Tato, con humor y amor propios
La enfermedad y la muerte le impidieron terminar sus memorias. Ahora, ese texto inconcluso se transformó en la columna vertebral de un libro de Carlos Ulanovsky que se completa con memorias, recuerdos y testimonios; entre ellos, el de la jueza que censuró al gran cómico y el de su esposa Berta
Es posible que haya empezado a escribir este libro, allá lejos y hace tiempo, cuando en 1965, en el semanario Confirmado me mandaron a entrevistar a Tato Bores. Es irónicamente real ese dicho periodístico que afirma que "el periodismo es lindo porque se conoce gente". ¡Y qué gente! Tener frente a mí, todavía un chico que apenas había salido de Floresta con clara vocación periodística y algo de cholulismo (y viceversa), al hombre con quien reíamos y pensábamos en la casa familiar, frente al televisor, siempre en domingo. Así lo conocí a Tato y ese conocimiento se extendió una decena de veces más, en otras excursiones periodísticas para La Opinión , El Ratón de Occidente, Clarín y Página 12 . (Escribí sobre Tato en este diario después de su muerte.) Siempre me resultó un placer el encuentro con Tato porque lo admiraba por todo lo que había hecho y hacía en televisión -un medio arrinconado por las reiteraciones y el conformismo- y porque me divertía su inicial estilo de perro bueno pero arisco que después de chumbarme no me dejaba ir y me invitaba a quedarme para tomar un whisky con él.
Cada uno de esos acercamientos me permitieron ir perfilando una noción cabal sobre este gran personaje del espectáculo nacional y de la vida argentina. Y no debe de haber sido una casualidad que en 2002 me eligieran como curador de la Expo Tato , una muestra sobre su trayectoria que convocó a millares de personas en el Centro Cultural Recoleta.
Con toda seguridad, si regreso a cada uno de esos rincones del pasado, recupero los borradores que sustentan este libro. Un libro que tiene como columna vertebral las memorias, hasta ahora inéditas, que Tato escribió hasta que el avance de su enfermedad se convirtió en una barrera insuperable. Esos textos -personales al mango, testimoniales en estado puro, particularmente graciosos y agudos- se incluyeron en el libro tal y como salieron de la cabeza de Tato en 1994. La decisión de no introducir correcciones se tomó para, en ausencia del interesado directo, proteger la intención original y conservar la musicalidad específica de su estilo. Según él mismo lo detalla, el actor se proponía hablar de su, a esa altura, extensa trayectoria y de personas a quienes había conocido en ese recorrido. Esto, diría yo, es el tramo menos transitado de la historia del actor, pero hay un lado b (con b de biografía) que es la amplia y minuciosa investigación que funciona como sabrosa guarnición del otro plato principal. En la exploración se acomodan rastreos de archivos (los de la familia de Tato, que son amplios, numerosos y bien conservados), lectura de notas y de libretos de todas las épocas, la escucha de audios y la inspección de infinidad de videos. A eso hay que sumar el resultado enriquecedor de lo que dijeron más de cuarenta personalidades entrevistadas, desde su esposa Berta -figura central de la saga "tatesca" a quien le dediqué el libro- hasta la jueza Servini de Cubría, famosa desde que en 1992 impidió por un tiempo la salida al aire de 16 segundos de un programa del actor; desde los ex presidentes Menem y Alfonsín, visitantes asiduos en el set de grabación que accedieron a relatar sus experiencias como "actores", hasta colegas-amigos como Oscar Martínez y Juan Carlos Mesa.
De todas estas materias juntas (pero no revueltas) está hecho Tato, memorias inéditas y biografía del Actor Cómico de la Nación . Trabajé arduamente durante tres años y fue tal el grado de celo y obsesividad que todos pusimos en correcciones y lecturas que, en varias ocasiones, pensé que ese libro nunca aparecería. Por suerte me equivoqué. Recién al leerlo completo caí en la cuenta de que a lo largo de sus páginas el libro invita a internarse en historias diversas.
Los cincuenta años de trayectoria artística de Bores se encuentran y desencuentran con otra ruta: la del país. Esto se evidencia en la línea de tiempo que se incluye al final y que revela que entre 1957 y 1993, mientras duró su estrella televisiva (habrá que restar los años en que prohibiciones diversas lo mantuvieron alejado), Tato practicó el humor político bajo diecisiete presidentes distintos: seis civiles elegidos democráticamente, cuatro civiles ungidos en el puesto de modo provisorio y siete militares llegados al poder a través de golpes de estado o por sucesiones internas. La extensa permanencia de Tato en el espectáculo (plomo de orquesta, músico aficionado, hombre de la noche, actor de teatro de revistas, radio y cine) posibilita entrar y salir de esos mundos, según él los transitó, en calidad de testigo fundamental. Y ni hablar del significado de su presencia en más de treinta temporadas de televisión. Su condición de monologuista de actualidad lo ubicó en un sitial inexistente en el nomenclátor público (aquello del actor cómico de la nación); sin embargo, en los momentos en que en el país urnas y políticos entraron en el freezer golpista, también la cita semanal con Tato ingresó en cuarteles de invierno. Por eso, otras historias paralelas son las que se refieren a personajes de su tiempo (desde Lorenzo Miguel a Cavallo) y a la censura que en tantas ocasiones lo dejó apartado del plato fuerte televisivo de cada semana. Igual, siempre dijo, con sutileza, valentía e inteligencia, lo más de lo menos permitido. Cuando las autoridades -oh disparates de nuestro país- tenían prohibido mencionar a Perón, él lo recuperó con eufemismos y gracia, llamándolo Juan Domingo Sonrisa o Juan Domingo Puertadehierro. Finalmente, también la figura de Tato personifica otra etapa de la televisión argentina que, aunque también criticada y cuestionada, se permitía programas de humor inteligente, detallada y sutilmente producidos, con numerosas lecturas a la hora de hablar de la realidad, como el suyo. Y esto último se conecta con la sorprendente vigencia de los viejos tapes del cómico (reunidos en ese admirable trabajo que hicieron sus hijos a fines de la década del 90, La Argentina de Tato ) y el sentimiento que todavía producen. Un sentimiento de pena porque Tato no está entre nosotros, porque cada vez que la Argentina se pone patas para arriba eso nos lleva a pensar ¡qué panzada se haría Tato con este tema!, y también por lo tóxico de cierto aspecto de la vida argentina: su reiterativa circularidad. En programas suyos, el más antiguo registrado en 1962, tanto como en otros de los años 70, 80 y 90, Tato hace humor doloroso con cuestiones que, pasados los años y las décadas, siguen sin resolverse del todo: la crisis en la educación, los jubilados, la justicia, la salud, la vivienda, la seguridad, la corrupción, la inflación, el trabajo y tantos más. Y también está, en infinidad de frases, dichos y carteles, el humor de Tato y sus libretistas, esa particular interpretación de la realidad que el actor definió así: "Yo digo en broma lo que la gente piensa en serio".
Decía al principio que lo había conocido a mediados de la década del 60. Pero recién ahora me parece conocerlo más. presenté el libro el 9 de mayo en la Feria del Libro, junto a su amigo y colega, el integrante de Les Luthiers Daniel Rabinovich. Y ahí dije dos cosas: que seguramente había leído el libro unas cien veces y que ahora me proponía dejarlo descansar durante un buen tiempo para que cuando lo retomara volviera a sorprenderme. Y además, que en ese acto público sentía que le estaba dando al libro -cuya elaboración me había mantenido activa y cariñosamente junto a él por más de tres años- unas palmaditas para que a partir de ese momento se animara a andar solo, para decirle que le estoy agradecido porque me llenó de conocimientos que no tenía pero que ya no me pertenece, que ahora es de la gente.
© LA NACION
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