Tres novelas para conocer al Beckett de posguerra
"A pesar de todo pronto estaré completamente muerto al fin", escribió el irlandés Samuel Beckett en el comienzo de Malone muere, la novela que junto con Molloy y El innombrable componen una suerte de trilogía que, en palabras de Matías Battistón, su traductor, "puede verse como una épica de la desintegración".
La celebrada aparición de estas obras en manos del sello argentino Ediciones Godot no solo confirma la vigencia de Beckett en nuestro país, sino que tiene la particularidad de haber sido traducidas, por primera vez, por una misma persona al castellano. "La posibilidad de traducir la trilogía completa brinda la chance de trabajar ciertos giros y términos de la forma más fiel posible a la escritura de Beckett", considera Víctor Malumián, coeditor del sello y responsable del diseño de tapa e interiores de esta nueva publicación.
"El primer lugar donde se traduce la obra de Beckett en castellano es en Buenos Aires –aporta Lucas Margarit, investigador y miembro de la organización Samuel Beckett Society–. La editorial Poseidón, en 1954, publicó Esperando a Godot y en 1956 subió a escena, con dirección de Jorge Petraglia. Al poco tiempo la editorial Sur, con traducción de José Bianco, lanzó Malone muere (1958) y Molloy (1961). Desde temprano se puede ver una relación entre lectores y espectadores argentinos con la obra beckettiana. Quizá uno de los aspectos que más llama la atención para el lector y el público argentino sea, ante la incertidumbre o la continua crisis en que nos encontramos, que las obras de Beckett se preguntan continuamente acerca de la posibilidad de establecer una identidad, de demarcar un objetivo, etcétera. A partir de allí, repetición, murmullo, inmovilidad, melancolía, son conceptos que recorren su trabajo desde sus primeras obras publicadas".
En esta misma idea se detiene Patricio Orozco, autor de la primera biografía en español de Samuel Beckett y creador, junto con Miguel Guerberoff, del Festival Beckett. "Los argentinos vivimos en una constante crisis de identidad. Este intento de definición continuo e inconcluso nos hace transitar un espiral infinito, preguntándonos quiénes somos y qué hacemos en este rincón del mundo. Esta es la base con la que todo argentino puede sentirse identificado con Vladimir y Estragón (los personajes que esperan a Godot). Beckett plantea un problema existencial que atraviesa a toda la humanidad por igual. Eso está claro, pero no puedo dejar de señalar una particularidad que hace al contexto en el que se estrena la obra en nuestro país. Es curioso que Esperando a Godot se presentara en Argentina en 1956, poco tiempo después del exilio obligado de Perón. ¿Vendrá, no vendrá? Perón, como Godot, enviaba emisarios y posponía el retorno. Es así como en esta dinámica que atravesó casi dos décadas, los argentinos encarnamos fielmente el dilema que proponía Samuel Beckett en su obra".
En 1969, el autor nacido el 13 de abril de 1906 en Dublín, recibió el premio Nobel de Literatura "por su escritura, que, renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno". Fue la Segunda Guerra Mundial la que marcó un antes y un después en la vida y en el desarrollo artístico del escritor. "Beckett no solo fue solidario con sus amigos y colegas que necesitaban dinero y refugio, sino que también participó de la resistencia en París integrando una célula llamada Gloria –describe Orozco–. Su trabajo en esta secreta organización consistía en tomar los reportes de los informantes franceses y traducirlos al inglés de la manera más sintética posible para que entrara la mayor cantidad de datos en los microfilms que se enviaban a Londres. Estas experiencias, sumadas a su tarea como voluntario en el hospital de Saint-Lô, donde pudo presenciar las atrocidades de la guerra, fueron, en mi criterio, un punto de inflexión en su desarrollo artístico".
Tras la guerra, abandonó el inglés como lengua literaria y comenzó a escribir en francés la trilogía con la que se permite ahondar en la visión trágica del mundo contemporáneo y explorar en la desolación de la vida humana. "La escritura de Molloy, Malone se muere y El innombrable fue interrumpida brevemente para realizar un ejercicio dramatúrgico que más tarde se llamaría Esperando a Godot –agrega Patricio Orozco–. En estos cuatro textos encontramos a un Beckett más preciso en sus palabras y silencios. Minimalista, sintético, el fruto de su trabajo en la resistencia sale a la luz. En la trilogía, los protagonistas pierden prácticamente todas sus cualidades humanas: identidad, nombre y carácter. Lo único que los hace continuar con sus existencias es el lenguaje y sus habilidades para describir objetos y situaciones. Representan un último aliento de humanidad y vida que no se detiene".
A partir de esta trilogía, la obra del irlandés experimenta una ruptura significativa con la herencia de James Joyce de quien fue asistente y discípulo, pero por sobre todo con un modo de narrar. "Lleva a un extremo las posibilidades del género y de los usos de la palabra. Bajo este aspecto es fundamental ver cómo en estas novelas se desarticular las nociones mismas de narración y de realismo – analiza Margarit, director de la revista Beckettiana - . A su vez la estructura, por momentos repetitiva, condiciona el ritmo y la trama. Es interesante compararlas con sus novelas o narraciones anteriores, Murphy (1938) por ejemplo, para ver que lo que estaba anunciado y comentado allí, en esta trilogía se lleva a cabo. Es un paso más en una poética que se caracteriza por la coherencia desde sus inicios".
¿Fidelidad o libertad?
"Creció siendo el inglés su lengua materna, aunque después de sus primeros escritos prosaicos, eligió escribir la mayoría de sus obras en francés. Además, desde muy temprano en su carrera emprendió las traducciones de sus propios libros. Conocía los dos idiomas tan perfectamente como podamos imaginar y, por supuesto, comprendía sus propias intenciones de las que era consciente y, presumiblemente, mantenía los mismos ideales al traducir una de sus obras que cuando escribía el original", analizó en 2002 el investigador Javier Ortiz García, de la Facultad de Lenguas Aplicadas de la Universidad Alfonso X el Sabio, en un artículo que reproduce el blog Club de traductores literarios de Buenos Aires. "El verdadero propósito por el que empecé a escribir en francés fue para empobrecer mi estilo un poco más –sostuvo Samuel Beckett en una entrevista–. En francés es más fácil escribir sin poseer un buen estilo".
Una de las ventajas entre los tantos desafíos que encara la traducción "es ver de qué modo Beckett realiza estos pasajes de un idioma a otro, donde muchas veces parece más una reescritura que una traducción propiamente dicha –asegura Margarit y anticipa que pronto se conocerá en Londres un trabajo sobre las traducciones realizadas en nuestro país–. Muchos hablan de dos originales, pero también habría que pensar en un doble exilio con respecto a la lengua".
Para la reciente edición de la trilogía, Battistón (becado por el prestigioso Trinity Centre for Literary Translation) trabajó con ambos textos: "De hecho, terminé realizando dos versiones de cada novela, una del francés y la otra del inglés, en paralelo. Las del francés son las que se terminaron publicando. La verdad es que en teoría habría muchas maneras de abordar obras bicéfalas como estas. Tanto es así que ahora estoy escribiendo un libro para explorar, aunque sea a modo de proyecto o fantasía, todo lo que un traductor podría hacer con estos textos gemelos, y con el gran material de descarte que se acumula durante una traducción".
La cuestión primordial de la traducción no radica en la fidelidad o en la libertad del traductor, "sino en la complementariedad del original y su traducción. Beckett no llegó a terminar de escribir sus dos obras hasta que las tradujo al inglés. La comprensión casi total del texto no llega hasta que leemos la traducción", destaca Javier Ortiz García en el artículo anteriormente mencionado. "Muchas veces se dice que en una traducción debe reproducirse la voz del autor – enfatiza Battistón–, con Beckett más bien hace falta seguir los ritmos de un balbuceo muy particular, que mezcla control neurótico sobre la escritura y desenfreno desesperado. Al haber más de un original, el fetichismo por momentos se desdobla, se vuelve esquizo. Si al traducir mezclo lo que dice la versión en francés con lo que dice la versión en inglés, ¿estoy siendo más o menos ´fiel´? ¿'Fiel' a qué? Por otro lado, a Beckett lo rodea el mito (bien fundado) del rigor absoluto, caricaturesco; del escritor que controla hasta el último detalle de sus obras y su representación. A lo que se suman los millones de exégesis de sus textos. Hasta qué punto y cómo deben atenderse todas esas cuestiones, muchas veces contradictorias, depende del doble pacto que el traductor establece con la obra y con el lector. Yo creo que una traducción puede tomarse todo tipo de libertades, mientras esté a la altura de esas libertades".
La flamante aparición de la trilogía lleva a preguntarnos cuán necesarias son las nuevas traducciones sobre obras consideradas clásicas. "Digamos que un clásico es un texto que no escarmienta. Siempre vuelve por más –resalta Battistón-. Y en la inercia de su circulación, de su necesidad de circular, arrastra nuevas traducciones. Que también pueden ser respuestas a un cambio en la lengua a la que se traduce, o en lo que se espera de una traducción, o incluso a un cambio en el clásico mismo, que hoy tiene otras aristas, o es leído de otro modo. Además, está el estímulo de entrar a un lugar conocido por una puerta nueva. En general, las traducciones viejas de Beckett se hicieron a los ponchazos. Las nuevas quizá también, pero son otros ponchos."
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