo orgullo, llegaron a ser gigantes”.
El día de la inauguración hubo hermosas sorpresas. Un grupo de alumnas del estudio de María Fux, vestidas de colores, dejaron sus bolsos a un lado y comenzaron a improvisar entorno de un retrato de la maestra recientemente fallecida. Quedaba de telón de fondo el mural con los dibujos de La consagración de la primavera, tomados de un cuaderno de notas de Araiz y amplificados sobre una de las paredes: parecía que estuvieran siguiendo el dictado de esas imágenes. Cuando el coreógrafo ve una foto de ese momento tan espontáneo, enseguida se entusiasma: “¡Qué impresionante! ¡No imaginé que tal situación fuese posible!”. Y, yendo directamente a su trazo, la escritura de la danza que desde el comienzo para él fue el dibujo, cuenta: “Son croquis que yo llamo ayudamemorias, y tienen una función más práctica y privada que pública. Están hechos con lápiz, birome o tinta, lo que tenga a mano, en cuadernos pequeños, que pueda llevar en bolsillos o mochilas, de hojas blancas lisas con o sin renglones”. El curador había contado antes sobre el gran trabajo que demandó en este caso limpiar las figuras tomadas del papel cuadriculado. Volviendo a Araiz: “En el mural, además de la sobredimensión, están contrastados trazos claros sobre fondo oscuro. Pero lo que me sorprende es que con o sin intervención consiguen transmitir una impresión dinámica como atestigua tu foto. Provoca ‘juego’, el elemento básico. En lo muy personal, el dibujo representa mi primera experiencia de libertad, justamente por la limitación del papel o más tarde escenario. Por eso menciono su privacidad originaria. Dibujo infantil dinámico, mutable, rítmico, melódico, que ya tenía danza. Algo como un primer amor”.
Formado en historia del arte, Lemus se manifiesta con gran entusiasmo sobre esta investigación que como al museo –que lo corrió del “paradigma visualista”– lo llevó a él a investigar sobre un nuevo campo, a realizar entrevistas, revisar archivos y advertir la relevancia de una escena que merecía un reconocimiento. “Por un lado estaba la necesidad de rendir homenaje a esas maestras de la danza moderna, como Dore Hoyer y Miriam Winslow, y muchos otros que vinieron escapando del nazismo, como Otto Werberg y Renate Schottelius; por otra parte, dar cuenta de esta fase experimental, donde claramente el Di Tella (el Centro de Experimentación Audiovisual del instituto, dirigido por Roberto Villanueva) supo catalizar esa sinergia, a través de diferentes núcleos temáticos”.
El curador se detiene en algunos ejemplos: para la sección ligada al pop, las fotos de Danse bouquet (1965), con vestuarios de Delia Cancela, o las pistas sonoras que pudieron restaurar, como la de Crash, que incluía desde un tema de los Beatles hasta una hinchada de fútbol; otro foco importante, “Danza médium”, dedicado a Scaccheri y su popularidad, donde están las fotos de Susana Thénon; hay un compilado de 800 imágenes de Eduardo Newark, que si uno se quedara a verlas todas comprendería cómo la década pasó de esa ebullición vanguardista (también en el Teatro de la Recova, Plaza Francia, el Bar Moderno) a la represión, con escenas de la policía montada: “No hay que olvidarse que los ‘60 estuvieron entre Illia y Onganía”. Y además de los ya mencionados, un tercer mural: Siglo XX la danza no olvida, que plasma en oleadas un listado confeccionado por Susana Tambutti con las personas que hicieron a la danza argentina. “Son 1983 nombres de la A la Z –señala Lemus-. Uno piensa en la danza y piensa en un legado de libertad”. De esa manera, además, la muestra hace un guiño a los cuarenta años de democracia que se están celebrando desde aquel mojón histórico.
“Yo creo en los relatos pequeños, pero voluptuosos”, dice el curador. Una interesante declaración de principios que aquí está a la vista y permanecerá, al menos, hasta que llegue el verano.
Para agendar
Danza Actual, en el Museo de Arte Moderno, Av. San Juan 350. De lunes a viernes, de 11 a 19; fines de semana, hasta las 20 (martes, cerrado). Entrada general, $ 500; miércoles, gratis; jubilados, menores de 12 años, personas con discapacidad y grupos de estudiantes de escuelas públicas, sin cargo. Más info en www.museomoderno.org
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