Tolkien o la paradoja del éxito
Elegido por los lectores británicos como el mejor autor del siglo XX, fenómeno mundial de ventas traducido a casi todos los idiomas, el creador de El hobbit es aún hoy subestimado por la crítica, que mira con desconfianza el extraordinario negocio en que se ha convertido su obra. La filmación de El señor de los anillos, que se estrena en diciembre, reaviva la discusión
Cuando en una encuesta de 1997 los lectores británicos proclamaron a John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973) como el autor del siglo, la reacción de ciertos críticos fue desmedida: se llegó a hablar del triunfo de la mediocridad. Tener un gran éxito de público -o un éxito desmesurado, como en este caso- no deja de ser una circunstancia ambigua para un escritor: no siempre se admite que la popularidad y la excelencia pueden ir juntas. El éxito, como fenómeno extraliterario, sigue dejando perplejos a los críticos, que suelen dudar de la perspicacia del lector.
Y la fortuna de la obra de Tolkien no ha dejado de alimentar esa perplejidad: la trilogía El Señor de los Anillos, traducida a casi todos los idiomas (incluyendo el vietnamita y el islandés), con decenas de ediciones en español, ha resistido más de medio siglo y dos generaciones de lectores, que ya se calculan en sesenta millones. Como si fuera necesario avivar más ese fuego, la versión fílmica de la novela viene a darle nuevo impulso a esta pasión tolkiana: más de un millón setecientas mil personas entraron en la página de Internet donde se divulgaron las primeras imágenes de la película. Y eso no es todo:tal vez advertidos de que los fans habían rechazado la primera versión en dibujos animados de El señor de los anillos (realizada en los años 70), ahora los productores, que ya inviertieron 130 millones, toman más recaudos: además de seducir a los lectores dejándoles espiar el film con enorme anticipación -el estreno se espera para diciembre- también se aseguran ir testeando los resultados a través de las opiniones que los navegantes dejan cuando visitan el sitio oficial de la película.
Por razones propias de nuestro tiempo, todo lo vinculado con la obra de Tolkien se ha ido convirtiendo en un gran negocio. Se han publicado -y vendido- sus obras de erudición, todos sus papeles, desde los "cuentos inconclusos" hasta los más precarios borradores, los cuentos que improvisaba para sus hijos y hasta sus palabras cruzadas del Times . Nada impide que lleguemos a conocer sus libretas de calificaciones y sus listas de compras. Un negocio que no hizo más que crecer desde los años 60, cuando el creador de El hobbit fue popularizado por los hippies . Desde entonces, el nombre de este particular profesor de anglosajón no sólo convoca a congresos y seminarios; también permite un increíble merchandising que incluye remeras, discos, afiches y calendarios. Sus libros han inspirado óperas, ballets, juegos de rol, videogames; sus lectores se reúnen en clubes y hasta en logias esotéricas y no faltan los que cultivan las lenguas élficas y las runas.
Pero nadie puede culpar al autor de El Señor de los Anillos de una trivialización que otros urdieron en su nombre. Si existen sectas esotéricas o grupos de dudosa ideología que dicen inspirarse en él, es apenas una fatalidad histórica. Cuando todo esto recién empezaba, él mismo dijo estar perplejo ante lo que llamó "mi deplorable culto" entre los jóvenes norteamericanos.
El mito de la Tierra Media
Era natural que el fenómeno lo desconcertara. Durante toda su vida, Tolkien fue un apacible profesor de literatura medieval, cuya mayor hazaña erudita fue la edición de dos textos olvidados, La sabiduría del anacoreta y Sir Gawain y el Caballero Verde . Cuando Oxford lo doctoró, tuvo cuidado de aclarar que premiaba su tarea académica y no sus creaciones literarias. El se tomó su revancha con un discurso donde fustigaba la decadencia del espíritu filológico, rebajado a mera investigación.
En uno de sus cuentos más celebrados, "Hoja de Niggle", Tolkien se comparó con un pintor obsesivo que comienza a dibujar una hoja y no puede parar hasta pintar el árbol, el bosque y el paisaje entero. La comparación es muy justa. Su talento lingüístico lo había llevado desde muy temprano a construir idiomas imaginarios. Más tarde, imaginó los pueblos que los hablarían, diseñó sus epopeyas y la trama maestra de su historia, inspirándose en mitos nórdicos, gaélicos y en el Kalevala finlandés. Cuando se decidió a escribir una novela, hacía años que venía construyendo un mito, del cual la novela fue apenas una consecuencia. Y lo hizo de un modo tan obsesivo que llegó a sentirse más cronista que autor. Creyó ser "descubridor" más que inventor de la Tierra Media. Hasta el fin de sus días estuvo revisando sus cartografías, cronologías y genealogías, que sólo compartía con C. S. Lewis y sus amigos del círculo literario Inklings.
Nunca tuvo ilusiones de publicar su gran relato cosmológico, El Silmarillion , que sólo nos ha llegado en la versión (re)construida por su hijo Christopher a partir de apuntes y fragmentos. La estética que lo inspira recuerda las ideas de Leopoldo Marechal, un escritor de la misma familia espiritual. Tolkien reivindicaba el derecho del poeta a reescribir los relatos bíblicos e intentó hacerlo en los primeros capítulos del Silmarillion , una suerte de Génesis donde Dios crea por medio de la música y hasta encuentran cabida los dioses paganos. Negaba que sus ficciones fuesen alegorías: pensaba que más bien eran una manera de "completar" la creación del mundo, a la manera de "creaciones secundarias".
Pero la ocasión de publicar sus obras de ficción se presentó en 1937, cuando un niño, el hijo del editor Unwin, recomendó que se editara su relato El hobbit . El moderado éxito del libro hizo que Unwin le sugiriera continuar la historia y a Tolkien no se le ocurrió nada mejor que meter a sus personajes en el mundo del Silmarillion .
Sin que pudiera evitarlo, el proyecto se desbocó y pronto ocupó tres volúmenes. El libro ya no era un cuento de aventuras para niños sino una gigantomaquia entre las fuerzas del bien y del mal. Para entonces, su autor pensaba que había engendrado "un monstruo: una novela inmensamente larga, compleja, amarga y terrorífica: bastante inadecuada para los niños, si es que resulta apta para alguien..."
La trilogía del Señor los Anillos no es una historia tan maniquea como se cree. En ella conviven dos epopeyas. Una es heroica y su protagonista es Aragorn. La otra es la aventura de los hobbits, los pequeños hombrecitos comunes. Su héroe es Frodo, que no es valiente pero sabe ser fiel a su misión y se agiganta en el sacrificio. A pesar de las tendencias aristocratizantes que se le han atribuido, la visión de Tolkien es profundamente democrática: creía, como Lord Acton, que el poder corrompe y que debe ser controlado; la paz reina en la Comarca cuando nadie posee el Anillo del poder absoluto.
¿Por qué se lee a Tolkien?
Tolkien ha sido objeto de acusaciones tendenciosas, como la de ser misógino o ignorar la visión moderna del mundo. Se han gastado litros de tinta para demostrar su ateísmo, pese a que era un católico practicante y teorizante, circunstancia que, curiosamente, suele incomodar a los lectores agnósticos, aunque nunca fue necesario ser pagano para apreciar la Odisea , ni comisario para leer policiales. También se ha exhumado la ideología del "compromiso" para condenar su obra como literatura de evasión, sin comprender que Tolkien se proponía precisamente escribir cuentos de hadas para adultos aunque, jugando con las palabras, decía que "evasión" es todo lo que desea quien se siente prisionero.
Ninguna de esas acusaciones ha mellado la poderosa atracción que sus obras ejercen sobre los lectores. Quizás, porque la atracción que despiertan es de orden nostálgico. Porque en un tiempo minimalista, Tolkien compuso un gran relato de ficción, y en medio del vacío ético, rescató valores de siempre. Porque en un tiempo que persigue la ilusión de la eterna juventud, proclamó que la finitud de la vida no es un castigo sino un privilegio. Porque en un tiempo que piensa el poder como una suerte de fuerza plutónica que se justifica a sí misma, nos enseñó a desconfiar.
Tolkien fue uno de los grandes renovadores de la literatura fantástica, no siempre comprendido y nunca bien imitado. En soledad, creó un mito que parece decirles algo a quienes transitan este tiempo desencantado. A pesar de todo el entrechocar de espadas que atrae a los lectores superficiales, nos hace creer que algunas veces el bien vence, en silencio y tras las apariencias.