Alessandro Baricco en el Colón: travesía hacia un instante mágico
En una hora y media de clase magistral, Baricco curó la herida del tiempo: no importaba qué pasara afuera, ese momento era suyo y de su audiencia
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En Una cierta idea de mundo, Alessandro Baricco escribe sobre Las raíces del romanticismo y dice que el filósofo Isaiah Berlin -autor de ese libro- sabía exponer sus convicciones en clase de una manera admirable, con total claridad, como si fueran sentencias definitivas. “Así que se acabaron las excusas, porque sí se pueden explicar enormes mutaciones mentales y antropológicas contándolas como apasionantes y espléndidas aventuras de la inteligencia y sin que nadie se aburra –anota el italiano-. Lo normal es que el asunto se simplifique planteando por un lado la erudición académica y por otro la divulgación, aunque sea una forma imprecisa de exponer las cosas. Ahí entremedio cabe otra acción, formidable, y es lo que hace Berlin: diluir la erudición en el discurrir de una narración, trazando mapas en los que la complejidad se hace legible, ordenada y bella. No son muchos los que consiguen hacerlo, y eso explica que con frecuencia se prefiera creer que es imposible”.
Podríamos reconocer rápidamente cuán buen alumno ha sido el autor de Océano Mar, Seda, Novecento, La esposa joven y tantos otros libros. O podríamos pensar un momento más y arriesgar que además de aprender muy bien la lección, después de advertir como él mismo dice que sí se puede, Baricco soñó una “clase emocionante” que lo desafiara a hacer como aquel, diluir la erudición, y en una travesía disfrutable y al alcance de todos, con las herramientas y la fuerza de la narración oral, explicar el misterio de esa brecha que se abre en la vida de todas las personas: “la herida del tiempo”.
El miércoles, en el escenario del Teatro Colón, el escritor, pero sobre todo el juglar –aunque el filósofo, el guionista, el presentador de televisión, el melómano, todos estaban ahí en uno solo, detrás del modesto escritorio-, y su partenaire, la traductora Veronica Pachetti, salieron de viaje con el público. La sala lírica fue el paisaje y el vehículo de esa propuesta que esta vez no era musical ni dramática, aunque el relato -por su ritmo y carácter- tuviera un dejo teatral. Pero lo verdaderamente movilizante eran la voz y la palabra, los hechos, las preguntas y certezas que Baricco empleó como combustible para avanzar en su exploración del significado del tiempo con la inefable ayuda de la literatura.
“El tiempo solo es exacto en los relojes, pero en la vida se abre. Vamos un poco con retraso o un poco anticipados, siempre persiguiéndolo. Y esta es una de las heridas que hacen que la vida sea difícil”, enunció el italiano el concepto que enlaza todas las cuentas de su original itinerario. Un poco después, reveló el final de su teoría: que para cerrar la brecha del tiempo existen experiencias especiales, una sobre todo: el amor. Dos personas y un instante mágico.
No es meramente metafórico decir que Sobre el Tiempo y el Amor es un viaje de viajes. La conferencia (el viaje) cita por lo menos cinco travesías concretas, dos históricas y aparentemente inconexas, como son la fuga en carruaje del rey Luis XVI y María Antonieta y la huida de casa en tren de León Tolstoi en los últimos días de su vida, y tres literarias: la de Florentino y Fermina en barco en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, las idas y venidas de Romeo y Julieta de Shakespeare, y La Odisea de Homero en canto 23, con “el problema de reconocerse” en la vuelta de Ulises a Penélope. Los primeros nos enseñan que toda la vida (53 años, siete meses y once días) ocurre en un instante; los segundos, que cuando no logramos amar, morimos; y los últimos… “Amar, contar, dormir”, en ese orden, dirá Baricco, después de ahondar con gran pericia en el arte de los reencuentros.
Como en los ejemplos literarios que dio para ilustrar su hipótesis, antenoche, en esa hora y media que duró su clase magistral, también Baricco curó la herida del tiempo: no importaba qué pasara afuera, ese tiempo era suyo y de su audiencia. Si él lo dijera ahora, seguramente, cerraría las palmas de sus manos a modo de sutura. Un irrepetible instante de magia.
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