Todo es literatura
La dupla de cineastas conformada por Mariano Cohn y Gastón Duprat, que inventaron el streaming a fines de la década del 90 con un programa de cable llamado Televisión abierta, obtuvo cierta popularidad con la película El hombre de al lado (2009), en la que destacaba el guion a la par que brillaban las actuaciones de Daniel Aráoz y Rafael Spregelburd. Desde entonces su filmografía fue haciéndose cada vez más visible, con películas como El ciudadano ilustre, Mi obra maestra y Competencia oficial, donde eligieron como bestia negra a aquellos representantes del esnobismo argentino que en público se proclaman de izquierda mientras en privado disfrutan de los privilegios de la más rancia burguesía.
Esa doble vara moral, tan difundida en el ambiente artístico y de las humanidades (cineastas, publicistas, escritores, arquitectos, psicoanalistas), parece ser una obsesión de Cohn y Duprat, que acaban de estrenar la serie Nada, en la que Luis Brandoni interpreta a un crítico gastronómico, acaso inspirado en la figura de un precursor del género, el polifacético Miguel Brascó. Pero a pesar de que la comida y el marketing gastronómico ocupen el centro de la escena a través del hipócrita pero inofensivo Manuel Tamayo Prats, el verdadero objetivo de la mirada crítica de los directores vuelve a ser el campo literario y sus adyacencias.
Las referencias están presentes desde el comienzo: el título de la serie, Nada, es el del libro que Tamayo Prats le debe entregar a su editor desde hace años, y por el que cobró ya un buen dinero de anticipo; pero es, sobre todo, el de una novela de la española Carmen Laforet, publicada en 1944 y poco conocida en nuestro país hasta 2006, cuando el docente y traductor Sergio Di Nucci fue acusado de plagiarla para obtener un premio literario. El caso ocupó durante días las páginas de los diarios y el premio fue revocado, aunque el libro siguió vendiéndose de forma sostenida.
Hay, por lo menos, dos citas explícitas más: en determinado momento el personaje de Brandoni es convocado para una nota periodística. Al llegar al lugar se encuentra con que la anfitriona lo espera sentada al aire libre, sobre una manta, para una entrevista descontracturada. Es una alusión al programa El secreto… shhh, que la poeta Marina Mariasch condujo en el canal Ciudad Abierta entre 2006 y 2007, al que acudieron escritores como Martín Kohan, Alberto Laiseca, Fabián Casas y Rodolfo Fogwill, y que todavía puede encontrarse en YouTube.
Finalmente, en una comida organizada por Brandoni y sus amigos, alguien hace una broma que pasa inadvertida por la velocidad de los diálogos. La anécdota completa la recogió Edgardo Cozarinsky en Nuevo museo del chisme, de 2013, y dice así: “En tiempos en que el diario LA NACION aún estaba en su tradicional edificio con entradas por Florida y San Martín, Manuel Mujica Lainez se cruza, camino del diario, con otro redactor, poeta él, tenazmente confiado en que nadie sospecha su homosexualidad; esa tarde lo acompaña un joven muy bien parecido. Ante el saludo de Manucho, el colega se turba visiblemente y se apresura en presentar a su acompañante como ‘un sobrino’. Sonriente, implacable, Manucho informa: ‘Sí, lo conozco, fue sobrino mío el año pasado…’”.
Hablando de Cozarinsky (un autor imprescindible de la literatura argentina, que merecería más atención de la crítica y los medios si él mismo no la rehuyera), fue el responsable de rescatar del olvido los papeles dispersos de un escritor secreto y no menos interesante: Alberto Tabbia (1929-1997). En librerías debería poder conseguirse aún Palacio de olvido, el volumen donde sorprende el talento para la observación y la narración de este escritor “oculto, perezoso y tímido”, como lo describe en la solapa del mismo libro el autor del prólogo, ni más ni menos que Luis Chitarroni.
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