Tramas visionarias
WHITE CHAPPELL, TRAZOS ROJOS Por Iain Sinclair-(Sudamericana)-Trad.: Matías Serra Bradford-240 páginas-($ 28) PREPARATIVOS DE VIAJE Por M. John Harrison-(Interzona)-Trad.: Marcelo Cohen-273 páginas-($ 29)
White Chappell, trazos rojos
El cineasta y escritor Iain Sinclair (Gales, 1943) es uno de los más contundentes renovadores de la narrativa británica actual, no tanto por plantear una literatura de vanguardia como por su peculiar y desafiante concepción estética de los vínculos entre la ficción, la historia y el espacio. Estudió en el Trinity College de Dublín, aunque pronto se apartó de la carrera académica para dedicarse a diversos empleos, como jardinero, estibador o corredor de libros, actividad ésta que lo marcó y que está en la base argumental de su primera novela vertida al español (traducción realizada en la Argentina), White Chappell, trazos rojos, que fue publicada en inglés a fines de los años ochenta.
Hace poco, gracias a la programación del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, pudo verse uno de sus films, London Orbital, una denuncia, en clave mística y de road movie, acerca de ciertas arbitrariedades de Margaret Thatcher y de los oscuros intereses alrededor de la construcción de la M25, la autopista que circunda Londres.
A partir de Robert Louis Stevenson y de Arthur Conan Doyle, White Chappell, trazos rojos explora una Londres enigmática con toques fantásticos, góticos y esotéricos. En ella la supervivencia del mito de Jack el Destripador sirve como hilo a una trama compleja, alucinada, plena de documentación urbana y especulación histórica.
Cuatro singulares y extravagantes corredores de libros se lanzan a la busca de los rastros de un antiguo complot victoriano que develaría la identidad de los asesinos que se ocultaron tras de la máscara de Jack y de una clave en una olvidada prueba de galera de la primera edición de Estudio en escarlata, quizás el más famoso de los relatos protagonizados por Sherlock Holmes.
El pasado, de ese modo, se confunde con el presente y un tenebroso, casi sórdido, clima victoriano se encarna en la Londres cosmopolita y consumista de la conservadora Dama de Hierro, aludida en la novela, entre líneas, como portadora del mal y monarca de la oscuridad.
Así, los crímenes de ficción, los de Conan Doyle, revelados siempre mediante una lógica que ejemplifica el triunfo de la razón, se mezclan y transfiguran con los del temible y sanguinario Jack, centro visible de una conspiración que atraviesa el tiempo, la historia y la imaginación.
Pero White Chappell, trazos rojos no es de ninguna manera una novela de realismo histórico ni una fantasía especulativa: es un compendio de ficción y realidad que todo el tiempo se retroalimenta mediante el permanente cuestionamiento de la cara oculta del poder. Ese poder es considerado el verdadero autor, sin ética y sin discurso, de las tramas socioculturales y políticas que se vienen dando desde la Inglaterra decimonónica hasta la de nuestros días. Un poder vampírico, que absorbe voluntades y controla deseos, que acecha el símbolo más concreto de lo prohibido y lo pecaminoso: las prostitutas que recorrían las oscuras calles del East End londinense en el apogeo del Imperio.
La auténtica protagonista de la novela de Sinclair es, sin embargo, la ciudad de Londres. La capital británica es un espacio tan real como fantasmagórico, un limbo incomparable en el que deambulan, como en un laberinto, prósperos comerciantes, rancios aristócratas, mendigos desesperados y visionarios que pendulan entre la genialidad y la locura. Londres, fetichizada hasta la exasperación, es en la novela de Sinclair la ciudad de la razón y de la pasión, la que por su ambición de dominio convierte el presente en futuro y el pasado en mito.
El propio autor se ha referido a la condición alucinatoria e hipnótica que adquiere la ciudad en sus relatos y ha expresado su interés por hacer confluir la visión psicogeográfica -el vínculo entre el comportamiento del grupo social y el espacio en el que se desarrolla- con la libertad ficcional de las tramas conspirativas del pasado y del presente, algo que lo acerca a lo mejor de la literatura de Thomas Pynchon.
Si bien es visible la comunión con Pynchon -y quizá también con Don DeLillo-, Sinclair se vincula mucho más con narradores como Peter Ackroyd, Fay Weldon y J. G. Ballard, representantes de la nueva fantasía ocultista británica o de las zonas limítrofes entre el realismo y lo fantástico. La fiesta de referencias a escritores y libros se multiplica en el relato, en una especie de fascinación posmodernista por el pasado literario y sus figuras inmortales. Además de la manifiesta influencia de Conan Doyle y Stevenson, desfilan por estas páginas John Keats, John Milton, Arthur Rimbaud, Thomas De Quincey, William Blake, Paul Verlaine, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Allen Ginsberg, Fredric Brown, Samuel Beckett, Somerset Maugham. También personajes excéntricos como el mago ocultista Aleister Crowley, el comediante Groucho Marx y los heraldos de la liberación sexual, Havelock Ellis y Edward Carpenter. Menos interesante, en cambio, es la incorporación, algo forzada, de Merrick, el famoso Hombre Elefante, como personaje fantasma.
Más allá de los vértigos de su trama, White Chappell, trazos rojos amalgama un lenguaje opulento, una narrativa poética y una precisa conciencia de los límites que existen entre los géneros. La Londres fantasmal y feérica de la novela se revela así como una metáfora explícita de la desmesurada ambición de Sinclair por trastocar las convenciones compositivas, por cruzar las fronteras literarias, por refundar la memoria cultural y por instaurar la verdad oculta de lo aparente y lo trivial.
Preparativos de viaje
M. John Harrison es uno de los más exquisitos escritores de la actualidad. A su primera novela, The committed man (1971) le siguió una serie de cuatro libros que toman el nombre de una ciudad utópica: Viriconium. Desde entonces, Harrison, en sus cuentos y en sus novelas, ha cultivado todos los géneros con igual sutileza. Pueden rastrearse en su obra elementos de la ciencia ficción, del realismo, del relato fantástico, del terror e incluso variantes de la novela de aventura. Sin embargo, el género al que pertenecen queda en un lugar secundario cuando, como ocurre en Preparativos de viaje, los relatos reflejan una preciosa capacidad para acuñar imágenes o construir personajes profundos mediante secos estiletazos.
Los cuentos de Harrison podrían responder al siguiente axioma: donde opera la máxima precisión, lo fantástico queda relegado a un plano incidental. La precisión se manifiesta cuando la realidad colapsa o se vuelve extraña. Ahí, en ese punto de inflexión, se origina el universo paralelo de sus relatos: un trasfondo entre enigmático y pesimista de la vida en Occidente. En torno a destinos insólitos y paisajes lacónicos o superficies urbanas quebradas como espejismos, Harrison entrama anécdotas sobre los afectos y el deseo. La elegancia de su lenguaje va acompañada por un abanico notable de registros y maneras de evocar. En muchos de los cuentos los distintos narradores adoptan la primera persona para retratar personajes extravagantes, fracasados, paralíticos conectados a la última tecnología ("La costa del suicidio"), amantes despechados que se mimetizan con el pulso de la ciudad y son seducidos por una moda esnob ("Lo hice"). La Inglaterra actual aparece escenificada desde lo cotidiano ("Pequeñas reliquias") y Londres, ciudad decadentista por excelencia, está siempre presente y preserva en vidas mínimas la soledad que sólo dan los grandes secretos.
El narrador de "El este" traba amistad con un viejo exiliado de Europa oriental y de a poco cree descifrar en su pasado la causa de su huida. En "El don", un hombre, bajo la maldición de un libro, vaga por una ciudad contemporánea, mientras una mujer, cada noche, en su hotel, emborracha y seduce a un amante distinto. Experiencias sobrenaturales marcan a los personajes de "Vacío" y de "Anima" que, al no poder nombrar el paraíso al que accedieron, enloquecen o quedan suspendidos en una inocencia parecida a la santidad. En "Los asesinos del corazón de neón" una trama policial combina atmósferas futuristas en una isla teñida por el jazz. "Casas negras" tiene el aire de los primeros relatos rusos de Nabokov: un narrador diseña la genealogía del amor al invocar a una mujer tan espectral como los paisajes que ambientaron ese deseo.
"La ciencia y las artes" es un cuento minimalista impregnado de un humor sutil. De alguna manera este relato deja al descubierto el pathos que comunica a los personajes de Harrison: todos conjugan sus deseos a través de hermosas debilidades. Aquí el protagonista se deja cautivar por la atípica enfermedad de una mujer arruinada. En "Comdo", una vez más, el autor glosa las oscilaciones absurdas de una pareja, pero en planos narrativos que se autoincluyen. "La soledad de su deseo me hizo sentir culpable", declara el narrador al referir un primer encuentro amoroso, y este pequeño destello ilustra a la perfección la sensibilidad privilegiada del autor inglés.
En Preparativos de viaje, M. John Harrison explora diversos grados de felicidad y desgracia en seres excepcionales, deshace el temple de las relaciones íntimas y conduce al lector a finales ambiguos. Este libro es un mapa milagroso: una escala de catorce cuentos que protege y transforma los secretos del hombre contemporáneo.
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