Tres poemas que muestran cómo escribe Louise Glück, la Premio Nobel que le pide belleza al mundo
"Es cierto que falta belleza en el mundo/ Es cierto también que no soy la indicada para restituirla./ Tampoco hay candor, pero ahí puedo ser útil", escribió la flamante Nobel de Literatura en el extenso poema "Octubre", de 2004, que está incluido en una de sus obras mayores: Averno, de 2006. Allí, la poeta neoyorquina retoma el mito de Perséfone, la doncella que se convierte en la reina del mundo de los muertos, y lo vincula al traumático atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. La obra de Louise Glück (1943), pese a todo (y pese al mundo), le pide belleza al mundo. "Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias –escribió en uno de los ensayos sobre poesía de Proofs & Theories–. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero". La escritora que le cantó al mes otoñal en el hemisferio norte se lleva su recompensa en octubre.
Si bien Glück no figuraba entre los candidatos a recibir este año el Nobel de Literatura, y aunque otra vez se reconoce una obra literaria en lengua inglesa, pertenece a una estirpe de poetas que, de manera clara y elocuente, les habla a todos los lectores desde la fuerza universal de los mitos. Eso es, precisamente, lo que ha destacado la Academia Sueca hoy al anunciar el Nobel de Literatura 2020. Es el segundo premio que obtiene en 2020; en febrero, "por una poesía de gran precisión y oscura negritud, cuyo sonido personal se hace eco de la banda sonora de la mitología y la historia", según el jurado, mereció el Premio Tomas Tranströmer.
Autora de catorce libros de poesía y de dos colecciones de ensayos, su obra se conoce en español gracias a las publicaciones de la editorial española Pre-Textos y a la labor de poetas que tradujeron textos suyos en blogs y páginas web. En noviembre, el sello Bajo la Luna publicará Una especie de fe, libro de ensayos de María Negroni sobre poetas norteamericanas, entre las que está Glück. Además de la mitología griega, la literatura clásica, La Divina Comedia y la obra de poetas estadounidenses como Emily Dickinson, Robert Lowell, Mark Strand y William Carlos Williams, otra "fuente" de inspiración, explícita en su literatura, es el psicoanálisis. En su adolescencia y por varios años, Glück padeció anorexia nerviosa y realizó un largo tratamiento psicoanalítico que la ayudó a iniciar un proceso de "destilación" del dolor a través de la escritura. "Todos podemos escribir sobre el sufrimiento/ con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente/ algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina/ pasión por la carne roja", escribió con humor en "Mañana lluviosa", incluido en el libro Praderas, de 1997, donde habitan figuras mitológico-literarias como Circe, Penélope y Odiseo. En una entrevista contó que en los años de juventud nada la entusiasmaba más que saber que el borrador de un poema la esperaba en casa.
"Resulta muy sintomática la alegría que ha producido este premio a Glück -dice a LA NACION la escritora y editora argentina Mercedes Roffé desde Nueva York-. Una alegría que resuena doblemente: primero, por esa expansión del mundo que sentimos cuando la palabra 'literatura' deja de limitarse a los escuetos (aun si siempre verborrágicos) marcos de la narrativa de ficción. La segunda razón de esta alegría creo que radica en el hecho de ser un reconocimiento a una obra anclada en lo más perenne de la gran poesía y del arte en general: una obra no creada para quedar inscripta en la historia de las acrobacias, sino para contribuir a la meditación de la persona humana sobre sí misma, sobre sus experiencias más profundas". En su ensayo "Against Sincerity", Glück sostiene que el arte es, antes que nada, un mecanismo de verosimilitud. "Según ella, abandonarse al sentimiento no es la manera -agrega Roffé-. Pero ignorarlo o despreciarlo, tampoco. Que entre la experiencia y lo que ella llama 'verdad', la iluminación que se da en la obra, está el trabajo artístico con materia: la palabra, el ritmo, la forma".
Desde el pasado, la obra de Glück se refiere a un tiempo presente donde los duelos, la desesperación, la destrucción y las pérdidas se pueden transformar en vías de acceso a un mayor conocimiento de uno mismo y los demás, en motores del deseo y el cambio. En El triunfo de Aquiles, de 1985, el héroe griego triunfa cuando acepta su mortalidad. Y como en muchos poetas de su generación, la naturaleza desempeña un rol paradójico, al dar lecciones de humanidad a los seres humanos por medio de imágenes, escenas y señales. Por la temática elegida y el uso magistral de una voz tan cultivada como íntima, Glück no es una poeta a la que pueda catalogarse como feminista, contestataria ni representante de una tradición étnica. Ha dedicado su vida, dijo, a escribir poesía y a dar clases sobre poesía. "Para mí es tan obvio que escribir poesía es lo más milagroso que se puede hacer que tengo que recordarme a mí misma que no todo el mundo quiere ser poeta -declaró en una entrevista que se puede ver en este enlace-. Mucha gente no está ni remotamente interesada en la poesía, pero para mí está tan claro que, por supuesto, es lo único que quiero hacer". A esa pasión por un solo objeto, la poesía, la Academia Sueca le ha concedido un Nobel.
Tres poemas de Louise Glück
El iris salvaje
Al final de mi sufrimiento
había una puerta.
Escúchame: eso que llamas muerte
lo recuerdo.
Sobre la cabeza, ruidos, ramas movedizas del pino.
Después nada. El tenue sol
Trémulo sobre la superficie seca.
Es atroz sobrevivir
como conciencia
enterrada bajo la tierra oscura.
Después todo acabó: eso que temes, ser
un alma incapaz
de hablar, interrumpida de golpe, sólida tierra
inclinándose apenas. Y algo que parecían
pájaros lanzándose sobre los setos.
Tú que no recuerdas
el pasaje desde el otro mundo
te digo que podía hablar otra vez: lo que
regresa del olvido regresa
para encontrar una voz:
del centro de mi vida surgía
una gran fuente, sombras de azul
profundo sobre el azul del mar.
De El iris salvaje
Traducción de María Negroni
El triunfo de Aquiles
En la historia de Patroclo,
no sobrevive nadie, ni siquiera Aquiles,
que era casi un dios.
Patroclo se parecía a él; usaron
la misma armadura.
En estas amistades,
siempre hay uno que atiende al otro,
la jerarquía
se nota todo el tiempo, aunque no se pueda
confiar en las leyendas:
su fuente es el que sobrevive,
el abandonado.
¿Qué eran las naves griegas incendiadas
en comparación con esa pérdida?
En su carpa, Aquiles
lo lloró con todo su ser,
y los dioses vieron
que ya era un hombre muerto, víctima
de la parte que amaba,
de la parte mortal.
De El triunfo de Aquiles
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
La terquedad de Penélope
Un pájaro llega a la ventana. Es un error
considerarlos solamente
pájaros, muy a menudo son
mensajeros. Por eso, una vez
se precipitan sobre el alféizar, se quedan
perfectamente quietos, para burlarse
de la paciencia, alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita, un aviso
de cuatro notas, para volar luego
del alféizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas
y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad? Aquellos
que tienen el corazón más diminuto son dueños
de la mayor libertad.
De Praderas
Traducción de Andrés Catalán
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