Tenso erotismo
PEQUEÑA MUSICA NOCTURNA Por Liliana Díaz Mindurry (Planeta)-266 páginas-($ 16)
COMO las mamushkas , esas muñecas rusas que llevan en su interior otras más pequeñas, esta historia encierra varias historias, unas dentro de otras, que la autora ha organizado utilizando las anotaciones, cartas, fragmentos de diario y otros testimonios escritos por los propios personajes. Son, en realidad, relatos o versiones de una misma anécdota principal. El recurso no es nuevo pero Liliana Díaz Mindurry le imprime varias vueltas de tuerca.
Con singular maestría, la autora cuenta cómo algunos personajes observan a quienes, a su vez, también se están observando, y hace sentirse al lector, simultáneamente, otro voyeur . Un voyeur atrapado por las peripecias de una narración cuyo interés no decae hasta la última página del libro, pero también por las imágenes poéticas que la autora prodiga aun en las escenas más escabrosas, lo que la salva de caer en la pornografía. Porque Pequeña música nocturna es una novela donde el erotismo, aderezado con ingredientes sadomasoquistas, alcanza momentos de elevada temperatura.
Angeles Brantes, la protagonista, tiene l4 años. Hija de una prostituta a la que espía cuando "trabaja" con sus clientes, es la cacique de su grado en el Colegio de la Santísima Trinidad. Audaz, embustera y lasciva, encuentra en su condiscípula Carmencita Bermejo, pocos años menor, a la destinataria ideal de su perversión ("Es tan idiota esa palabra, perversión -dice la autora-; no sé cómo llamar a ese fulgor y a esa tristeza"), aunque Carmencita, que todavía juega con muñecas, no es, quizás, tan inocente... Otros personajes son el tío Marcel, pintor alcohólico, cocainómano "y con otros vicios peores", que mantiene furtivos encuentros con su cuñada Blanca en el hotel "La Adormidera", y una pareja de literatos, Carlos Montemayor y Laura Saumell, receptores, testigos, pero también actores de una historia de deseos, humillaciones, y de un enfermizo ménage á trois con la protagonista, donde todos mienten y se mienten a sí mismos a través de un viaje vertiginoso hacia la locura y la muerte.
Uno de los mayores logros del relato es su tenso clima de morbosidad y tragedia. Algunos pasajes, como los de la recurrente evocación del canto quinto del Infierno dantesco, representado por las niñas en la fiesta de la escuela de monjas -un capítulo antológico por su humor e ironía- tienen a la vez connotaciones alegóricas. Entre los pliegues de la realidad hay cosas que no son lo que parecen y el infierno también puede estar en los corazones.
Esa mirada que procura penetrar en los motivos secretos de las conductas, ese escudriñar en los pozos oscuros de la intimidad, constituyen, junto con el dominio de la técnica narrativa y el rico labrado del estilo, valores que seguramente tuvieron en cuenta quienes otorgaron a Pequeña música nocturna el codiciado Premio Planeta. El fallo de Marcos Aguinis, María Esther de Miguel, Manuel Vázquez Montalbán y Ricardo Sabanes no podía suscitar polémicas. La novela es excelente -más allá de una temática que, tal vez, genere el rechazo de algunos lectores- y Liliana Díaz Mindurry es una escritora que, a pesar de haber dado anteriormente pruebas de su solvencia literaria, no era aún muy conocida. A partir de ahora deberá ser considerada una de nuestras mejores narradoras.