Tras las huellas de Italia
AMORES SICILIANOS Por Vlady Kociancich-(Seix Barral)-254 páginas-($ 27)
Julia Rossi, una joven escritora argentina, encuentra un cuaderno de apuntes traspapelado desde hace ocho años en su biblioteca. El cuaderno contiene las notas de un viaje a Sicilia, cuyo objetivo final era la composición de un libro, jamás escrito, acerca de las casas de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. En ese mes de septiembre de 1992, la vida de la escritora se halla en un punto de inflexión, a partir del cual todo -la muerte del padre, la unión infeliz con su marido, el despertar repentino de una pasión amorosa con su mejor amigo, la vocación artística, la vinculación familiar con Sicilia- debe reencauzarse para que Julia entrevea al menos un indicio capaz de dar sentido a su existencia.
Valiéndose de una técnica lineal de largos flashbacks, la novela recrea alternadamente algunos episodios previos y posteriores al viaje y algunos momentos de la estadía en Sicilia, desde la visita a Palermo y alrededores en busca de las mansiones de Lampedusa hasta la breve estación amorosa en la exclusiva isla de Panarea.
La historia de esta modesta Bovary porteña se entrelaza con un tema mucho más significativo, que es el de la estrecha relación de una escritora argentina -Julia Rossi en la ficción, Vlady Kociancich en la realidad- con la tradición italiana y, en particular, con el legado histórico y cultural de Sicilia. En las páginas del libro salta a la vista la deuda explícita con la literatura siciliana. Para comenzar, toda la novela atraviesa de modo oblicuo la cuestión de cómo la herencia de las casas modifica no sólo en sentido económico nuestra relación con el mundo: la posesión de "las cosas", tema central de la novela, fue abordada por primera vez en Italia por Giovanni Verga y Federico De Roberto, a quienes siguió, en una nueva solución existencialista, la desventura patrimonial del difunto Mattia Pascal de Pirandello. Desde entonces -y tampoco está ausente de la novela el viaje de retorno al puebo natal de Elio Vittorini en su memorable Conversaciones en Sicilia-, el problema de la identidad del individuo quedó ligado no al lugar de origen sino a las tierras y a las casas que ese mismo individuo poseyó a lo largo de su historia familiar.
En segundo lugar, el texto rescata otro motivo marcadamente siciliano: el desenmascaramiento de la pretensión literaria de que todo sujeto está fatalmente predestinado a cumplir su derrotero de dolor y de muerte, cuando en realidad la historia siciliana más bien enseña que ese destino no es inescrutable, sino que responde a un complejo aunque descifrable diseño de juegos de poder y corrupción. Juana Rossi aparece deslumbrada por la lectura de El Gatopardo y por las novelas de Leonardo Sciascia, quien, en escuetas tramas policiales, puso al descubierto los intereses cruzados del poder político. La lección final del libro es el hallazgo de una sutil semejanza entre la suerte argentina y la de la isla mediterránea. De hecho, la narradora parece retomar para sí la famosa afirmación de Sciascia en Sicilia como metáfora, acerca de la "sicilianización del mundo", esto es, la pérdida consciente de toda solución racionalista a los conflictos del mundo a favor de una iterativa puesta en escena de códigos mafiosos en todos los ámbitos del quehacer político y económico.
Pero, en la novela, Sicilia es también esa belleza paroxística que deslumbra por el peso de su riquísima historia y confunde, porque huele a cadáver: los colores, los aromas y los sabores son -como en la frase del príncipe de Salina que hipnotizó a Visconti- signos sensuales del deseo de muerte. Así, casi en el final de la novela, en que cada personaje halla al final su respuesta ("Sicilia es la clave de todo", reza la frase de Goethe en su Viaje a Italia), Cavani, el marido de Julia, confiesa para sí: "Sicilia, esto es Sicilia, se estremece. Este aislamiento, esta condena suspendida de la noche como una vieja lámpara, este silencio que posterga encender la lámpara, esto soy yo". Por último, no faltan episodios de una feliz comunión entre los lugares: en la calle Guise, en el porteño barrio de Palermo, Julia inicia su travesía que es también un regreso a la ciudad de sus ancestros, la Palermo siciliana. La novela de Kociancich es, en el escenario tan poco italófilo de la literatura argentina, un tributo a Sicilia y a sus libros, "a la pasión de una literatura del silencio".
Amores sicilianos tiene sin duda muchos méritos. El más importante es su ambición de encontrar en la confrontación con otra cultura, y más allá de la mera trama, algunas claves de interpretación de la realidad argentina de los últimos años. Ahora bien, a la novela le falta un desarrollo de mayor envergadura, que dé más respiro a los personajes y a los hechos. Suele suceder que los autores subestimen el deseo de los lectores de saber más acerca de sus personajes y así seguir leyendo.
Vlady Kociancich fue periodista, crítica literaria y traductora. Ha publicado las novelas La octava maravilla (1982), Ultimos días de William Shakespeare (1984), Abisinia (1985), Los Bajos del Temor (1992) y El Templo de las mujeres (1996). Ha escrito tres libros de cuentos, Coraje (1971), Todos los caminos (1990) y Cuando leas esta carta. En 1988 obtuvo el Premio Jorge Luis Borges, ortorgado por el Fondo Nacional de las Artes.
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