“Toda muerte es una oportunidad de nacimiento”: los hijos de Liliana Bodoc escribieron el final de “Tiempo de dragones”
Salió un libro muy esperado por los fanáticos de la saga épica: la trilogía había quedado inconclusa cuando la autora falleció en 2018
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“Toda muerte, nos recuerda Liliana, es la oportunidad de un nacimiento”, dicen Romina y Galileo Bodoc en la introducción de Las crónicas del mundo, la tercera y última parte de la saga “Tiempo de dragones” (Plaza y Janes), escrita por su madre, Liliana Bodoc. La autora santafecina, que murió el 6 de febrero de 2018 a los 59 años, dejó la obra inconclusa, pero con un camino trazado en un cuaderno con apuntes, diagramas de estructuras, ideas, títulos, conceptos. Durante el confinamiento por la pandemia, sus hijos decidieron continuar la historia que recibieron como herencia. Publicado en mayo por Penguin Random House, el libro lleva los nombres de los tres en la tapa.
En diálogo con LA NACION, los hermanos Bodoc contaron a dúo: “Liliana amaba dar belleza a todas sus acciones. No podía ser de otro modo cuando se trataba de su acción más sagrada: la escritura. Por eso, antes de comenzar sus procesos creativos, elegía cuidadosamente un cuaderno (quizás luego serían más) para acompañarla en sus viajes narrativos. Ahí podía, con libertad, estructurar en tinta el espacio de su imaginación: desde diagramas sobre estructuras hasta capítulos, notas, mapas. También, frases concretas o conceptos claves de sus personajes”.
Presentado en la última Feria del Libro de Buenos Aires, con un homenaje a la escritora, Las crónicas del mundo cierra la historia narrada en los volúmenes 1 y 2, que salieron en 2015 y 2017, respectivamente. Inicialmente, la idea de la autora es que fuera una tetralogía, pero la muerte metió la cola. Los lectores (en su mayoría, adolescentes y jóvenes) esperaban con ansias el final.
La saga de los confines, que revolucionó el género de la épica fantástica (primero a nivel local y, luego, en el mercado hispano) a principios de la década del 2000, fue su primer gran éxito de ventas. Integrada por Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego, fue un bestseller inesperado para la autora a sus 40 años. Luego, publicó Memorias impuras, Presagio de carnaval, Sucedió en colores, Amigos por el viento y El mapa imposible, entre otros libros para lectores chicos, medianos y grandes.
El año pasado, el sello independiente Pez Menta rescató un poema inédito de Bodoc, que salió con el título Formas de ver e ilustraciones de Nadia Romero Marchesini. Antes, en diciembre de 2020, otra editorial independiente (Hasta Trilce) publicó Memorias de una alcahueta, una obra de teatro que la autora había escrito junto con su hijo Galileo a partir de su novela Memorias impuras. Ese trabajo a cuatro manos tenía un antecedente: la adaptación realizada por Liliana y “Galo” del libro infantil Sucedió en colores, que trasladaron al lenguaje teatral en tres obras cortas: “Negro”, “Rojo” y “Amarillo”.
Cuando los hermanos decidieron continuar la historia inconclusa de Tiempo de dragones y darle un cierre definitivo al enfrentamiento entre los humanos amigos de los dragones y los que creen que representan el mal, encontraron una frase que resultó una especie de guía: “La herida de la herida se enfrenta con el corazón del corazón”. Bodoc la había escrito en una de las hojas lisas de un cuaderno con tapa de cuero que tiene un cordón para sujetarlo y una piedra ámbar en el centro.
“El cuaderno, que ahora estaba en nuestras manos, era como un tesoro para comenzar a andar este inmenso camino. Planes en Dios: la primera oración (con la que Liliana solía encabezar sus comienzos) nos esperaba para bendecir el recorrido. Por eso, no eran sólo materiales y notas dispersas lo que teníamos frente a nosotros, sino un espacio que agrupaba los lugares de su imaginación. Un objeto, por otro lado, con su propia belleza y memoria”, recuerdan los hijos.
Además del título de la saga, la siguiente hoja anticipaba los nombres de los cuatro libros que conformarían la tetralogía. A la tercera entrega la había llamado “El Tiempo Perforado”: así, con las tres palabras en mayúscula. “Más adentro nos encontramos con la organización de las partes, las líneas de acciones, las preguntas y las advertencias que Liliana se hacía a sí misma. Cronologías y destinos de los personajes. Líneas de tiempo y proyecciones. También, en algún punto, nos encontramos con la interrupción de sus notas y con una trama que tenía que terminar de desarrollarse. Ahí, en el cuaderno, las notas se extendían como sugerencias o interrogantes, un poco más allá de lo que había quedado plasmado en el relato de la tercera parte”.
Esos fueron los materiales “explícitos” con los que se encontraron. “Lo tomamos como materiales que ella nos había preparado. Pero antes, y en un lugar mucho más fundamental, nos dejó la construcción de un mundo que ya tenía su propio devenir. Una trama como un espacio real y simbólico para encauzar el desarrollo de aquel imaginario. Liliana, la inmensa relatora, no había dejado algo todavía más grande: la matriz de un lenguaje que contenía su propia lógica y belleza como una fuente inagotable para beber: personajes que iban revelándose a través del desarrollo de la historia, que fueron hilos de los que tiramos para seguir entretejiendo la trama. Por eso, para continuar, no se trató solo de dar rienda suelta a las intuiciones, sino que las intuiciones fueran capaces de jalar de los hilos de lo que ya estaba sugerido; de encontrar los guiños como ventanas para mirar más allá”.
Como suele suceder, el primer paso fue el más difícil. “O, quizás, deberíamos decir el esencial. Porque antes que ninguna otra cosa necesitamos poder concebir la idea de que aquel libro inconcluso, pero antes que eso maravilloso, podía continuarse. La intención de preservar intocable lo que estaba escrito, y entregárselo a los lectores como el único gesto posible fue nuestra primera idea. Y en un intento desesperado por aliviar la angustia frente al inevitable vacío pensamos en escribir un epílogo. Allí podríamos arrojar algunas conjeturas, reflexiones abstractas y dar al libro un cierre simbólico”, recuerdan.
“Pero casi en el mismo momento en que nos convencimos de que ese era el único camino nos irrumpió un pensamiento, una corazonada. Una pregunta que entró por alguna grieta de la realidad y que, apenas tocó el terreno de las palabras, se transformó en una decisión irrefrenable: ‘La otra opción es terminarlo’. Algo más o menos así resonó en la mesa donde trabajamos y aquellas palabras fueron como el preludio de un acto de magia porque, después de pronunciarlas, se nos hizo visible lo que hasta entonces no habíamos podido ver. Nuestra verdadera tarea no era preservar una reliquia sino ejercer el lenguaje. Nuestra herencia no era una obra sino una convicción: la de que el lenguaje es una sustancia común, un elemento que se enaltece y enriquece en la concatenación”.
Romina y Galileo tomaron ese deseo conjunto como una revelación y decidieron poner manos a la obra. Era la primera etapa de la cuarentena estricta y estaban viviendo juntos. “Si hay algo que Liliana nos dejó bien claro es que la magia debe ser un ejercicio serio y riguroso. Comenzamos entonces lo que llamamos la hermenéutica de la obra y utilizamos todos los recursos posibles para desarrollar el arte de la interpretación. Nuestro espacio de trabajo acabó rodeado de láminas donde desplegamos líneas de tiempo, las de los personajes y los acontecimientos, algo que resultó fundamental para comprender la vastedad de aquella trama que se desarrolla en los anillos del tiempo. Así comenzamos a tomar verdadera consciencia, a ponderar, primero los grandes sucesos, y poco a poco las mínimas líneas de acciones que habían quedado por desarrollar: el desenlace de la profecía, el conflicto entre los linajes dratewka y tzarus, el gran enfrentamiento geopolítico entre los dos continentes, y el que protagonizaron desde las potencialidades de la magia y el saber brujas, alquimistas, el destino de los grandes y los pequeños dioses. Nos hicimos un gran mapa de aquel territorio narrativo, lo que teníamos y lo que faltaba. Nos embebimos de la trama y de la música”.
Durante cuatro meses de convivencia, los hermanos trabajaron a cuatro manos, pero –dicen- a tres voces: las suyas y la de Liliana, que los guiaba con sus apuntes. Tuvieron que decidir, entre otras cosas, qué harían a partir de la última nota, la que su madre dejó en el cuaderno a principios de 2018.
“Nos hicimos preguntas y tomamos decisiones. La primera, y quizás la más fundamental, fue que no íbamos a procurar invisibilizar la interrupción, sino a manifestarla, a transformarla en parte esencial de la trama. Por eso incorporamos la fractura como parte de la ficción, como el motor que nos permitió continuar y concluirla. Pero, como decíamos, no se trató de dar rienda libre a la invención ni a la ocurrencia sino de cabalgar montados en el lomo del inmenso relato que habíamos heredado. Por ejemplo, la fractura y el cambio de relator (que incluimos en la lógica de la ficción) funcionó porque se activó en lo que ya estaba anunciado, en lo que latía como una insinuación, como una posibilidad para, desde ahí, introducir un elemento nuevo. Un elemento que, por otro lado, impactó, y fue absorbido por la totalidad de la obra”.
La decisión narrativa de convertir la interrupción que había provocado la muerte de la autora en un diálogo en el interior de la trama fue fundamental para poder cerrar la historia. “Continuar el relato no era hacer un ‘cadáver exquisito’, un ensamblaje de voces movidas por impulsos individuales. Pero tampoco era omitir la diversidad de voces, disolver la discontinuidad en un intento imitativo, pero sin alma. No era ocultar la pluralidad si no montarnos en las posibilidades del encuentro”. Esa sumatoria de voces y miradas le da a la obra un estilo único, nuevo, diferente: no es un intento de imitación de la pluma de Bodoc sino, por lo contrario, una respuesta a una conversación interrumpida por la muerte.
“Por eso, luego de los encuentros en los que tomamos todas las decisiones estructurales (donde se revelaron sin excepción todas las grandes epifanías) pudimos distribuir los contenidos, el trabajo, y también la escritura. Nuestro proceso de trabajo alternó temporadas compartidas, que fueron verdaderos laboratorios de alquimia, con períodos donde experimentamos y materializamos la escritura de los capítulos por separado. La lectura mutua y las devoluciones fueron la herramienta indispensable y lo que nos dio la fortaleza para ser capaces de hacer este recorrido. Uno sobrevolando por encima y otro empujando las acciones desde abajo. Y entre ambos Liliana, nuestro océano literario, el origen de la palabra y de la vida”.
Romina y Galo están convencidos de que el trabajo fue posible “gracias a que ella nos dejó un libro como un código abierto y nos enseñó que el lenguaje se comparte como el pan. Nuestros textos, los que en conjunto conformaron las Crónicas, no se funden, sino que se barajan entre sí. La interrupción del relato fue un silencio que hizo posible un canto de tres”.
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