Tesoro musical: la nueva vida de los violines de Fernández Blanco
Restaurada y lista para volver a entregar sus sonidos inigualables, renace hoy la colección más valiosa de América latina
Los violines -igual que los chelos, las violas o, incluso, el piano- son como los vinos: van cambiando con los años y no hay uno igual a otro. Así como para el vino son decisivos el terroir y el enólogo, para un violín lo son la zona en la que nace, su patria y su luthier. A la larguísima historia que tienen algunas de esas piezas construidas en Italia durante el siglo XVIII por fabricantes como Antonio Stradivari o la familia Guarneri hay que sumarle otra historia más acotada y cercana: la de algunos de esos mismos violines y violas en Buenos Aires.
La colección de instrumentos notables de Fernández Blanco tiene ejemplares provenientes de los puntos geográficos neurálgicos de la luthería italiana: Cremona, Venecia, Milán y Piacenza. Ya en su época, Fernández Blanco había comprado ejemplares que no eran lo que decían que eran, a veces del mismo nivel, pero no del mismo fabricante: un Guarneri por un Stradivarius, para ponerle nombre propio. Esa colección, que es la más importante de América latina, tiene desde hoy una segunda, o tercera, vida.
De fines del siglo XIX y principios del siglo XX en la gran inmigración llegaron de Italia a la Argentina instrumentos muy valiosos. Más tarde, en las décadas de 1970 y 1980, vinieron compradores y se los fueron llevando. Después de la llegada a estas costas, otra etapa de su historia local empezó hacia 1982, cuando Pablo Saraví, actual primer violín de la Filarmónica de Buenos Aires, entró a trabajar en el Colón. En el foyer del teatro se exponían instrumentos que eran de calidad superior. Aunque la mayoría de ellos estaban ennegrecidos por el hollín por el paso de los colectivos del centro durante casi cincuenta años, ya entonces Saraví había adivinado, más que visto, la condición de esos instrumentos. Muchos pensaban que eran del teatro, pero en realidad eran un préstamo del Museo Isaac Fernández Blanco.
En 2006, cuando el Colón cerró para la restauración, se hizo imperioso tomar una decisión sobre esos violines. Se optó por devolverlos al Fernández Blanco. Saraví fue convocado de nuevo para hacer un reconocimiento, ahora instrumento en mano. "Mientras yo decidía qué hacer -cuenta Saraví-, me enteré de que venía a Buenos Aires Horacio Piñeiro, uno de los mejores restauradores del mundo, que casualmente es argentino. Él está radicado en Nueva York. Le dije: «Hay un Guarnerius»." Al principio, Piñeiro no le creyó. "Apostamos una comida. Cuando lo vio se volvió loco y por supuesto pagó la apuesta."
Sin taller en Buenos Aires, Piñeiro trabajó en el museo y restauró la colección ad honórem. Esa colección, que es la mayor y más valiosa de América latina, se presentará hoy en el Museo, después de la tarea realizada por un equipo integrado por Jorge Cometti, Leila Makarius, y, naturalmente, Saraví y Piñeiro. Además, la Asociación de Amigos del Museo Fernández Blanco publicó, con la intercesión de la ley de mecenazgo, un catálogo con imágenes de los instrumentos y un estudio sobre los cambios del violín y el modo en que la evolución del instrumento es en realidad resultado tanto de los constructores como de lo que piden los compositores y los intérpretes. El catálogo trae también un CD con piezas de Johann Sebastian Bach, Giuseppe Tartini, Pietro Nardini y Telemann, compositores contemporáneos de los instrumentos, que Saraví decidió registrar con un violín, o viola, diferente según lo que cada una de esas piezas pedía. La presentación de la colección y del libro y el CD será hoy, a las 19, en el Palacio Noel (Suipacha 1442), donde catorce de esos instrumentos están ya expuestos.
"Son instrumentos de un museo, pero son instrumentos. Entonces deben ser tocados -explica Saraví-. Como son cajas pensadas para vibrar, no les hace bien estar mudos. Es mejor que estén en uso, obviamente en condiciones controladas. La vuelta a la vida es completa, es visual y auditiva." El propio Saraví devolverá varios de ellos a la vida durante la presentación.
Salvo para el ojo clínico del concertino, esos instrumentos podrían parecer iguales. ¿Qué los diferencia? En principio, el suelo de origen, el terroir, y el fabricante le confieren a cada uno un carácter diferente. El fabricante le da su apellido al instrumento, y por ese apellido los identificamos.
Para el CD que grabó, Saraví vinculó voz del instrumento con repertorio. "Elegí el repertorio por la acústica, por sus condiciones como instrumento, pero busqué también que reflejara algo, cuando era posible, de la región en la que el instrumento había sido construido."
Quién es quién
Cuando se piensa en Cremona, resulta imposible no detenerse en el Guarnerius del Gesù Armingaud/Fernández Blanco (los nombres de sus dos últimos propietarios), pieza de 1732 que es la más valiosa de la colección y un instrumento además, a nivel mundial, de la mayor importancia. Dado que Guarnerius del Gesù no construyó muchos, cuando aparece uno es un acontecimiento fuera de lo común. Según Saraví, es como el hallazgo de un cuadro de los grandes maestros. "Y este Guarnerius en particular está impecable, sin raspaduras. Rarísimo. En ese caso no tomé en cuenta la zona y me decidí por las sonatas y partitas de Bach, que son una obra cumbre del repertorio barroco para violín. Este instrumento hay que ponerlo un poco aparte, porque no hay instrumentista que no sienta satisfacción al tocarlo. Tiene una voz tan profunda. Es avasallador."
De Piacenza, el Guadagnini fue atribuido a un hijo de Stradivari y estaba en un estado casi lamentable cuando lo restauró Piñeiro. "Permite escuchar el instrumento en todas sus voces. Es un poco más chico. Y tiene una voz muy bonita, muy distinta de los otros -dice Saraví- . Por eso lo elegí para la Fantasía de Telemann, de la que existen muy pocas grabaciones. Da un colorido casi vocal."
Con la viola, en cambio, al músico se le presentó un dilema. "Hay una viola cremonesa y hay dos violas de Milán. Lo que se me ocurrió es hacer una de las suites. Como la suite tiene seis movimientos, toqué dos movimientos en cada viola. Iba muy bien porque el carácter de cada uno es diferente e ilustra cómo es cada instrumento. Las tres violas son superdistintas. La central es la cremonesa, que es la construida por Lorenzo Storioni. Es un sonido que les gustaría a todos. La viola milanesa es poco manuable, pero tiene una profundidad fuera de lo común. La Mantegazza es más chica de lo común, pero tiene una proporción perfecta para dar sonido de viola."
Los dos violines venecianos, el Gobetti y el Santo Serafin, son, por su lado, muy sonoros. "Tienen un sonido hermoso, pero no son para nada estridentes ni tan potentes de cerca. Son muy refinados. Tienen muchísimos armónicos. Hay que utilizar el arco de manera un poco distinta para que se distingan mejor los colores de los armónicos, sobre todo en el Santo Serafín, que está a la altura de los otros grandes instrumentos italianos, y que estuvo atribuido a los hijos de Guarneri." Un detalle menos material: Saraví se emociona cuando recuerda una particularidad del Gobetti, que llegó a estar en manos de Fritz Kreisler. "Ese contacto también forma parte de la historia del instrumento."
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