Tras las huellas de Borges en Ginebra
La zona antigua de la ciudad suiza mantiene la casa que habitó el escritor, el café y la librería que frecuentaba y su tumba
GINEBRA.- Jorge Luis Borges escribió en Atlas , un volumen creado con sus textos y las fotos que María Kodama tomó a lo largo de sus viajes compartidos, que "Ginebra no es enfática". Lo dijo comparándola con otras ciudades de personalidad rotunda: "París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres, pero Ginebra casi no sabe que es Ginebra".
Lo que Borges quería decir es que, habiendo conocido lo más descollante del pensamiento calvinista y el francés, esta ciudad cosmopolita hace gala de una austeridad evidente. Y, como subrayó el autor de El Al eph, "las grandes sombras de Calvino, Rousseau y Amiel están aquí, pero nadie las recuerda al viajero".
La relación de Borges con Ginebra -ciudad en la que estudió siendo joven- fue tan especial como la que mantuvo con su mítica Buenos Aires, cuya fundación se le hacía cuento. Por la ciudad suiza expresó un respeto despojado de exclamaciones: "Se ha renovado sin perder sus ayeres. Perduran sus campanas y sus fuentes, pero también hay otra gran ciudad de librerías y comercios".
Borges y Kodama frecuentaban la Vieille Ville (Ciudad vieja), cuyas callecitas empedradas en altura envuelven al visitante en el aire de otros tiempos. Hay algo que confunde en esta ciudad que, en pleno invierno, parece hecha de hielo y de viento. Su diseño laberíntico parece especialmente pensado para los que quieren perderse. Y para los que quieren reencontrarse, pues cada pasadizo tiene siempre una salida.
LA NACION recorrió la Vieille Villecon Kodama, de visita en Ginebra para la inauguración de la muestra "El Atlas de Borges", que permanecerá aquí hasta febrero próximo.
María Kodama se arrebuja en su abrigo de piel y recuerda a Borges: "Le gustaba el frío y el hecho de que los grandes nombres del pensamiento hubieran pasado por esta ciudad. Admiraba el orden y el respeto. Lo marcó la solidaridad de los ginebrinos con los refugiados de la Gran Guerra".
El viaje continúa
El itinerario incluyó algunos de los sitios que Borges frecuentaba, hasta su última morada en Plainpalais, el cementerio de reyes y notables donde el creador de Ficciones está sepultado, en la tumba 735, junto a un sendero de piedra, hoy escarchado y cerrado al público por precaución. En este cementerio yacen los restos de Calvino, el gran reformador, y del compositor argentino Alberto Ginastera, otro hijo dilecto de Ginebra.
En laVieille Ville, a la altura de la Grand Rue con la Rue Saint Pierre hay un sitio acogedor y bullicioso -en versión suiza-, el Café del Hotel de Ville, visitado muchas veces por Borges. Allí tuvo lugar la charla de la presidenta de la Fundación Jorge Luis Borges con LA NACION.
"Regresar a esta ciudad es como volver a viajar con Borges y revisitar los lugares que él conocía de memoria. Tanto es así, que cuando algo cambiaba en la arquitectura de la ciudad, lo advertía de inmediato. Era sorprendente", dijo Kodama.
En la intersección de Grand Rue con la Rue Du Sautier, justo cuando la arteria principal se pronuncia en la subida, hay una placa que dice: "En el 28 de la Grand Rue vivió el escritor Jorge Luis Borges, 1899-1986". Y, de inmediato, las palabras del argentino universal sobre esa otra patria que buscó y creyó merecer -Ginebra-, que le resultaba "la más propicia a la felicidad" y que le traía "la nostalgia de Buenos Aires".
La placa es un homenaje de Ginebra a un escritor que reconoce como propio. Tanto es así, que en el popular barrio de Charmilles, donde hasta hace poco tiempo abundaban los ateliers de jóvenes artistas plásticos, Borges tiene una calle con su nombre. Eso hacen los grandes escritores por las ciudades: les agregan un valor que, más adelante, el visitante busca y sólo quieren conocerlas desde la mirada de la gran literatura.
A escasos metros de la Catedral de Saint Pierre -otro punto del derrotero-, cuando la Grand Rue se abre en pequeños cafés y escalinatas que conducen a pasadizos laberínticos, está la Librería Jullien, visitada por Borges en cada viaje. La atmósfera es recoleta. Sólo se consiguen ensayos sobre el escritor, pero no su obra.
El itinerario concluyó en Plainpalais, testigo de la Edad Media, donde yacen los restos del escritor argentino. El 14 de junio de 1986, cuando murió en el segundo piso de la casa de la Grand Rue, Borges aún escribía. Una corona de flores amarillas sin firma, entre las que rodearon su tumba, lo despidió así: "Al más grande forjador de sueños".
Algo en Kodama se resiste a volver al cementerio de Plainpalais. Quizá sea el mismo temor que la asaltó cuando Borges murió y que recogió la crónica periodística hace 22 años: que el cuerpo del escritor se convirtiera en un objeto.
El sepulcro es despojado. La lápida se reconoce por el número 735, el nombre de Jorge Luis Borges y una cruz galesa en el reverso de la piedra gris. Sobre la lápida hay un grabado en círculo con siete figuras humanas y un epitafio en inglés antiguo: "And ne forhtedon na" ("Y que no temieran"), tomado de un poema épico del siglo X.
No hay más que un puñado de flores secas sobre la tierra húmeda de escarcha. Nada florecería, de todos modos, en este invierno helado.
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