Tiempo de ofrecer una carrera atractiva
Por Silvia Finocchio Para LA NACION
Los primeros maestros que solemos recordar e idealizar fueron formados como agentes del Estado que debían emprender una tarea civilizatoria y contribuir a la formación de la Nación.
Eran los tiempos del maestro funcionario que se preparaba para transmitir los saberes de la modernidad científica y la conciencia nacional. Bajo el supuesto de que el maestro construiría desde el aula los cimientos de la joven República, se lo preparaba también para asumir los mandatos de política educativa del inspector, y no de la Iglesia, de los padres, de los especialistas o de los medios de comunicación.
En la primera mitad del siglo XX el oficio de maestro se redefinió y la formación apuntó a una combinación de cierto activismo pedagógico con un nacionalismo exacerbado. A ello se agregó luego una perspectiva tecnicista de la práctica educativa. Así, durante décadas, los docentes fueron preparados para ejecutar vastos procesos de planeamiento educativo con el telón de fondo de los discursos que los hacían pasar de funcionarios a profesionales o trabajadores.
Por cierto, planificaciones engorrosas, rituales más solemnes que festivos y la apelación a la actividad del alumno como el mejor modo de aprender siguen vigentes, en parte, en la escuela pública actual.
Una tercera imagen de los docentes y su formación se está forjando ante nuestros ojos y aún no sabemos muy bien qué y cómo será. Se espera la masificación de largos estudios que alcancen a todos los estratos sociales, la inclusión de todos los niños y jóvenes en un mundo cultural de viejos y nuevos saberes.
Durante las últimas décadas se apostó más a la capacitación que a la formación inicial de los maestros, porque se pensaba que lejos estaba la renovación inmediata de los planteles docentes. El reestablecimiento del régimen especial de jubilación docente desde 2005 -a los 57 años las mujeres y a los 60 los hombres- plantea otra situación. Dotar de becas es una estrategia apropiada para que algunos de quienes eligieron la docencia puedan sostener sus estudios y finalizarlos. Pero no alcanza para volver atrayente un métier con poco reconocimiento social.
Más allá del desdibujamiento del rol docente, la expectativa social con respecto a la educación sigue indemne y muchos jóvenes apuestan a ella porque allí leen futuro, otro vínculo con la cultura y confianza en que como educadores tendrán un camino para crecer y aportar.
No traicionar esa confianza y estimular a otros a incorporarse requiere de nuevas propuestas de estudio y formación que promuevan el pensamiento y la acción alrededor de la compleja y desafiante tarea de intermediación cultural entre una y otra generación. En otras palabras, es necesario tornar atractiva esta formación, de manera de captar el interés no sólo por su estabilidad laboral. Este es un momento excepcional para pensar en esa renovación.