Torrente de sentidos
La última novela de Miguel Vitagliano exhibe una trama coral en torno de la familia y el legado de un profesor de literatura
Existen novelas cuya apuesta se cifra en articular la trama a partir de una voz que monopolice el punto de vista. La materia narrativa, entonces, le llega al lector como un objeto de un solo plano: es una única mirada ?la autorizada? la que refiere los hechos. Son ficciones que, sin excluir la connotación de su horizonte, cifran la complejidad de su cosmos en un eje exclusivo. En cambio, hay otras novelas que desafían el orden jerárquico que singulariza a un narrador. En ellas, la responsabilidad elocutiva es plural. Todas las voces que aparecen están en el mismo nivel y todas ellas tienen idéntica validez para dar cuenta de la trama. Tratado sobre las manos , la última novela de Miguel Vitagliano (Buenos Aires, 1961), pertenece a este último grupo. En este texto, Vitagliano emplea tres recursos para abordar la carne narrativa desde diferentes ángulos. Por una parte, un narrador en tercera persona que incluye diálogos en su flujo. Por otra, las notas de autor, distribuidas en el curso del relato con mano maestra, que funcionan como un poderoso eco del enunciado. Y, por último, las voces de los personajes que irrumpen en el texto como intervenciones repentinas. Estas entradas aparecen entre comillas y referenciadas con el nombre del personaje y su edad, como si se tratara de citas de un reportaje. Mediante esta estrategia, en Tratado sobre las manos se presenta una mirada poliédrica sobre los acontecimientos que conforman el argumento. Hay contrastes, discusiones y matices que ponen de manifiesto la complejidad del universo narrativo. La novela no llega a ser coral; sin embargo, esta variedad de narradores -fieles a su propia versión? abre el texto a una instancia dialogal que tensa la intriga.
En la novela se narra la historia de Lidia, una mujer de 62 años que se acomoda como puede a la viudez. Su marido, Víctor, con el que estuvo casada treinta y cuatro años, fue un profesor de Literatura Latinoamericana de la UBA. Antes de su muerte, Víctor le había enviado un artículo a un colega, Bernal Carranza, para que lo incluyera en la revista de la Universidad de New Hampshire pero omitió las referencias bibliográficas. La acción se dispara cuando Bernal Carranza le pide los datos faltantes a Lidia para poder publicar el escrito. Con este propósito, ella comienza a revisar la biblioteca de su marido, compuesta por ocho mil seiscientos volúmenes. Pero no bien toma contacto con las anotaciones que Víctor hizo en el margen de sus textos, nace el proyecto de escribir un libro que las contenga. Y ésta es una de las claves de la novela, que pone el acento en las estrategias que los personajes pergeñan para sobrevivir.
La otra línea argumental del texto se relaciona con la familia política de la protagonista. Está conformada por Joaquín, hermano de Víctor, su esposa Elena y sus hijos Joaco y Vicky. Con ellos vive también Miranda, la hija de un tercer hermano fallecido. Habitan un lugar al que llaman el "Palacio Riera", en el que funciona un club de squash gracias al cual subsisten. Lidia, sin relación de proximidad con ellos, por una cuestión coyuntural termina viviendo bajo el mismo techo. Con este acto ingresa a la trama otro de los temas fundamentales de la novela. Se trata de la familia como institución compleja, de anoxia y salvación. La familia como el ámbito de presión extrema, de la mirada que condiciona, de los móviles mezquinos y los intereses inefables, pero también como zona de abrigo, como blindaje de pervivencia. Con un registro que se desmarca constantemente de sí mismo y de la ortodoxia, Vitagliano logra en Tratado sobre las manos ordenar un discurso expansivo, exacto en sus inflexiones; un discurso que acuña en los pliegues la historia como un torrente siempre abierto de sentidos.
Tratado sobre las manos