Félix González-Torres: transformar el miedo a la pérdida en obras de arte
"Por cinco dólares te los podés llevar todos", le dijo la vendedora mientras él miraba un Mickey Mouse y otros juguetes en el mercado de pulgas, donde solía encontrar "pequeñas historias escondidas". Se los llevó a su casa para iniciar una colección, con la esperanza de que eso le levantara el ánimo. No dio resultado.
La década de 1990 comenzaba de la peor manera y Félix González-Torres sólo quería dormir: tomaba pastillas día y noche, "como si fueran caramelos". Su pareja, Ross Laycock, estaba muriendo como consecuencia del Sida. La misma enfermedad que acabaría con su propia vida cinco años después, antes de cumplir los cuarenta.
En esa etapa de duelo, sin embargo, el artista cubano logró transformar su dolor en obras que inspirarían a las siguientes generaciones. A tal punto que la actual edición de la feria ARCO está centrada en su legado de "conceptualismo emocional" .
"Es solo cuestión de tiempo", dice la frase escrita en grandes carteles ubicados en distintos puntos de Madrid. Es la recreación de aquella intervención urbana realizada por González-Torres en 1992, un año después de haber perdido a su gran amor. Como un eco silencioso de otra que se convertiría en una de las más conocidas: Sin título (Perfectos amantes) consiste en dos relojes de pared, perfectamente sincronizados y colgados uno junto al otro, cuya coordinación se va perdiendo a medida que se desgastan las pilas. "Es la cosa más escalofriante que haya hecho en mi vida –declaró entonces–. Quería enfrentar ese miedo, tener esos dos relojes frente a mí... escuchar su tic-tac".
Su ansiedad volvería a convertirse en poesía gracias a la alfombra de caramelos envueltos en papel plateado, destinados a ser consumidos por el público. "Pensé en esa frase de Freud: ‘Nos preparamos para nuestros miedos más grandes con el objeto de debilitarlos’. Yo estaba perdiendo a Ross, de modo que quise perderlo todo para enfrentarme con ese miedo y quizás aprender algo de él. Así que quise perder también la obra, eso que era tan importante en mi vida. Quería aprender a dejarla ir", explica en el catálogo de la muestra que le dedicó el Malba en 2008.
Dejar ir fue algo que debió aprender cuando era apenas un adolescente. Se fue de Cuba con su hermana en 1971, a los 14 años, para vivir tres meses en un internado en España; luego se mudó con sus tíos a Puerto Rico y más tarde a Estados Unidos, donde se radicó. No volvería a ver sus padres durante más de una década.