Travesuras del siglo XXI: las reformas de un edificio histórico
El Recoleta es muchas cosas: una postal clavada en el imaginario internacional de porteños, argentinos y extranjeros, una marca cultural, social y barrial, un monumento donde se combinan templo, necrópolis, museo, feria, shoppings; un lugar con diversos estratos de historia, religión, cultura, negocios.
Desde su origen como enclave colonial periférico donde se instalan los hoy aclamados Iglesia y convento del siglo XVIII, el sitio va mutando al compás de los avatares del país. El huerto de los recoletos se convierte en cementerio público y el convento se transforma en asilo durante la primera mitad del siglo XIX. Con la capitalización de Buenos Aires, el conjunto crece y se monumentaliza bien a la italiana, con la sistematización y rápida colmatación del cementerio y la construcción de sus murallas y su pórtico, y con la edificación por etapas del ecléctico asilo de cuño hospitalario. Para el Centenario se "paquetiza y afrancesa" definitivamente con parquizaciones, esculturas, palacetes y sitios de entretenimiento. Esta gentrificación continúa hasta la década de 1970 potenciada por la instalación del Museo de Bellas Artes y de la Sala Nacional de Exposiciones en el Palais de Glace a la que no hace mella ni la puesta en valor neocolonial de la Iglesia y sus aledaños, ni el aluvión de casas de renta, propiedades horizontales o torres que arrasan con mansiones y palacios. La patrimonialización de todo el conjunto del asilo ocurre en 1948 bajo el imperativo de cuidar las partes coloniales fundamentalmente. En la encrucijada nacional y mundial de alrededor de 1980 la intendencia de facto decide reciclar el ya vetusto asilo para instalar un centro cultural -con parking subterráneo y deforestación anexas- mediante una intervención de gran impacto que acaricia las sacrosantas partes coloniales pero que cachetea -casi trompea- fuerte y duro a los desdeñables pabellones Belle Époque. La operación a cargo de tres notables arquitectos-artistas se transformará en gran ejemplo de arquitectura posmodernista de la ciudad.
La frívola década de 1990 socava los cimientos de todo el conjunto con el desarrollo del "Design", que aporta guiños de arquitectura deconstructivista y grandes dosis de colores pastel para terminar de definir la lúdica estética final de un pelotero de lujo monumental. En esta saga de intervenciones que adicionan estratos al conjunto, el reciclaje soft de los interiores recientemente inaugurado parece adecuado al nuevo perfil del centro cultural que se plantea. Y el escandaloso grafiti de la fachada no pasa de ser una travesura trasnochada que fue la única cuestión del proyecto no consensuada con la Comisión Nacional de Monumentos y que solo debe preocupar desde el punto de vista patrimonial por lo que pueda afectar la conservación de lo que queda del pabellón de acceso del asilo diseñado por el arquitecto Giovanni Buschiazzo en 1882.
El autor es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y vocal de la Comisión Nacional de Monumentos
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